Editorial
Las banderas del 4 de Diciembre
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Más allá de su evidente componente frívolo y morboso, inserto en el preocupante proceso de banalización que está sufriendo la información tras la irrupción de las redes sociales, el asunto del tan traído y llevado chalé de Pablo Iglesias e Irene Montero pone de relevancia las importantes tensiones que existen en el interior de Podemos, una formación política que, pese a su juventud, siempre está sometida a continuos baches debido a las luchas de poder entre sus diferentes facciones. Este periódico publicó ayer la contundente carta abierta que el alcalde de Cádiz y uno de los líderes de la corriente de Podemos Izquierda Anticapitalista, José María González, más conocido como Kichi, ha enviado a Juan Carlos Monedero, ideólogo morado sin ningún cargo orgánico en la actualidad, quien le había reprochado al gaditano unas declaraciones previas en las que afeaba a la pareja Iglesias-Montero la adquisición del lujoso inmueble en Galapagar. Monedero, además le recordaba a Kichi algunas acciones, como la condecoración a la Virgen del Rosario, patrona de la ciudad, en las que González también habría caído en la incoherencia.
No entraremos en los cruces de acusaciones en el seno de Podemos, algo normal en una formación cuyo liderazgo está públicamente cuestionado, pero el caso sí merece alguna reflexión. Una de ellas es la preocupante deriva de Pablo Iglesias, quien ha sido capaz de traspasar un problema privado, como es la incoherencia personal que evidentemente supone la adquisición de este inmueble, a todo el partido e, incluso, al conjunto de la sociedad española. Como muy bien dijo ayer el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, esas cosas se "consultan con la almohada", no con las bases. El plebiscito convocado por Pablo Iglesias e Irene Montero entra dentro del género surrealista y supone una auténtica degradación de lo que debe ser una consulta popular, pilar de la democracia. El movimiento de Pablo Iglesias nos pone ante la desagradable perspectiva de una manera de gobernar y hacer política en la que continuamente se convoca a unas masas movilizadas para legitimar las acciones de los políticos. Es decir, nos pone ante la irresponsabilidad de éstos, que siempre tendrán la excusa de la voluntad popular para justificar sus acciones y decisiones, por muy equivocadas que éstas sean. José María González hace bien en criticar la incoherencia de un líder que ha basado gran parte de su discurso político en la denuncia de los excesos de la casta. La demagogia, como la mentira, tiene las piernas demasiadas cortas.
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