Tribuna

Jose A. Merat León

Abuelo, invítame al cine

Lo más grave, y esto pasa mucho, es la intención política de ponerle precio a un voto. Esta vez, dos euros para la papeleta de nuestros mayores

Abuelo, invítame al cine

Abuelo, invítame al cine / rosell

Durante el Festival de Cine de Sevilla, fui a las salas mucho más de lo habitual. Teniendo en cuenta los más que populares precios de las entradas, cualquier metraje agotaba las localidades. Pasa siempre. Esa semana descubrí Holy Spider, película que recomiendo encarecidamente.

Las películas se llenaban por dos motivos fundamentales, ambos muy evidentes. Primero, porque a estos festivales acuden verdaderos ultras del séptimo arte que se echan a la cara cualquier cosa. Con cualquier cosa me refiero a lo que sea, largo o corto, en español o un idioma ininteligible. Pero, para los que nos gusta el cine, estos eventos tienen una impecable estrategia para hacernos ir: precios bajos. Con las entradas a dos euros, fui a las salas del barrio de Nervión tres días seguidos.

Imagíneme, estimado lector: joven y con trabajo precario, la partida cultural de mi economía la destino a la compra de libros, que de por sí están caros. Si un mes me paso con los caprichos literarios, está claro que tengo que recortar de la gran pantalla. La última gran película que vi en un cine fue As bestas. Medio año ya de aquello y, por supuesto, de gañote.

El éxito o el fracaso de la cultura en general, casi siempre, está en su precio. La batalla por defender que asistir a eventos culturales es bueno para la salud frente a quienes deciden el rumbo de nuestro país está prácticamente perdida. Al final, el consumo de arte se ve como un entretenimiento. Una pose. Por eso, cuando hace unos días escuché a Pedro Sánchez anunciar que el cine costaría dos euros para nuestros mayores, en el fondo, no me alegré. Todo lo contrario.

Mi abuelo cobra más que yo. Eso fue lo primero que me hizo recordar, de golpe y porrazo, el presidente. Y más que una persona de cuarenta y cinco años a la que le entra, todos los meses, poco más del salario mínimo. ¡Y a los tres nos gusta el cine muchísimo!

En algunas de mis columnas he contrapuesto a ambas generaciones, la mía, centennials de pura raza precaria, y la de mis abuelos, para dar relieve a las absurdeces con la que a veces se nos gobierna.

Lo más grave, y esto pasa mucho, es la intención política de ponerle precio a un voto. Esta vez, dos euros para la papeleta de nuestros mayores. A la Junta de Andalucía, que se había dormido en los laureles con la aprobación del aval para compra de viviendas de los jóvenes –se lo ha tomado en serio cuando el Gobierno de España ha dicho que haría lo mismo–, le va a salir mucho más caro. Qué lástima que estas grandes noticias solo ocurran en campaña.

Las entradas de cine a dos euros tienen que ser para quienes no puedan permitírselas. Ir a una sala te gusta o no, independientemente del grosor de su bolsillo y de las canas que lleves encima. En lugar de esta medida cutre, reparta quince o veinte entradas a todos los hogares que ingresen menos de dos mil euros mensuales. Mucho más socialdemócrata.

Ocurre lo mismo, y ya lo mencioné aquí, con el bono cultural para los jóvenes que cumplieran dieciocho años. Solo para ellos.

Hay un punto de cortoplacismo en todo esto. De eso y de ganas de expulsar de la política a quienes la necesitan para que la promoción de la cultura siga sobreviviendo, por ejemplo. Nos guste o no, los libros, las películas, la música y las obras de teatro necesitan mucho de la iniciativa pública para seguir saliendo a la calle. Con estas cosas, le dan ganas a uno de mandar todo a mandar viento fresco.

Por eso no entiendo por qué, además de aprobar las entradas de cine a dos euros un par de días después del anuncio, a nadie en la Moncloa se le ocurrió que los libros a cinco euros se venderían como churros. El ejemplo más claro son las Re-Read, las librerías en que, por diez euros, puedes llevarte tres libros de segunda mano.

Siempre tendré fuerzas para defender que la cultura, lejos de haberse rendido a las nuevas tecnologías, los pasatiempos prosaicos y el maldito tardeo, pero sus precios la están intentando matar. Al igual que hay becas para deportistas, podrían existir para escritores, músicos o actores; si la Junta de Andalucía anuncia una bajada masiva de impuestos a empresas del sector equis, también podría eliminar las tasas de grabación en espacios públicos a las productoras independientes; o si el Gobierno de España da cuatrocientos palos a los nuevos votantes, a los que vamos tirando con un salario bajo nos podría entregar la mitad para ver teatro.

Solo hay que poner la cabeza en el largo plazo, no en las urnas. El derecho a la cultura, todavía, es universal.

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