Tribuna

José Ángel saiz meneses

Arzobispo de Sevilla

Benedicto XVI: un hombre sabio, bondadoso y valiente

Benedicto XVI: un hombre sabio, bondadoso y valiente Benedicto XVI: un hombre sabio, bondadoso y valiente

Benedicto XVI: un hombre sabio, bondadoso y valiente / rosell

Esta mañana, en el Sagrato de la Basílica de San Pedro de Roma, concelebraré en la Santa Misa exequial por el difunto Sumo Pontífice Emérito Benedicto XVI, presidida por el Santo Padre Francisco. Nos ha dejado un hombre sabio, bondadoso y valiente, al que el Señor bendijo con un carisma y un liderazgo que ejerció con estilo propio a lo largo de su Pontificado. Lo comprobamos desde el primer momento, por su entrañable sencillez, que atraía a personas de toda condición; por su profunda espiritualidad, que se podía captar en gestos y actitudes; por su incomparable altura intelectual y su búsqueda infatigable de la verdad. Un liderazgo de palabras y contenidos que comenzó a romper prejuicios cuando, en la homilía de su inicio de ministerio petrino, en este mismo lugar, comunicó el programa pastoral para su Pontificado diciendo: "Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia".

A lo largo de los años fuimos constatando el acento que ponía en la centralidad de Cristo, algo que tuve ocasión de percibir con anterioridad, en la visita ad limina que los obispos de España realizamos el año 2005. El sábado 26 de febrero participé en una reunión con el cardenal Joseph Ratzinger, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que él presidía. Tuvo lugar una exposición seguida del correspondiente coloquio, y durante el diálogo, me llamó la atención un matiz que se repetía en sus intervenciones, que se podría resumir de esta manera: lo esencial, lo verdaderamente importante en nuestra misión pastoral es propiciar una experiencia religiosa profunda en las personas, un encuentro personal con Cristo, que cambie sus vidas, que les cambie el corazón. Sólo así podrán asimilar la doctrina y vivir los preceptos morales.

Descubrí a una persona muy diferente del estereotipo que se había presentado en algunos medios de comunicación. Me pareció un planteamiento muy personalista y cristocéntrico tanto de la vida cristiana como de la acción pastoral. Posteriormente, en el magisterio que nos fue ofreciendo a lo largo de todo su Pontificado, sus intervenciones estaban fundamentadas en ese mismo planteamiento: el cristianismo no es un mero conjunto de doctrinas y de normas, que puede acabar convirtiéndose en un pesado fardo que es preciso cargar a lo largo de la vida. Por el contrario, consiste en una fe sencilla, profunda y rica, en Dios, en un Dios que tiene rostro, un rostro humano, un Dios que salva, que reconcilia, que une, que vence al mal con el bien, al odio con el amor, y que nos trae la paz. Más aún, como resume magistralmente en el inicio de la carta encíclica Deus caritas est, "no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (n. 1).

La misión de la Iglesia en el mundo, su acción pastoral, debe propiciar ese encuentro con Cristo que transforme la vida de tantas personas sedientas de sentido, sensibles a las causas nobles, generosas cuando se precisa su solidaridad; personas que se hacen preguntas y que son receptivas en cuanto arrancan un hueco de silencio y de reflexión. Pero es necesario que reciban una presentación clara, un testimonio cristiano de vida, individual y comunitario, con su fuerza irresistible cuando es auténtico, con su capacidad para superar los prejuicios. Es necesario un anuncio explícito, con naturalidad, sin complejos, con la serenidad y la fuerza de quien ha encontrado el sentido y el camino de su vida. Y entonces, no es extraño que se produzca la adhesión del corazón, la conversión profunda, la fascinación por Cristo, el gozo irreprimible de quien ha encontrado un tesoro.

Siguen gozando de plena actualidad aquellas palabras inolvidables que nos dirigió aquí mismo el 24 de abril de 2005, en el final de la homilía de la misa de inicio de su ministerio, dedicadas especialmente a los jóvenes, que pude escuchar a poca distancia: "Quien deja entrar a Cristo en su vida no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida". Defensor de la verdad, maestro de la fe y la razón, corazón humilde y bondadoso, gracias por tu palabra y por tu ejemplo. Descansa en paz, Papa Benedicto, en el encuentro definitivo y gozoso con el Señor.

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