Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Catedrático emérito de la Universidad CEU-San Pablo

Botellones

Se iguala el derecho del joven a pasarlo bien a altas horas de la noche con el del adulto o el joven no participante en la bacanal a descansar y reponer fuerzas

Botellones Botellones

Botellones / rosell

En los últimos tiempos, con motivo de la pandemia, ha salido a la palestra informativa el tema de los botellones. El fenómeno, sin embargo, tiene ya varias décadas tras de sí. Muchas personas los han padecido o los han disfrutado, según la edad de que se trate. El tema tiene una insoslayable vertiente social y cultural, y como tal queremos aquí abordarlo. Su observación detallada posibilita un campo de reflexión único para analizar y conocer la deriva protagonizada por la juventud en particular y por la sociedad española en general desde los días de la Transición política.

Lo primero que llama la atención en el botellón es la extensión del fenómeno, su capacidad de convocatoria y la atracción que suscita entre los jóvenes. Aunque su ámbito inicial haya sido la urbe, también se ha hecho presente en pequeñas localidades del medio rural, porque la comunicación se extiende ya a todas partes y siempre hay un cierto mimetismo de las segundas con relación a la primera.

La congregación nocturna indiscriminada y masiva de jóvenes, generalmente en fines de semana, en torno al alcohol y la droga, en un espacio poblado o próximo a este, representa a nivel colectivo la inversión de un orden natural: aquel que señala el día para la acción, sea esta el laborar, pensar o entretenerse; y la noche para descansar y reponer fuerzas.

Así pues, tal inversión produce la concurrencia en el mismo momento y lugar de ambas necesidades del hombre, la de entretenerse y la de descansar, otrora perfectamente espaciadas. El problema no es que se produzca tensión entre una y otra: las tensiones son inevitables en la vida social. Lo verdaderamente preocupante y hasta cierto punto insólito es la falta de una jerarquización de deberes y derechos que se deriva de la simultaneidad de ambas prácticas.

En otras palabras, que en virtud de la ausencia de una norma (no me refiero estrictamente a la legal) que no sea la del lo hago porque quiero, se llega a situar en el mismo plano el derecho a divertirse, en nuestro caso, además, de una manera estruendosa, antiecológica e insana, con el derecho al descanso y al sueño, sin distinguir tiempos ni espacios. Es decir, se iguala el derecho del joven a pasarlo bien a altas horas de la noche -aunque la ley pueda decir lo contrario- bebiendo, haciendo ruido y ensuciando el espacio que ocupa; con el del adulto o el joven no participante en la bacanal a descansar y reponer fuerzas.

Ni que decir tiene que esta inversión de horarios, blandamente tolerada por las autoridades, es una fuente de conflictos, y que poco o nada se compadece con lo que siempre ha sido la juventud: un tiempo, sin duda, de disfrute, eso sí sano; pero también de aprendizaje y preparación seria para asumir futuras responsabilidades familiares y sociales.

El panorama que se advierte al regreso del botellón, avanzada ya la madrugada, no puede ser más desolador: chicos y chicas ahítos de alcohol, griteríos, conducciones temerarias, dormilonas en bancos, jóvenes sin poder mantenerse en pie…y hasta comas etílicos y abusos sexuales. No quiero decir que todos sigan ese comportamiento, pero sí que los casos son más frecuentes de lo que pensamos. Basta observar con los propios ojos las escenas cercanas al botellódromo, próximo ya el despertar del día o, incluso, amanecido.

Concurren en estos comportamientos igualmente otros elementos, que revelan el origen del tribal festín, donde el hombre se convierte en rebaño, en masa amorfa y anónima. Así, la falta de autoridad y control de los padres o su propia inmersión en las prácticas de sus hijos. A veces me pregunto, qué pasaría si aquellos vieran lo que hacen sus propios retoños en esos macrobotellones, en el curso o al término de los mismos. No sé si es que ya les da lo mismo, no pueden con ellos o comparten ese modo de divertirse y de prepararse para el mañana.

El interés de la autoridad política en no actuar sobre un terreno escabroso que puede restarle votos, y la general carencia de algunas dosis de sentido común que atraigan a los jóvenes hacia otro tipo de actividades, moderando así sus actitudes más extremas y agresivas, es algo que, ciertamente, la cultura decadente de nuestro tiempo no puede ofrecer con carácter general. Siempre habrá quienes busquen justificaciones a estas conductas insolidarias, transgresoras, fruto de un gran vacío existencial (aunque nos hayamos acostumbrado desgraciadamente a ellas) en el paro, la edad, las hormonas o cualquier otra cosa que reste al hecho que comentamos su carácter inquietante y penoso. Entretanto, paciencia, denuncia y a barajar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios