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En el origen de cualquier partido político de cierta envergadura se encuentran siempre cosmovisiones, coyunturas, principios, creencias y líderes carismáticos que configuran sus señas de identidad y lo hacen reconocible. Igual ha ocurrido en España con la imagen de los partidos que habían recuperado la democracia en 1977.
Cuando se celebraron las primeras elecciones libres después de 40 años, excepto los minúsculos partidos nacionalistas el resto del Parlamento tenía un concepto de España bien definido como Estado unitario, eran organizaciones patrióticas en el mejor sentido de la palabra. De modo que la asombrosa conversión del PP de nuestros días al andalucismo de corte nacionalista nada tiene que ver con la figura histórica del Partido Popular. Don Juan Manuel Moreno está alterando de forma minuciosa y consciente el carné de identidad de la organización que dirige.
Los nacionalismos, sobre todo los nacionalismos de pitiminí con ambiciones separatistas que proliferan en las regiones de España, tienen rasgos comunes que ya van apareciendo también en Andalucía. En primer lugar, el invento de unos orígenes fantasiosos y con frecuencia ridículos: una supuesta Andalucía eterna remontada nada menos que a la Atlántida y cuyos restos, según presuntos historiadores y arqueólogos, se encuentran bajo los pueblos del Aljarafe sevillano.
Pero la falsificación de la Historia propia del nacionalismo -cabe aquí recordar la protección que el gobierno nazi dispensó a historiadores y arqueólogos a fin de que apoyasen las míticas raíces de Alemania- es imposible sin un control ideológico de la educación. A la vista está lo ocurrido en Cataluña y en el País Vasco donde niños y jóvenes han sido educados en el odio a España. ¿Va a ocurrir lo mismo entre nosotros los andaluces? De momento, cada vez aparecen más opiniones expresadas en los medios informativos a favor de una supuesta lengua andaluza que debería enseñarse en las escuelas y ser obligatoria en los documentos de la Administración. Parece imposible, pero la gobernanza del señor Moreno ya obliga a institutos, universidades, documentos oficiales y hasta a las reales academias a cumplir las normas del aberrante "lenguaje inclusivo": después vendrá el habla.
Y con la educación y la lengua cualquier nacionalismo buscará controlar los medios de comunicación. No se trata de los mecanismos del Estado totalitario, sino de algo más sutil; algo que no turbe la conciencia democrática del poder político ni la de los propietarios de los medios; se trata del uso habilidoso de la publicidad y las subvenciones que se dan o se retiran. Educación y medios informativos; así se llega al pensamiento único de la mentalidad nacionalista soberana. Según nuestra Constitución no existe más soberanía que la española representada por el Parlamento de la nación. Mas existe una tendencia entre los presidentes autonómicos a considerar soberanas sus respectivas autonomías. Ahora, los dirigentes andaluces del PP parecen a punto de cruzar esa peligrosa línea, ignorando la verdadera personalidad histórica del partido.
Fue en 1978 o 79, con Suárez aún presidente del Gobierno, cuando tres diputados en Cortes por Sevilla -Alfonso Guerra, Rafael Escuredo y un servidor- coincidíamos en la cafetería del hotel donde nos alojábamos. En cierto momento Alfonso Guerra preguntó a Rafael Escuredo sobre sus conversaciones con Rojas-Marcos que eran un empeño personal de Rafael con la finalidad de unir al PSOE con el Partido Socialista de Andalucía (PSA) en una misma organización política. "Estupendamente -respondió Escuredo- la fusión prácticamente está hecha". ¿"Y cuál será el nombre del nuevo partido"? inquirió Guerra. "Partido Socialista Obrero del País Andaluz" nos aclaró Rafael. El comentario de Alfonso fue como un rayo: "O sea, Pesopa". Vi palidecer a Escuredo. Cuando se extendió la noticia entre las filas socialistas de que las viejas siglas del PSOE desaparecerían para dejar paso a un PSOPA estuvo a punto de producirse una insurrección general en las bases del partido de Felipe y Alfonso Guerra.
En 1982 Rafael Escuredo fue elegido presidente de la Junta pero sus pasadas conversaciones con Rojas -Marcos y sus gestos andalucistas desde el Gobierno regional le hicieron perder carisma entre militantes y votantes del PSOE. Su mandato fue breve. Creo que don Juan Manuel Moreno debería tener presente que el andalucismo en Andalucía no suma sino que resta.
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