Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Catedrático Emérito de la Universidad CEU-San Pablo

Cataluña y el mal necesario

Si se quiere mantener la unidad de la nación, como cumple a la Constitución, poco o nada se puede hacer ya sin tensionar, sin firmeza. Las vías para el diálogo están agotadas

Cataluña y el mal necesario Cataluña y el mal necesario

Cataluña y el mal necesario / rOSELL

Imposible sustraerse al tema catalán. A pesar del tedio que produce, su trascendencia es tal que bien merece seguirse. La relación entre Cataluña y el resto de España pareció a los padres de la Transición resuelta con una Constitución de corte autonómico abierto y la consideración de ese territorio como nacionalidad. La historia posterior es un relato de cesiones de los sucesivos gobiernos a cambio de estabilidad parlamentaria y de paz política. El coste para el Estado y España ha sido muy alto. El nacionalismo ha seguido su avance inexorable, saltando incluso por encima del marco legal siempre que ha podido, sin intervenciones de los gobiernos ajustadas a esos desafíos.

¿En qué situación nos hallamos? El nacionalismo catalán ha apostado por el órdago a la mayor, a pesar de sus divergencias internas y corrupciones, tras conseguir cotas muy altas de poder, y se ha mostrado manifiestamente desafiante, sin pretensión alguna que se sepa de ceder un ápice en sus pretensiones. Nunca ha tenido que morder el polvo. Está crecido.

Consecuentemente, en la tesitura actual solo caben dos salidas, por supuesto adobando cada una de ellas con todos los celofanes que se quiera: o se cede a las propuestas separatistas de amnistía y referéndum de autodeterminación o habría que emplear mano dura para frenar el desafío y desmontar el entramado que lo sostiene. Si se quiere mantener la unidad de la nación, como cumple a la Constitución, poco o nada se puede hacer ya sin tensionar, sin firmeza. Las vías para un diálogo fructífero, sin que las pérdidas recaigan del mismo lado, están agotadas. Pero qué duda cabe que aceptar esto es muy duro y tiene un precio. De ahí que nadie se atreva a pagarlo.

Vivimos una época donde domina la cultura del consenso y el diálogo por encima de cualquier otro valor. Invocarlos es muy socorrido. Aunque ambos se vulneren sutilmente con no escasa frecuencia, la mentalidad ciudadana los ha asumido. El uso de la contundencia, incluso cuando viene exigido por la protección de la democracia y la legalidad, es muy mal aceptado (recordemos las dificultades para la aplicación del 155); a veces causa daños colaterales. Por otra parte, los grandes valores de otrora (la patria, la justicia o el honor) se hallan hoy muy debilitados. Es, por tanto, una medida altamente impopular, aunque pueda venir amparada por la propia constitución. El tema catalán se ha internacionalizado. Tratándose de España (quizás con otro país no), la UE difícilmente apoyaría el uso de la fuerza, aunque estuviese justificada. Sumemos a ello la indiferencia y el cansancio de la gente ante el problema, y su apuesta por el qué más da.

Así, quienes tienen la obligación de hacer cumplir la ley y la Constitución marean la perdiz. No se atreve el Gobierno (antes se alía con quienes quieren derribarla), la Justicia cedió en su momento (aunque se haya mostrado más sólida en el tema de los indultos). El rey, en contraste con lo que se juega, tiene una actuación tenue en proporción con la magnitud de un reto, que tanto afecta a su propio futuro. Supongo que habrá pensado sobre qué Reino le quedará si lo de la república catalana prospera, y otros más la imitan. ¿De qué será rey Felipe? En cuanto a los partidos, con la excepción de Vox, están del lado separatista o elevan la voz con escasa efectividad. Los empresarios tampoco son muy contundentes. En el fondo nadie quiere coger esta patata caliente, que tanto compromete. De ahí que Sánchez les sea necesario. Él se encargará de hacer el trabajo sucio, probablemente no por sentido de Estado. El PSOE ya lo hizo con ETA (recordemos el olvidado caso Faisán). ¿Quién se acuerda ya de cómo se logró? Lo crucial era que ETA dejase de matar. La manera ha sido, salvo para las víctimas y sus familias, lo de menos, aunque se critique, eso sí, con la boca pequeña. Había que quitarse el mochuelo como fuera.

Ahora de lo que se trata es de sacar el asunto catalán del atolladero sin estridencias, de forma suave, pero, lógicamente cediendo ante las pretensiones de los separatistas. Y eso es lo que hace Sánchez. Es el camino para la amnistía y el referéndum. La oposición se lo encontrará ya hecho, irreversible, y aceptará los hechos consumados. Aquí nadie quiere mojarse a fondo, ni significarse en exceso.

Sin duda, a pesar de tanta frase hecha, perderá la idea de España, la unidad e inviolabilidad de la misma. Pero, ¿a cuántos les interesa hoy este país, como para jugarse la paz y el bienestar por él? Vivimos tiempos de parálisis, pensamiento débil, pragmatismo, de preocupación prioritaria por la salud y el día a día. Nadie o casi nadie se comprometerá a tope. El problema, pues, se plantea en otros términos: habrá que prepararse para nuevas solicitudes de independencia o de Estado adscrito. ¿Cuál es el límite? Cataluña será un referente. Abierta la caja de Pandora esta ya no se cierra fácilmente.

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