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Tribuna

Antonio Díaz

Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Cádiz

ChatGPT o cómo enseñarles a vivir en su futuro

PARA quienes no estén muy familiarizados, ChatGPT es un chat pero que, en vez de tenerlo con amigos en WhatsApp, lo tenemos con una Inteligencia Artificial (IA) que da respuesta a todo lo que le preguntemos, y que se ha alimentado y aprendido de casi todo lo que hay disponible en Internet. No hay que detenerse mucho para que comprendan la revolución que ha supuesto disponer de un sistema que es capaz de hacer en minutos muchos de los trabajos que en la Universidad les pedimos a nuestros estudiantes.

Cuando escuché el nombre por primera vez se me vino a la cabeza la musiquita de la película Mary Poppins "Chim Chim Cher-ee, Chim Chim Cher-ee". Era divertido, sin duda, pero rápidamente se veía que aquello no era un juguete sino una tecnología disruptiva, algo que cambia las reglas del juego. Y sin duda debe ser serio porque el pánico ha cundido no solo en los claustros académicos, sino en las redacciones de los periódicos, en las agencias de viaje... ChatGPT será un tsunami que llegará con el inicio del próximo curso académico. Casi seguro que para entonces no habremos comprendido aún su magnitud ni efectuado ninguna adaptación. Como reacción, iniciaremos la caza del trabajo gepeteado, albergando dudas sobre autorías -que no podremos resolver- y lanzándonos a organizar pruebas y trabajos de forma que el sibilino y maquiavélico estudiante no nos la pegue y nos dé gato por liebre. Y, además, soñaremos con su malévola sonrisa cuando le pongamos un 9 a un trabajo que no detectamos que hizo el ChatGPT y que nos dejará en ridículo por nuestra incapacidad ante el ardid.

Esta IA nos preocupa porque cambia las reglas del juego. Lo ha hecho rapidísimamente y esto es quizá lo que más nos ha asustado, lo de improviso que llegó y su enorme capacidad de mutación social, como, de hecho, tiene toda tecnología disruptiva que se hace accesible (gratis) a un gran público. Pero no es la primera vez. ¿Recuerdan el pánico que creó la calculadora Texas en los años 80? Esa calculadora científica que permitía hacer logaritmos neperianos y cosas que no sabemos ni cómo se hacen ni para qué usarlas, pero que había que aprenderlas y nunca dejar que la gran Texas lo hiciera por nosotros. Aquello que fue una tecnología avanzada lo tienen ahora en su móvil. Por favor, cojan su teléfono, activen la calculadora y pónganlo en horizontal. ¡Ahí está!, ¡tienen en su teléfono la amenaza a la educación de los ochenta! Sin embargo, ha generado las generaciones de niños y niñas que han desarrollado todos los avances científicos de las últimas tres décadas. O pensemos también en las críticas que se hicieron cuando el libro sustituyó al papiro y se habló de que el alma del relato moriría cada vez que se pasara de página, y ¿qué me dicen del libro electrónico que sería el fin del libro? Lo importante es leer, no dónde se lee.

El centro del problema no es por tanto la tecnología, es olvidar que el estudiante es el centro del proceso educativo.

Amable lector, por favor, hágase usted la siguiente pregunta: ¿preferiría que le tratase de una enfermedad una doctora recién salida de la Facultad o una IA que conoce 2,3 millones de casos sobre patologías similares a la suya? Yo lo tengo claro. Ese diagnóstico sería luego corroborado por la doctora, pero ¿para qué hacerle leer millones de expedientes -algo además imposible- si lo puede hacer la IA? O dígame usted: si se enfrentara a una pena de prisión, ¿preferiría que le defendiera uno de nuestros brillantes egresados o que lo hiciera, pero ayudado de una IA con miles de sentencias que le dan a usted la razón? Entonces, querido lector, si tenemos claro el futuro: ¿por qué esta cerrazón a prepararlos para que vivan y trabajen en ese futuro?

Debemos reconfigurar el modelo de enseñanza. La IA nos va a simplificar el procesamiento de datos, como hizo la calculadora. Desplacemos el foco. Podemos, por ejemplo, plantearles casos reales y darles dos meses para que los preparen. Que utilicen lo que quieran, desde un papiro hasta la IA y luego trabajaremos en el aula durante varios días y que discutan y que justifiquen por qué priorizaron una información sobre otra, que transaccionen entre equipos para llegar a un único diagnóstico, que digan qué significa lo que han encontrado y que sean capaces de proponer acciones y políticas que mejoren ese problema. Como me decía un amigo empresario: "yo contrato a la gente para que me resuelva problemas y para que no me dé más de los que ya tengo". Hay docenas de metodologías docentes que podemos explorar, pero todas ellas deben partir de la base de que, para vivir en su mundo, necesitarán de competencias y de habilidades diferentes a las nuestras.

Mary Poppins era una niñera revolucionaria para su tiempo con técnicas pedagógicas innovadoras que todos copiaron. Y GePeTo era el padre de Pinocho, un muñeco de madera que un hada de pelo azul convirtió en un niño. Los cuentos ayudan a transmitir a los niños los valores comunes de una generación a la siguiente. Creo que con la IA será igual, pero no me pueden negar que ¡cómo ha cambiado el cuento!

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