Tribuna

José María Agüera Lorente

Catedrático de Filosofía

Conciencia ciudadana

No creo que los aplausos fuesen expresión de una conciencia cívica, sino desahogo del temor de rebaño que necesitaba ser compensado mediante la expresión de un gesto tribal

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Conciencia ciudadana / rosell

Empecé a escribir las reflexiones que siguen bajo la impresión que me causó la asistencia a la enésima manifestación a favor del sistema público de salud el pasado sábado 12 de junio. Convocadas en diversas ciudades de la región de Andalucía por la Mesa para la Defensa de la Sanidad Pública, en esa ocasión se trataba de denunciar el deterioro y de exigir una mejora del servicio que se presta a sus usuarios. El lema: Atención primaria, la vacuna contra la privatización. En el comunicado de convocatoria se pedía a la ciudadanía que hiciera pública su protesta "por el deterioro imparable de la sanidad pública", el cual constituye ya una tendencia iniciada hace más de diez años, de forma evidente con los recortes que generalizadamente padecieron los servicios públicos con ocasión de la crisis económica de 2008. Denunciaba asimismo el colectivo convocante que en la atención primaria y la salud comunitaria es donde más financiación se ha perdido y más se sufre el deterioro, precisamente en los niveles del sistema de salud pública más importantes para garantizar su eficacia.

No me fue difícil contar el número de los que asistimos a la concentración de Granada: ochenta y seis. Salvo ocho jóvenes veinteañeros, todos de esa generación a la que ahora se denomina en la jerga de las redes sociales con el término boomer (tengo entendido que la palabra deriva de baby boom, expresión con la que se identifica a la generación de los que ya hemos alcanzado una provecta edad).

En una plaza de Granada estuvimos de pie, con nuestras pancartas, oyendo varios discursos reivindicativos a la par que críticos, sin merecer atención ninguna de parte de los transeúntes ciudadanos y poca de los medios de comunicación a juzgar por la inexistente presencia de reporteros, a no ser que estuviesen de incógnito. Sin que se cumpliese una hora desde el inicio de la reunión la dimos por terminada con un aplauso. Menos sonoro sin duda que aquellos de los balcones, que se apagaron para dar paso a las caceroladas contra el Gobierno hace más de un año por estas fechas.

Con el ánimo aún conmovido por la escasa presencia ciudadana en la concentración, el ritual de los aplausos del confinamiento se me antojó más que nunca de un cinismo éticamente repugnante. ¿A santo de qué se batía palmas entonces cada tarde? La heroicidad se dirá. Ahora bien, con el héroe no hay un vínculo de solidaridad, sino de salvación. En estos días, con la creencia de que la crisis sanitaria causada por la pandemia se ha superado, se revela el verdadero significado de aquel ritual de los aplausos. No creo que fuese expresión de una conciencia cívica, sino desahogo del temor de rebaño que necesitaba ser compensado mediante la expresión de un gesto tribal. Pero no ha habido verdadera reflexión que fortalezca la sensibilidad hacia el bien público. La pobre asistencia al acto reivindicativo de la que fui testigo lo prueba.

La noche de la víspera, viernes, salí hasta tarde. Un querido amigo al que no veía hacía meses estaba en la ciudad por un par de días. Tomamos algo en un bar de barrio que cerró, como todos están obligados aquí a hacerlo, al llegar la medianoche. Luego dimos un paseo por el centro. Mientras charlábamos disfrutando de una conversación que solo puede fructificar al amor de la buena amistad pude constatar el ansia por divertirse de un hervidero de gentes, casi en su totalidad jóvenes. Por plazas y calles, vestidos para lucirse, se movían en grupos muchas personas que mostraban una notable excitación, producto del ansia por disfrutar de esas conductas expansivas a las que se les había obligado a renunciar por mor del estado de alarma decretado por el Gobierno. Libertad al fin. Eso es libertad.

No logro evitar establecer un contraste en mi mente entre ambas escenas urbanas: la de la mañana del sábado y la del viernes por la noche. La relación entre las figuras y el paisaje de las plazas me lleva a pensar que el modo en que se usa el espacio público dice mucho sobre qué motiva más a la gente. Explica bastante, por otro lado, del reciente resultado electoral en Madrid. Parece difícil de rebatir la aseveración de que moviliza más a la ciudadanía el cierre de los bares que el deterioro de la sanidad pública. Nuestra recién devuelta libertad se manifiesta predominantemente en la dimensión del consumo. No en la voluntad de fortalecer la cohesión social que se necesita para reencontrarse con un proyecto civilizatorio de corte humanista.

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