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Una encuesta a analistas sociales sobre los desafíos de la humanidad probablemente coincidiría en destacar la sostenibilidad ambiental, el populismo, el aumento de las desigualdades y la tendencia al desempleo masivo como los riesgos a los que ha de enfrentarse la humanidad en las próximas décadas. Siendo los dos primeros muy importantes quiero referirme en este artículo a la posibilidad de que aumenten notablemente el desempleo y la desigualdad, porque ambos riesgos están concatenados y porque vienen determinados por el cambio tecnológico en el marco de una sociedad crecientemente globalizada. Y en ambos casos los efectos se pueden moderar si se adoptan medidas consecuentes por parte de los gobiernos, las empresas y las personas individualmente.
Como analicé en otro artículo en este mismo diario (4.12.16), se han producido diversos informes que alertan del riesgo de pérdida de puestos de trabajo por el desarrollo de la digitalización, la robótica y la inteligencia artificial, que podrían amortizar hasta la mitad de los empleos actuales, lo que, unido a la percepción de la desaparición de múltiples puestos de trabajo en algunas actividades (comercio, administración, transporte, manufacturas) han causado alarma social.
Sin embargo, en los últimos años han proliferado los estudios aplicados que ponen de manifiesto que el balance del empleo agregado a lo largo de la historia ha sido siempre positivo a pesar de las diferentes revoluciones tecnológicas, y que las tasas de desempleo no han aumentado en el último siglo y medio a pesar del intenso aumento de la productividad, de la población total y de la activa, aunque el progreso técnico sí ha permitido reducir el tiempo de trabajo y aumentar el de ocio. Y, como concluye un reciente informe del MIT, "no hay ninguna razón que nos haga pensar que esta tendencia va a cambiar en los próximos años".
Esta perspectiva optimista sobre el impacto del cambio tecnológico en el empleo se fundamenta en la necesidad de nuevos empleos para el desarrollo de las nuevas tecnología, la demanda de servicios indirectos a éstas y, sobre todo, porque el aumento de la renta generará nuevas demandas de empleo (especialmente en salud y ocio) y otras muchos que no podemos imaginar (como tampoco se imaginaba hace un siglo que existiesen algunas de las profesiones actuales).
Pero la previsión de que no disminuya el empleo agregado no significa que se mantenga el empleo en todas las actividades, ni que se mantengan los niveles retributivos actuales. Por el contrario, es previsible que disminuyan los empleos en actividades de carácter rutinario sustituibles por robots o inteligencia artificial, mientras que aumentarán los empleos de carácter creativo y con cualificaciones específicas, y también las tareas manuales no rutinarias y los servicios personales. Esta tendencia tiene su correlato en la desigualdad de retribuciones, pues mientras una minoría de profesionales superespecializados y con habilidades creativas y funcionales con las nuevas tecnologías recibirá remuneraciones elevadas, los trabajadores que realizan tareas rutinarias y automatizables podrán ser sustituidos o recibir retribuciones más bajas, y los trabajadores con trabajos convencionales en actividades no rutinarios competirán por bajos salarios. Una tendencia que acentuará la dinámica de desigualdad que viene conociendo el mundo desarrollado desde hace más de treinta años y que se convierte en el gran reto del futuro.
Un reto que será de desigual intensidad para países y regiones, pues los nuevos empleos vinculados a las nuevas tecnologías se localizarán especialmente donde existan condiciones más favorables, como la dotación de personal cualificado, un mercado de trabajo flexible, condiciones favorables para el cambio tecnológico, regulaciones y gobernanza pública que favorezcan la incorporación de nuevas empresas y tecnología, un tejido empresarial denso y cualificado, costes competitivos, una sociedad con valores favorables a la innovación, etc.
En consecuencia, es necesario dotarse de los factores favorables a la implantación de actividades de las nuevas tecnologías, responsabilidad tanto de las empresas y los ciudadanos y como de los gobiernos. Estos deben de abordar nuevas políticas: de formación que provean de nuevas habilidades y competencias en las nuevas tecnologías, y que atienda la necesidad de reciclaje y formación continua; facilidades para la innovación y para la creación de nuevas empresas tecnológicas; modernización de la regulación laboral y políticas activas de empleo más eficientes; y políticas redistributivas, que promuevan más intensamente la igualdad de oportunidades y que atienda a los marginados por el cambio tecnológico.
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