Tribuna

Alberto Hernández Gainza

Profesor de la Universidad de Granada (Fisicoquímica)

Discapacitados: camino de la libertad

Discapacitados: camino de la libertad Discapacitados: camino de la libertad

Discapacitados: camino de la libertad / rOSELL

En el momento presente todo parece indicar que las personas discapacitadas, aunque tengan reducida su calidad de vida, no obstante, están en uno de los mejores momentos de la historia. El avance continuo de la tecnología les ha mejorado notablemente su adaptación al medio físico natural y al entorno laboral. Por otro lado, han aparecido leyes que incluyen discriminación positiva y que facilitan su inserción y que compensan la palmaria desigualdad, lo que les permite equilibrarse con los otros ciudadanos. La búsqueda del equilibrio del ser humano con el entorno natural hizo nacer la ciencia y, con el social, hizo nacer la política. Y ambas nacieron junto con la democracia y la libertad. Ciencia y política serán las que conducirán a estas personas a la libertad. Su pasado es terrible. Baste recordar que el Tercer Reich, ideó el holocausto para los discapacitados. La principal luz para ellos proviene de sus asociaciones que les prestan servicios, apoyo y, les adiestran en las tecnologías inclusivas y en las habilidades sociales, intentando superar así su pasado y, buscando su inserción laboral y social, es decir, su libertad. Con idéntica dirección, las instituciones, en los últimos años, vienen elaborando ajustes laborales, incluso personalizados, y han creado un protocolo de prevención y lucha contra el acoso en el trabajo. Aunque estas nuevas actuaciones están dando sus frutos, sin embargo, se puede decir que todavía es excepcional que los discapacitados físicos trabajen fuera de sus asociaciones, lo que sugiere el escaso avance real, a pesar del gran avance tecnológico, legal e institucional. Intentaremos entender por qué la inserción sigue siendo rebelde a tanto esfuerzo, y cuales podrían ser sus posibles causas y mejoras.

Las viejas conductas de exclusión, que pueden heredar estas minorías, son nuestro lado irracional que gobierna nuestra conducta sin que nos demos cuenta, y que debemos tener presente para que no se malogre el delicado camino de la inclusión. El discapacitado, inconscientemente como todos, asume esta irracional herencia y, normalmente, ante la discapacidad congénita o sobrevenida, éste, abrumado, se autoexcluye o, si se lo ofrecen, colabora en la exclusión, de la que después, podría arrepentirse. Pocas veces accede al trabajo fuera de sus asociaciones, o lo continúa en la discapacidad sobrevenida. En estos casos, la presencia del discapacitado, en un ambiente laboral competitivo, cuando menos, produce extrañeza y, puede tener digamos un efecto de alivio sobre las inseguridades que a todos nos asaltan, instalándonos, sin buscarlo, en una zona de confort inconsciente. Pero, el discapacitado, intentará ser también competitivo y, podría llegar a sacar de su zona de confort a algunos de sus afines. Lo normal, es aceptarlo, pero quizás alguno se sentirá agredido por la competencia del discapacitado y reaccione contra él, intentando demostrar que es un incompetente y seguir así en su zona de confort. A veces, esto puede llegar a convertirse en continuas conductas de discriminación y acoso, que tienen por objeto provocar el desajuste y la exclusión laboral. Este lúgubre fin parece fácil de lograr por la vulnerabilidad del discapacitado y el prejuicio, muy generalizado, de que este trabajador es poco competente. Estas desventajas suponen un aumento del riesgo de sufrir acoso, como corrobora el dato de que una de cada cinco mujeres maltratadas es discapacitada. Su prevención, contemplada institucionalmente, es difícil por su carácter solapado e irracional y pienso que necesita el complemento adicional de una justicia más rápida que la existente para estas minorías. Conjuntamente, el protocolo institucional y una justicia rápida se potenciarían y, posiblemente, sí serían disuasorios y laboralmente inclusivos.

La tendencia a la irracional exclusión motivada por herencia o costumbre, complejidad del trabajo y dificultades inherentes a cada discapacidad hacen que la idea de la inclusión, fruto de la voluntad consciente, la razón y el corazón, sea para el discapacitado y quienes le ayudan un viaje a través de la adversidad. Permitir su exclusión es fomentar el silencioso exilio de personas únicas. A mi juicio, no es suficiente, en general, acceder a un trabajo y a la protección de unas ayudas extras. El trabajador discapacitado necesita que se le valore y que se invaliden los prejuicios de incompetencia y de exclusión, irracionalmente heredados. También el apoyo de un técnico que le ayude a desenvolverse en su trabajo, al menos al principio y que haya una comisión independiente que se asegure de que los ajustes laborales se cumplen, y de que no hay acoso. Finalmente, este necesita, dadas las múltiples dificultades, un estímulo retributivo ya que puede ser más rentable darse de baja o incapacitarse que seguir trabajando. Todo este esfuerzo debería hacerse, no ya por razones de respeto, justicia o solidaridad sino por lo que los discapacitados, sencillamente, nos dan: la conciencia de nuestro destino, de nuestro valor intrínseco como humanos y la pauta de nuestra personalidad en la lucha por la vida.

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