José María Agüera Lorente

Donald Trump en Twitter

La tribuna

Para un populista, Twitter es la mejor vía de transmitir al pueblo sus egregios designios, ya que entiende que sólo ha de rendir cuentas ante él

Donald Trump en Twitter
Donald Trump en Twitter

05 de enero 2017 - 02:08

Trump ha roto con la norma no escrita de que el presidente electo de los Estados Unidos de Norteamérica informe en rueda de prensa de sus primeras decisiones relativas a la conformación de su Gobierno al preferir servirse de Twitter. Para un populista es la mejor vía de transmitir al pueblo sus egregios designios, ya que entiende que sólo ha de rendir cuentas ante él. Los medios de comunicación institucionalizados como tales, los acreditados para asistir a las ruedas de prensa, son parte integrante del establishment que el magnate norteamericano tanto atacó en su campaña electoral. Entre el pueblo y su mesías no cabe intermediación.

Hace años, con ocasión de la irrupción de Wikileaks en el escenario mediático, la veterana y prestigiosa periodista Soledad Gallego-Díaz publicó un artículo titulado Aprendizaje cívico, en el que exponía una razonada defensa de la imprescindible función de los medios de información en las así llamadas sociedades abiertas. Según la periodista, el medio responsable debe "intentar no solo responder a las preguntas que se hacen los ciudadanos sino, sobre todo, ayudarles a formular las preguntas correctas, esenciales precisamente para su comportamiento cívico. La primera de esas preguntas es siempre '¿Quién decide por mí? ¿Cómo ha llegado a esta decisión? ¿Qué datos maneja y qué objetivos persigue en mi nombre?".

Twitter no parece el medio más adecuado para facilitar esa vía de comunicación necesaria con la opinión pública, si es que nos preocupa la formación cívica de la misma. Antes bien, me da que tiende más a la promoción de unos hábitos expresivos poco afinados en la templanza de la reflexión -que exige, como señala oportunamente la periodista recién citada, la interrogación- ya que cuesta muy poco apretar el gatillo de la opinión y dispararla sin más en la comuna de los opinantes; tampoco hay que elaborarla mucho, porque el mensaje a la fuerza ha de ser breve -incluso puede el emisor fardar de sugerente, enigmático, aforístico o qué sé yo-. Es un medio muy acorde con esta cultura pseudoigualitaria en la que se idolatra el derecho de cada uno a decir lo que piensa con la exigencia por delante de que sean respetados cualesquiera sean sus puntos de vista. Sobre esto escribió hace más de una década Fernando Savater un insuperable artículo titulado Opiniones respetables. En él alude a los que denomina "opinantes encallecidos", aquellos que hacen un "uso espurio de la opinión", identificando su dignidad con la veracidad de lo que sostienen.

Me pregunto si la afición creciente a los tuits no fomenta ese uso espurio de la opinión, que se muestra más que de ninguna otra forma como la expresión de un parecer personal en el que tiene más peso la identificación de un punto de vista que la exposición de razones que se comparten públicamente para su discusión. ¿Puede conformarse así un paradigma de opinión pública menos dado a la reflexión alejada de personalismos y basada en el razonamiento dialógico? Porque el auténtico diálogo puede acabar enfrentándonos a nuestras incoherencias o revelar la ignorancia que ocultan nuestras más fuertes convicciones, en la mayoría de los casos, seguramente, una amalgama heterogénea de imágenes, conceptos, frases hechas y criterios que, en su mayor parte, no ha construido el opinante encallecido, que no sabe que son herencia de legados culturales diversos. Tomar consciencia de ello implicaría seguramente un distanciamiento de la opinión subjetiva respecto de la noción y valor de la identidad propia, lo que seguramente lo situaría en una mejor disposición para, llegado el caso tras un auténtico intercambio de razones, desprenderse de sus convicciones, lo que ya no se sentiría como un menoscabo de la dignidad por parte de quien expone su parecer.

Sería nefasto que el modelo del tuit acabara desplazando al diálogo en su función conformadora de la opinión pública. En Twitter la palabra se torna una suerte de disparo que ha de ser contundente y rápido, más efecto reflejo que reflexivo, algo que no cuesta elaborar y que tampoco requiere de mucha calidad formal, pues su emisión no es nada costosa ni ha de superar ningún filtro cualificado; cualquiera con una cuenta de Twitter lo tiene al alcance de la mano, como el revólver que lleva al cinto todo vaquero en las películas del oeste americano. El medio de expresión ideal para alguien de gatillo fácil como parecer ser el caso de Donald Trump.

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