Manuel Bustos Rodríguez

España en la encrucijada

La tribuna

España en la encrucijada
España en la encrucijada / Rosell

16 de septiembre 2023 - 00:00

No era mi intención tratar aquí el tema que encabeza mi artículo. Lo ha sido en numerosas ocasiones en estos últimos meses por columnistas más diestros en este género literario. Pero, como historiador y ciudadano, no puedo dejar de salir también a la palestra en este delicado (y triste) momento de nuestra historia. Al menos para tranquilizar mí conciencia pensando que no dejé pasar esta ocasión trascendental.

No cabe ningún autoengaño ni benevolencia con respecto a lo que estamos viviendo y lo que aún queda por ver. Se trata de la fragmentación de la nación española y, por ende, su desaparición como tal, después de siglos de convivencia, con sus tensiones propias, pero no irreversibles. Muchos españoles podemos quedar sumidos en unos años en una injusta, aunque quizás merecida, orfandad, si no se actúa con prontitud. Va todo muy rápido.

He escrito en numerosas ocasiones sobre los orígenes de la situación actual, que se quiera o no, pone en entredicho el éxito tantas veces exaltado de nuestra Transición Política. Porque es verdad que hasta hoy se ha salvado la unidad y la democracia, ¿pero a qué precio y por cuánto tiempo? Paralelamente se ha desarrollado un proceso destructivo que conduce a donde hoy estamos. Nuestro borrón y cuenta nueva de entonces se cobra un alto tributo.

Ya no sirve de mucho, ciertamente, recordar las pasadas décadas, pero qué duda cabe que la responsabilidad de lo que está ocurriendo es compartida, en diferente grado, y toca a muchos. Por supuesto, en primer lugar, a los partidos secesionistas, cuyo objetivo rara vez silenciaron; mas también a los grandes partidos articuladores del sistema que no cesaron ni un momento de hacerles concesiones envenenadas. Y, cómo no, al pueblo soberano que ha venido ratificando con sus votos la situación e, incluso, en las últimas elecciones, agravándola, sabiendo (o debiendo saber) por donde iban los tiros. Dicho sea en su descargo la dificultad de elegir, en medio de una política nacional tan falseada, sin riesgos. Se entiende dicha actitud en quienes están por el separatismo o la ruptura; es incomprensible en cambio en quienes no van a recibir beneficios directos, al menos visibles, de lo que se avecina.

Entre lo más escandaloso está la postura de la izquierda. ¿Quién nos iba a decir en el tardofranquismo y en los inicios de la democracia que ella, y en especial el socialismo, tomarían la deriva actual. Tal vez debimos haber leído mejor lo sucedido durante la II República, que creímos erróneamente superada. El silencio actual de sus militantes de base es explicable en algunos casos (su bienestar y el de sus próximos, la filiación incombustible a unas siglas, su odio –fomentado hábilmente en los últimos tiempos- a una derecha imaginaria), pero no en otros tantos. Tal vez, algún día se valoren cabalmente estos años, aunque empiezo a temer que una nueva ley de memoria histórica pueda velarlo. La capacidad de olvido y tergiversación es infinita.

De seguir adelante el proceso, sin una interrupción del mismo, ¿cuánto piensa el lector que falta para que España se convierta en un rosario de demandas de referéndums, similar al que ya vivimos con la creación del Estado de las Autonomías? La primera es la de Cataluña; pero ahí está también el PNV, y no digamos los filoetarras, a la espera de recoger las nueces del árbol que mueven los catalanes. Y la de los gallegos, hasta ahora en un ten contén, valencianos y canarios... No podemos perder de vista el efecto contagio, al igual que la posibilidad de que este salte las fronteras pirenaicas.

Luego llegarán los expansionismos (ya iniciados) de las nuevas naciones. Los catalanes reivindicando las Baleares, el sureste francés y el antiguo Reino de Valencia. Los vascos Navarra; los gallegos, El Bierzo. Y suma y sigue. No hay Estado ni nación que pueda sostenerse así.

La rabia contenida provocada, contrasta con la escasa reacción, frente a la gravedad del hecho, que está encontrando. El rey, salvaguarda de la unidad nacional, todavía no ha movido ficha. ¿Sobre qué país reinará él o su hija en el futuro? La ciudadanía está en otras cosas; los medios en general tampoco se arriesgan mucho y, entre los partidos de la oposición, al PP no se le ve una alternativa convincente, y Vox sigue ninguneado y con oportunidades de incidir reducidas. El problema alcanzó tal nivel, que el miedo a actuar con eficacia les resulta paralizante.

Se vislumbra, pues, un panorama de incertidumbre y temor. La U.E., referente próximo, no está para meterse en más líos (sobre todo, cuando el propio Gobierno apoya a quien antes merecía condena). El pueblo soberano navega mientras entre el buenismo evasivo y acomodaticio y el desánimo resignado, aun cuando los hay también (existe gente para todo) que ven hoy más cerca el cumplimiento de su utopía populista. Ese mismo pueblo soberano que, a lo mejor, tiene que volver a votar.

stats