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Empezamos a ser mayores cuando nos sorprendemos diciendo: “Antes sí que jugábamos los niños, todo el día en la calle, no ahora con las pantallitas…”; “¿Música? música la de antes, no el reguetón ese que cantan como si llevaran un polvorón en la boca”; “El Padrino. Eso es un peliculón, no la pamplina de…”. Acompañan a la aparición de semejantes expresiones unos inconfundibles ruiditos al sentarnos en el sofá cheslong. Es inevitable pasar ese rompeolas, ese ecuador vital al que algunos llaman “darle la vuelta al jamón”, y empezar a ver el mundo y sus novedades con cierta distancia. Es casi imposible que ya ningún cantante o grupo nuevo nos vaya a gustar más que Los Beatles o Iron Maiden (añada usted los suyos). Nuestro corazón está hecho a unos compases, sus fibras vibran con unos sonidos y no con otros, y la capacidad de apertura a lo nuevo se va estrechando. No me refiero a que nos guste el grupo Greta Van Fleet. Obviamente, a todo fan de Led Zeppelin le gustarán, pues son como sus continuadores redivivos. No, me refiero a vino nuevo en odres nuevos, a un paradigma estético y de comunicación completamente actual, cuyos parámetros los cuarentones no podíamos haber imaginado.
Aquí es donde aparece la figura de Ibai Llanos. Un muchacho escandalosamente joven, con cara de buena gente, que se abre camino con su simpatía en el mundo de los influencer y de los comentaristas de e-sports y llega a ser el más visto en Twitch, archiseguido en YouTube, socio de Gerard Piqué, uno de los presidentes de la Kings League, facturando millones de euros, y creador de La Velada del Año, que hace un par de meses celebró su tercera edición en el Estadio Civitas Metropolitano de Madrid. Semanas después, en el mismo lugar, la final de la Kings League. Amigos lectores: yo estuve en ambos eventos, y he vuelto para contarlo. No es que me enviase el periódico como cronista de guerra, sino que mi hijos querían ir y yo, que soy un papá-mimón (eso dice su madre), no pude evitar comprar entradas. Por cuestión de espacio, me centraré en el primero de los eventos. En primer lugar, el formato: el evento de Ibai, de más de seis horas de duración, estaba articulado entre combates de boxeo amateur, en que se enfrentan youtubers de países diferentes, femeninos y masculinos, jalonados por actuaciones musicales y salpimentado por los comentarios de los componentes de la mesa, con Ibai en el centro, que se toman su labor como si de una sesión de streaming se tratara. Porque, de hecho lo es: este año ha vuelto a ser récord de usuarios conectados al directo, casi ¡tres millones y medio! en el pico máximo. Con concesiones a los padres viejunos, en forma de actuación de Estopa –ojo: de teloneros– y Rosario Flores con el No dudaría que puso en pie a la mocedad. El resto: Eladio Carrión, que hizo bailar a setenta mil personas, actuación sorpresa por cierto, María Becerra, Lola Índigo, Quevedo, Feid, Milo J, Nicki Nicole, Duki y Ozuna (aquí ya paroxismo total y vibración del cemento del estadio). Y una conexión en directo con El Rubius, estrenando trailer desde Japón. El último combate (Coscu Vs Germán Garmendia) fue, además, muy emocionante en lo deportivo.
En segundo lugar: el público. En el metro coincidimos con la riada de chavalería con bolsas de patatas y cocacola. Nada del hachís o el ácido de Woodstock. Nada de la violencia del punk o de los peores hinchas del fútbol. Muchachitas con sus móviles haciendo stories en Instagram, chavales felices de ver en carne y hueso a sus admirados youtubers.
En tercer lugar: el concepto de espectáculo y multiconexión. Ibai les lleva entretenimiento, todos los días y gratis, a sus pantallitas. Una vez al año los convoca para verse todo el mundo las caras y gozar del entusiasmo de masas. A mí el reguetón, salvo el de Rosalía, no me hace mucho tilín. Pero he de reconocer que hubo una fuerza y una emoción colectiva en las actuaciones de Eladio Carrión u Ozuna que no recordaba desde los Stones en el Bernabéu, o U2 en el Estadio Olímpico de Sevilla. Ver a mi hijo cantar todas las letras de memoria (las que canta cuando se ducha) me recordó cuando vi a los Maiden por primera vez.
Al terminar, yendo hacia los metros, buses y cabifaises, la sensación que me quedó fue de agradecimiento. He recibido ciertas bromas de amigos de mi edad por haber acudido a La Velada del Año. Ellos se lo pierden. Yo he vislumbrado el mundo de mis hijos –Brave New World– y me ha parecido luminoso y alegre. En todo caso, es el suyo.
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