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Las elecciones municipales son importantes porque, en contra del relato de quienes alardean de ser extraterritoriales por definirse como “ciudadanos del mundo”, la vida de la inmensa mayoría de las personas se desarrolla en un territorio más o menos acotado: en un municipio, área metropolitana o comarca de un país o región. Sin duda, viajamos hoy más que antes, por motivos laborales, profesionales o vacacionales, pero el grueso de nuestras vidas se desarrolla en una ciudad o pueblo.
Es en nuestro municipio, e incluso en nuestro barrio, donde hacemos nuestras compras cotidianas, sacamos a pasear a nuestros hijos o nietos –y/o a nuestro perro, si lo tenemos–, nos tomamos una cerveza y tapeamos, vamos al centro de salud, entramos en la asociación vecinal, peña o hermandad si pertenecemos a alguna y, con frecuencia, podemos mantener la costumbre de dar los buenos días porque nos cruzamos con conocidos…
Mucho de esto se está perdiendo, sin duda, debido a la gentrificación y turistización salvajes que, con la complicidad de las administraciones, vienen impidiendo, desde hace años, la reproducción vecinal por la expulsión de familias y pequeños negocios arraigados desde generaciones. A pesar de esto, el municipio (o el área metropolitana) sigue siendo, en gran medida, el centro de nuestras vidas. Y es que lo local no queda anulado por lo global ni es necesariamente la traducción de lo global a pequeña escala. El que sea esto es lo que pretenden los poderes económicos y políticos dominantes. Como durante décadas he transmitido a mis alumnos, la globalización homogeneizadora no es la única dinámica existente hoy a nivel planetario, aunque sea hegemónica. Junto a ella, existe la dinámica de la reactivación de lo local, de lo identitario; reactivación que puede consistir en una adaptación a las demandas globales, sobre todo del Mercado (que es el dios de nuestra contemporaneidad), pero que puede convertirse en eje de resistencia frente a ellas e incluso traducirse en proyectos comunitarios, abriendo nuevas experiencias en lo económico, lo cultural y lo político que respondan a valores diferentes a los del lucro.
Desde esta base, es inaceptable la conversión de las elecciones municipales en una “primera vuelta” de las generales. Que es lo que están haciendo todos los partidos estatales (grandes y no tan grandes), como podemos comprobar con solo escuchar los temas que son centrales para ellos en esta campaña y se refleja en la presencia constante de líderes y lideresas que dejan por unas horas las sedes madrileñas de sus partidos para participar en actos (a veces sin saber ni dónde están) en los que repiten lo mismo en todos los lugares y en los que los candidatos municipales son simples teloneros de sus jefes.
Escribió Blas Infante que sin conciencia municipalista, sin “patriotismo municipal”, es imposible pensar en hacer avanzar la conciencia política de Andalucía como pueblo. Pienso que esto es así, aunque algunos sigan sin querer entenderlo. Pero yo ampliaría aún más el argumento: sin conciencia municipalista no son posibles ni una ciudadanía ni una participación política reales. Sin ella, la adscripción a partidos e ideologías no diferiría mucho en sus motivaciones a las de los hooligans de equipos de fútbol o a las de los fieles seguidores de doctrinarismos religiosos.
Y es importante señalar que el municipalismo es mucho más que promover servicios adecuados y de cercanía para facilitar la vida de todos los ciudadanos. Esto es imprescindible, desde luego, pero el municipalismo consiste, además, en abrir nuevas formas de participación política, a escala de ciudad y de barrios, para que los ciudadanos podamos ser agentes activos en la discusión y toma de decisiones sobre los grandes y pequeños temas de la ciudad y en el control sobre lo que se decida. Una democracia real no es tal si solo tenemos la posibilidad de intervenir en los asuntos de interés colectivo local cada cuatro años mediante una papeleta.
A nivel electoral, quizá lo ideal sería la formación de agrupaciones de electores con programas municipalistas –que responderían a ideologías, ya que los modelos de ciudad y de barrio no son una cuestión “técnica” sino, sobre todo, política–, pero que no serían sucursales de partidos y podrían actuar de forma soberana. Dado que esto, aunque posible legalmente, no tiene hoy viabilidad porque no tendrían visibilidad debido a la hegemonía económica y mediática de los partidos, sugiero distinguir en los programas de estos entre proyectos, ideas y ocurrencias. Distinguir también entre profesionales de la política y quienes entiendan los puestos políticos como “trabajo voluntario” no permanente. Y entre quienes practican o no el municipalismo, que es, o debería ser, una actividad diaria y en todos los espacios del municipio y no solo en los ayuntamientos.
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