Fernando Castillo

Quevedo: el escritor y la guerra

La tribuna

Quevedo: el escritor y la guerra
Quevedo: el escritor y la guerra

01 de octubre 2023 - 00:15

Durante los siglos XVI y XVIl la guerra en Europa fue una realidad cotidiana y, por ello, objeto de estudio y reflexión. Más o menos como sucede ahora, medio milenio después. De ella se ocuparon una serie de autores vinculados con la profesión de las armas, lo que dio lugar a una importante literatura. Sin embargo, no solo fueron militares los que se interesaron por el acontecimiento, también tratadistas políticos y escritores, aparentemente ajenos al asunto, decidieron ocuparse de la guerra. Todos opinaron sobre la legitimidad y la esencia del combate, de las formas y medios de llevarlo a cabo, sin esquivar las cuestiones más técnicas y detalladas, lo que revela su interés y, en algunos casos, sus conocimientos.

Francisco de Quevedo, escritor y hombre de acción más que controvertido, que intervino reiteradamente en la actividad política, incluida la más oscura como el espionaje, no se sustrajo a esta inclinación y dedicó numerosas páginas, aunque dispersas en diferentes obras, a cuestiones relacionadas con el llamado entonces arte de la guerra, todavía sin categoría de ciencia. Hay referencias tempranas en España Defendida y, luego, en El mundo caduco, Política de Dios, La hora de todos, El Rómulo o Marco Bruto. El pensamiento de Quevedo responde a las dos grandes corrientes que inspiran la idea de la política y de la guerra en la sociedad española del Barroco. Por un lado, el minoritario neoestoicísmo pacifista, y por el otro el providencialismo, la idea de que la vida pública está determinada por los principios cristianos y los designios de Dios, de los que es instrumento. El resultado fue la aparición desde fines del siglo XVI de un providencialismo bélico, de una idea del ejército y de la guerra sometida a la religión y a la voluntad divina, que tuvo especial fortuna y que fue compartida por quienes dirigían los asuntos públicos. Entre ellos estaba el propio Felipe IV, firmemente convencido de que su conducta personal determinaba el curso del conflicto, como revelan sus cartas a Sor María de Agreda.

La idea que tenía Quevedo de la guerra, tan equívoca como su personalidad, era la propia del providencialismo cristiano, manifestado en el despliegue de un intenso belicismo que se apoyaba en la licitud y santidad de los combates que mantenía España. Para el escritor, la Monarquía Hispana y su Ejército eran un instrumento divino frente a turcos y herejes, lo que entrañaba numerosas obligaciones que explicaban el constante guerrear de los españoles en defensa de la fe. En este contexto, no sorprende la enorme importancia que poseen las fuentes bíblicas en el pensamiento de Quevedo acerca de la guerra, algo muy habitual en la época, que aparece con intensidad en su Política de Dios, Gobierno de Cristo. No es extraño que ante esta fe en la divinidad, postergue las enseñanzas derivadas de Antigüedad y no preste atención alguna a los autores de la literatura militar de la época, excepto al conocido Flavio Vegecio, el único escritor de esta especialidad que cita, pero también el más obsoleto de todos.

Aunque la idea que tenía Quevedo del conflicto varió en aspectos, como el belicismo de sus años jóvenes, matizado quizás al retomar principios neoestoicos, el escritor continuó de espaldas a la realidad militar, sorprendiendo su escasa formación en estos asuntos. Extraña que un personaje de la capacidad e inquietud intelectual de Quevedo, al que su actividad pública aproximó al poder tras haber servido en puestos de confianza, mantenga respecto de la materia bélica opiniones que, en el mejor de los casos, son propias de quienes desconocen la práctica política. Así, cuando escribe sobre los problemas que plantea la guerra, parte del voluntarismo más que de la realidad, debido a la falta de conocimientos acerca del asunto. Y es que, en estas cuestiones, Quevedo no tiene voluntad de analizar ni tampoco de elaborar un pensamiento ordenado y sistemático. Su objetivo, casi de agit-prop, es adoctrinar, explicar y reducir la oposición a la católica España, para lo cual aconseja una serie de medidas, más voluntariosas que coherentes. En sus obras de contenido político y filosófico, el escritor no enuncia unos principios generales sobre la guerra y el Ejército, que puedan ser aplicables a todas las situaciones. Las recomendaciones que realiza son válidas solo para los ejércitos españoles al ser, de acuerdo con las ideas providencialistas, el instrumento utilizado por Dios, encargados de la sagrada misión de defender la Cristiandad. En suma, Quevedo expresa en sus obras una concepción de la guerra que combina los principios caballerescos con la religiosidad más ortodoxa, revelados en un uso continuo de las fuentes bíblicas, con el habitual antimaquiavelismo que rechazaba la separación entre religión y política. Como se ve, es un pensamiento tradicional que consideraba al conflicto una cuestión más religiosa que política, y a la práctica de la guerra un arte de reglas aristocráticas, inspirado por la divinidad, y no una ciencia.

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