Tribuna

Alix Coicou Luis Chacón

Médico-psiquiatra

Retrato de un mitico líder africano'Festina lente'

La pandemia iba a acabar con todo y ni siquiera vemos el gatopardismo de que todo cambie para que nada lo haga

El juicio de los supuestos autores materiales e intelectuales del magnicidio del capitán militar y presidente Thomas Sankara, vilmente asesinado a los 37 años junto a doce compañeros tras el golpe de Estado del 15 de octubre de 1987, se reanudó el pasado 25 de octubre en el Tribunal Militar de Uagadagú (Burkina Faso), tras una suspensión solicitada por dos letrados de la defensa. De los catorce acusados, dos no se han sentado en el banquillo: el principal inculpado y presunto cerebro del golpe, Blaise Compaoré, exiliado en Costa de Marfil desde su derrocamiento por una sublevación popular en 2014 tras 27 años en el poder, no asiste al proceso, como tampoco su ex jefe de seguridad, en paradero desconocido. Son juzgados, pues, in absentia. Todos se enfrentan a los siguientes cargos: atentado a la seguridad del Estado, complicidad en asesinatos y ocultación de cadáveres. Treinta y cuatro años después del salvaje homicidio de Sankara, se pretende hacer justicia y el pueblo burkinés ha esperado con una enorme frustración, pero admirable paciencia, la llegada de este acontecimiento que no parecía dibujarse en el horizonte. ¿Pero, quién era este hombre que perdió brutalmente la vida y cuyo cadáver fue desmembrado e inhumado en una tumba anónima?

Thomas Isidore Noël Sankara nació el 21 de diciembre de 1949 en Yako, Alto Volta, colonia francesa que se independizó en agosto de 1960. Creció en el seno de una familia numerosa de fe católica en un pueblo de mayoría musulmana. Cursó estudios primarios y secundarios y a los 19 años se enroló en el Ejército, cumpliendo misiones en Madagascar, donde empezó a estudiar el marxismo-leninismo, y en Mali. La gente le recuerda como un hombre humilde y campechano. Tuvo experiencia de gestión, fungió como secretario de Estado de la información y primer ministro en dos gobiernos anteriores; renunció al primer puesto, pero fue despedido del segundo, en ambos casos por discrepancias con sus colaboradores.

El 4 de agosto de 1983, Thomas Sankara y un grupo de oficiales, entre los cuales se encontraba su homólogo y estrecho amigo, Blaise Compaoré, acaparan el poder, convirtiéndose el primero en presidente. Uno de los actos iniciales del dirigente fue hacer una auditoría de sus bienes y enarboló una política de austeridad, reduciendo drásticamente su sueldo y obligando a sus colegas a seguir su ejemplo. Justo un año más tarde, el nuevo jefe de Estado rebautizó el país con el nombre de Burkina Faso, que en dos idiomas locales significa: País de los Hombres Íntegros, "como un símbolo de transformación social". El 4 de octubre de 1984, el joven revolucionario pronunció un encendido discurso en la tribuna de las Naciones Unidas: "Yo hablo en nombre de estos millones de seres que están en los guetos porque tienen la piel negra o son de culturas diferentes y que se benefician de un estatus apenas superior al de un animal. ¡Abajo el imperialismo! ¡Abajo el neocolonialismo!" Estas palabras resonaron ante una audiencia que se quedó sorprendida por su oratoria; Sankara diseño así su personalidad en el anfiteatro neoyorkino.

El mandatario acometió distintas reformas que influyeron positivamente en la vida de sus compatriotas. Abordó temas candentes de la realidad burkinesa como la salud, la educación, la reforma agraria, el feminismo, el medioambiente, etc. Se abrieron hospitales y se organizó una gran campaña de vacunación infantil, a la vez que se aminoró considerablemente el analfabetismo, creando escuelas. Nacionalizó las tierras y se las entregó a los campesinos para que las trabajaran. Desarrolló una política claramente feminista, prohibiendo la mutilación genital, los matrimonios forzados, la poligamia y todo tipo de prácticas degradantes hacia la mujer, algo sin precedentes en el continente. Nombró a algunas para altas ocupaciones gubernamentales y las animó a seguir trabajando. "No hay verdadera revolución social sin la emancipación de la mujer". A nivel medioambiental, luchó contra la desertificación del país, planificando una vasta campaña de plantación de árboles. Estratégicamente, creó, al estilo cubano, los Consejos de Defensa de la Revolución (CDR) como contrapoder a la omnipotente y sempiterna injerencia del ejército en la res publica africana.

Apodado el Che Guevara africano, Sankara ha entrado en el olimpo de los prestigiosos dignatarios de África. Su horrible muerte prematura, consecuencia de la colusión entre algunos mandos militares y, al parecer, el tándem de la cohabitación francesa, formado por Mitterand y Chirac, le ha dado una aureola de mártir y ha truncado las perspectivas de muchos, al quedarse inconclusos algunos de sus logros. Su presencia en la primera magistratura del Estado deja una impronta indeleble y su modo de acceder al poder no ha deslustrado su carisma, siendo el personaje muy respetado tanto en su país como en muchas otras naciones del continente negro. Guardo la esperanza de que este escrito contribuya a dar a conocer y a divulgar la obra y el pensamiento de este líder, firme apóstol del panafricanismo.

CUENTA Suetonio en sus Doce césares que Augusto tomó como lema personal este oxímoron: Festina lente, Apresuraos lentamente. Y fue así, con una actitud inexorable y decidida, pero sin premuras, como reedificó el sistema político romano dejando atrás la última y azarosa etapa republicana para cimentar el imperio que dominaría más de medio milenio el mundo conocido. De igual modo, se atribuye al primer emperador de Roma otra máxima que refuerza esa misma idea: Sat celeriter fieri quidquid fiat satis bene -Suficientemente rápido se hace aquello que se hace bien- y que deberían grabarse a fuego la inmensa mayoría de políticos actuales que deciden -o mejor, actúan- a golpe de impulso, corazonada, algarada y encuesta.

La historia avanza a pasos lentos. Unas veces, la política se adelanta sin encomendarse a Dios ni al diablo; otras, se atasca en su ensimismamiento y no siempre marcha al ritmo de la sociedad a quien debe liderar. Que, siendo claros, nunca es de sentimiento unánime. Ni siquiera abrumadoramente mayoritario, dada la natural fragmentación social. Los programas políticos no son recetarios, ni manuales de instrucciones, ni cheques en blanco. Sencillamente, porque son tan amplios y deben abordar tantos asuntos que ni uno sólo de ellos recibiría el completo apoyo de un elector. Cada votante pergeña un programa que responde a su realidad más cercana. Y no es igual el campo que la industria o los servicios, ni el interior que la costa, ni las grandes urbes que las medianas o los pueblos.

No es exigible cambiar el mundo en unos años. Eso es un instante en la historia. La pandemia iba a acabar con todo y ni siquiera vemos el sencillo gatopardismo de que todo cambie para que nada lo haga. Pero ellos son así. Confunden el apoyo en las urnas para gestionar una ciudad, una región o un país durante los próximos cuatro años, con la extracción de Excálibur, como si fueran el rey Arturo redivivo. Y quizá por eso, la urgencia por trascender les corroe. Y como las prisas son malas consejeras, proponen infinitamente más de lo que concluyen. Corren como Forrest Gump y no llegamos a ningún sitio. Con lo fácil que sería hacer algo bien y no mucho de aquella manera.

Vespasiano representó el Festina lente como un delfín -símbolo de la agilidad-enroscado en un áncora, que lo es del aplomo. No soy capaz de encontrar a ningún líder que aúne ambas cualidades. Seguiré buscando.

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