Tribuna

Fernando cAstillo

Escritor

Ucrania, regreso al pasado

Ucrania, regreso al pasado Ucrania, regreso al pasado

Ucrania, regreso al pasado / rOSELL

Hay regiones a las que la historia se empeña en sumirlas en la oscuridad, en el horror de la violencia, incluso cuando parece que los malos tiempos han pasado. Ha sido Timothy Snyder quien hace poco en un libro de titulo revelador, Tierras de sangre, ha recogido lo que era evidente para todos: que la franja sinuosa que lleva del Báltico al Mar Negro concentra el mayor número de muertos de los que tuvieron lugar en Europa desde 1914 a los años cincuenta. Unas veces fue la guerra, fuera la Gran Guerra, la Civil rusa o el espanto de la Segunda Guerra Mundial, pero sobre todo fue la represión política ejercida por comunistas y anticomunistas, por nazis y nacionalistas, por el antisemitismo, por la hambruna que desató el Holodomor, el holocausto ucraniano. Esta zona que lleva de los países bálticos, de nuevo en el ojo del huracán, a Rumania pasando por Polonia y Ucrania, la recorrió la siempre interesante Anne Applebaum en los días de la caída del Telón de Acero, cuando ya esos países habían dejado de ser el crisol de cultura que fueron un siglo antes. Una experiencia que recogía la realidad de una zona que está en el borde de Europa y que cuenta en Between East and West.

Parecía que la ilusión surgida con la caída de la URSS y el entusiasmo tan liberal, que no necesariamente democrático, como insensato que proclamó Francis Fukuyama con su fin de la historia iba a ser eterno y en realidad apenas duró unos meses. Pronto lo que fue la URSS se sumió en una inestabilidad que continua en el Cáucaso, en Moldavia, Bielorrusia y las repúblicas de Asia Central. Unos lugares que siguen tutelados por el Moscú postsoviético de Putin y cuyo nivel de vida y libertad están lejos de los de la Unión Europea.

En este nuevo siglo, de nuevo en Europa la guerra se ha convertido en una forma de hacer política con otros medios, algo que señaló Clausewitz y que en realidad nunca ha dejado de serlo. Ahora, a impulsos de quien quiere restablecer el hinterland de seguridad soviético, vuelven a sonar las cadenas y los cañones en lugares como Jarkov u Odesa que se creían ya eran, como Waterloo o Verdún, testimonios de la historia. Unos lugares que parecen esperar a un nuevo corresponsal como Vasili Grossman o a un Mijaíl Bulgakov que cuente la historia de los Turpin, la familia de Kiev que vive los complicados días de la Revolución y la Guerra Civil en una ciudad en la que no ha dejado de escucharse el inconfundible ruido metálico y hueco de la guerra desde hace un siglo.

Tras lo ocurrido el 24 de febrero parece oportuno recordar al primer ministro belga y padre de la Comunidad Europea, Paul Henri Spaak, cuando en 1948 le dijo a Andréi Vyshinski que Europa les tenía miedo. Eso es lo que despierta Rusia, un Estado instalado en la amenaza, entre quienes viven en libertad. Entonces aún se temía el futuro pero ahora las cosas son distintas pues la máquina de guerra soviética no es la que era y además, con las limitaciones que se quiera, existe una Europa unida que aunque carece de un verdadero instrumento de defensa, cuenta con la OTAN, esa organización tan denostada por todos pero a cuya puerta llaman los países amenazados.

Desdichada Ucrania, sí, pero desdichada también Rusia, un país cuya presencia en el mundo no deja de generar reticencias y que a lo largo de su historia apenas ha disfrutado de una década de libertad en la que su mayor logro ha sido la aparición de los oligarcas que han convertido al país en una cleptocracia, en una república mafiosa en la que el encarcelamiento y el uso generoso del polonio con la oposición es la norma. Se diría que Rusia, como el titulo galdosiano, es la de los tristes destinos, pues el futuro de su población, con las sanciones de Occidente y el militarismo putiniano, se alejará del modelo occidental de bienestar.

Aunque el futuro es tan imprevisible como las decisiones de Putin, cabe pensar que el objetivo de su política exterior es la vuelta a los límites de la Unión Soviética de forma más o menos encubierta, y si consigue derrocar a Vladomir Zelenski, quien está mostrando una firmeza insospechada, se establecerá un Estado títere como Bielorrusia, alejado de los modelos europeos y con un Lukashenko ucraniano. Una opción que cabe pensar que causará el rechazo de Occidente, la oposición de Ucrania y la persistencia del conflicto mediante una guerra de insurgencia. Un futuro complejo en el que el mejor escenario es el de una nueva Guerra Fría, aunque no cabe descartar que persista el conflicto abierto en unas regiones que ya fueron martirizadas en el siglo pasado.

Mientras se debate si en el futuro Ucrania opta por la finlandización, la neutralidad forzada, Europa debe de incrementar lo que de verdad la fortalece: la libertad y el poderío económico, pero sin olvidar que garantizar la defensa es una obligación que exige dinero y sobre todo decisión. Europa, al ser el modelo al que mira a Ucrania, tiene la obligación de incrementar la unidad política que proporciona seguridad y disuasión. De lo contrario, y dado que la invasión de Ucrania, parafraseando a Walter Benjamin, ha teñido a Europa de crepúsculo, no habrá motivos para mantener el siempre elegante y necesario optimismo.

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