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Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Catedrático emérito de la Universidad CEU-San Pablo

Universidades silentes

El acriticismo de nuestras universidades es ahora clamoroso. La facilidad y sumisión con que se pliegan a las directrices que marca el Poder son insólitas

Universidades silentes Universidades silentes

Universidades silentes / rOSELL

Es evidente el crecimiento del número de universidades en España a partir de los años sesenta del pasado siglo. Gracias a él y a otras circunstancias anejas, el contingente de alumnos y de personal de las mismas ha aumentado exponencialmente. Hoy cualquier joven que desee obtener un título universitario no tendrá grandes dificultades para conseguirlo, si trabaja medianamente y tiene, cuanto menos, una moderada dedicación al estudio. De ahí la cantidad de graduados existentes en nuestro país y las dificultades de muchos de ellos para obtener un trabajo acorde con sus estudios.

Pero, al margen del número, la universidad pública en pleno desarrollo que yo conocí, se caracterizaba, no obstante su dependencia de los presupuestos estatales, por la presencia de corrientes de crítica hacia el poder constituido, incluso de parte de las propias autoridades académicas. Por eso tampoco faltaron movimientos que terminaron a la larga por despertar la conciencia social y aceleraron en nuestro país la marcha hacia lo que más tarde sería la naciente democracia.

En otras palabras, a pesar de la dependencia económica de los centros y de las becas que percibían muchos estudiantes para poder seguir su carrera, que les suministraba la Administración, aún quedaba un margen para la protesta y la rebeldía contra aquellos mismos que la mantenían, así como frente a determinados inmovilismos, costumbres e ideas que habían arraigado en la sociedad y la cultura hispana de la época.

En la actualidad, el panorama es totalmente diferente. De aquellas corridas de los años sesenta y setenta apenas queda nada, ni siquiera los rescoldos del fuego entonces alimentado por una juventud inquieta, eso sí, con frecuencia obediente a las consignas de los partidos entonces clandestinos. El acriticismo de nuestras universidades es ahora clamoroso. La facilidad y sumisión con que se pliegan a las directrices que marca el Poder son insólitas. Apenas se hallan debates de entidad ni entre las autoridades, ni entre los profesores y los alumnos.

Nuestras universidades son entidades silentes, que apenas plantean problemas a las ideas dominantes en la izquierda, cuya penetración en los centros ha sido profunda en los últimos cincuenta años, y, precisamente por eso, se dejaron captar fácilmente por las causas patrocinadas por ideologías como el feminismo, las teorías del género o los temas preferentes de la Agenda 2030. Incluso han llegado a contagiarse de sus propias jergas lingüísticas, como puede verse a través de los documentos que ellas mismas generan.

La mayor parte de los actos que organizan desde arriba las universidades públicas, buena parte de los organismos y de los vicerrectorados creados a su amparo tienen ese sesgo. De vez en cuando se suman profesores o alumnos, o ambos a la vez, a las grandes protestas y manifestaciones, pero casi siempre en la misma dirección política o cultural. Generalmente, la rebeldía solo funciona cuando se trata de boicotear a algún orador de diferente línea política a la institucional.

Por supuesto, el desinterés por el debate sobre los temas eternos que acucian al ser humano -lo históricamente genuino de la universidad-, o por los grandes problemas que plantea el tiempo presente o dichas ideologías, es grande, y la discusión está prácticamente ausente de los foros, cursos, aulas e, incluso, de las cafeterías de centro, otrora tan activas en este tipo de asuntos, mientras se degustaba el café a media mañana. Incluso la oposición política es tan silente en tales asuntos como los propios centros que acogen a sus miembros.

La influencia social y cultural que en otro tiempo podía ejercer la intelectualidad vinculada a la docencia e investigación en las facultades ha desaparecido prácticamente. Son otras voces, de gentes generalmente peor preparadas, las que las han sustituido en los foros y los platós. Y, como suele suceder, la falta de reflexión, de originalidad y de crítica fundamentada, que no obedezca a los slogans de turno, es preocupante. Se prefiere repetir los tópicos que nos ofrecen cada día los medios, que no siempre participan honradamente de la diversidad y variedad que tantas veces pregonan como objetivo.

Cuando alguien del extrarradio cultural o político intenta exponer en los centros sus razonamientos contrarios al pensamiento en ellos dominante, se expone a pitadas, boicots y hasta agresiones. Los ejemplos en los últimos años están ahí. Solo en escasas ocasiones se utiliza la plataforma de debate y diálogo que debería ser la universidad, cuando quienes las promueven no cuentan con la aquiescencia de las minorías activistas que operan en ella.

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