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En una conversación de desayuno con uno de mis profesores más querido y admirado, de la Escuela de Arquitectura de Sevilla, le pregunté: ¿qué debo hacer para llegar a ser un buen arquitecto? (Léase cualquier profesión) y él me contestó: "Levantarte pensando en la arquitectura y acostarte pensando en ella". O sea, dedicación plena las 24 horas del día, de todos los días de tu existencia. Anthony Caro, mi escultor favorito, lo dijo con otras palabras: "El arte no puede hacerse sobre la mesa de la cocina". Es decir: no puede ser ocasional y caso de serlo no sería arte. O quizás sí.
Ser arquitecto, medico, abogado, periodista … No es lo mismo que tener el título que te habilita para ello. Al primero se llega después de conseguir lo segundo con plena dedicación, sin distracciones, con perseverancia, inteligencia y con enorme esfuerzo personal y familiar (me atrevería a decir). Otra cosa es que esto sea garantía de éxito, pues además deben confluir otros factores decisivos como la suerte, la oportunidad y unas favorables circunstancias.
Pasa lo mismo con los deportistas. ¿Qué fue de aquel chaval que jugaba al tenis maravillosamente con 12 años? ¿Y de aquel alevín de futbolista que la tocaba con facilidad y veía el juego fácil? ¿Y de aquel pequeño atleta que progresaba en carrera cuando los demás estaban fundidos? Todos pusieron de su parte, padres, entrenadores, clubes y sin embargo…
Fracasar es lo habitual y lo más probable, triunfar, entendido como éxito en tu disciplina a nivel social y profesional, entendido como reconocimiento público de tu valía es, me atrevo a decir, un cisne negro (algo altamente improbable).
Viene esta reflexión después de leer la entrevista que le realizó Diario de Sevilla a Antonio Cruz y Antonio Ortiz. En ellos y en algún otro, Vázquez Consuegra (del mundo de la arquitectura nacional), por ejemplo, confluyen todos los parámetros antes enunciados para lograr ser unos auténticos arquitectos. Me gustaría comentar una respuesta de Antonio Cruz cuando dice: "Hoy en día hay demasiados artistas, todo el mundo quiere serlo". De nuevo encontramos ese pensamiento inicial del que les hablo. No deja de ser interesante ese "todo el mundo quiere serlo", para mí es sinónimo de inquietud, interés y gusto por una disciplina, y aunque él se refería, pienso, al mundo de la arquitectura, yo lo hago extensible a las otras disciplinas artísticas. Que haya gente, mucha, intentándolo de un modo ocasional es indicativo de una sociedad formada, culta e inteligente. Cosa distinta, repito, es que sea arte.
La vida de ahí afuera oculta demasiado talento desperdiciado, y no porque ella misma sea injusta, que lo es, sino porque, sencillamente, no caben todos en el podio. Es pura geometría, es pura lógica.
Cuanto antes nos demos cuenta que nuestra obra vale lo que vale, es decir, absolutamente nada, antes alcanzaremos la posible felicidad. Saber que nunca seremos entrevistados, que nunca seremos portada de nada, que nunca nos premiarán es importante asumirlo. De este modo evitaremos sufrimientos innecesarios, envidias malsanas y mala leche y seremos capaces de aplaudir y alegrarnos por los pocos que lo consiguen. Ellos para mí tienen un enorme merito, pues me considero incapaz de asumir ese imprescindible sacrificio personal.
A los demás mortales sólo nos queda hacer las cosas lo mejor posible desde nuestras capacidades, con humidad y trabajo que no es poco. También con dedicación, esfuerzo y preparación, pero a nuestro nivel de intensidad.
¿Debe lo anterior desmotivarnos en nuestra tarea? Más bien al contrario, porque la gente corriente tenemos muchas cosas que hacer desde nuestro anonimato. Desde un punto de vista social tenemos tarea ante nosotros y problemas sin resolver. Dedicar parte de nuestros esfuerzos por mejorar la vida de los sin vida es una de ellas. Mejorar en nuestras relaciones con los que nos rodean otra. No todo en esta vida es lograr el triunfo social, profesional o económico, hay pequeños triunfos compensadores de una vida que de no tenerlos sería estéril y desperdiciada.
Los grandes creadores juegan en otra liga; esa, los demás mortales la vemos desde la grada. Pero nosotros también jugamos nuestra particular liga que, aunque no sea pionera de nada ni procure un avance en nuestro arte o en nuestra ciencia, sí procura un fondo de comunidad donde se originan todas las cosas (buenas y malas) de este mundo.
Así que es muy posible que el anonimato culto, ocasional e inquieto de todos nosotros sea la base de donde surgen estos grandes creadores. Alegrémonos por sus triunfos pues también son los nuestros.
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