José Ramón Medina Precioso

Una bandera inofensiva

La tribuna

Una bandera inofensiva
Una bandera inofensiva

05 de julio 2023 - 00:30

Celebrado el Día del Orgullo Gay con gran algarabía, merece la pena reflexionar sobre el sentido político de las expresiones públicas de las opciones sexuales minoritarias. Lo primero es constatar que la despenalización de las conductas homosexuales y transexuales no se produjo hasta bien entrado el siglo XX. En Inglaterra, uno de los países más avanzados en materia de revolución industrial, antes fueron condenados por sus conductas sexuales personajes tan notorios como el literato Oscar Wilde y el matemático Alan Turing. Lo de este último fue particularmente doloroso por cuanto no solo había contribuido a fundar la nueva rama de la Informática, sino que también había ayudado a vencer a los nazis al descifrar su Sistema Enigma de comunicaciones militares secretas. Pero finalmente, uno tras otro de los países capitalistas avanzados fueron asumiendo los derechos LGTBI, convirtiendo conductas prohibidas en conductas a exhibir de forma espectacular. Esa transformación liberadora se produjo, como ya se ha dicho, en países capitalistas avanzados. En cambio, las opciones sexuales minoritarias siguieron siendo perseguidas en los países comunistas y en los islamistas. Un icono revolucionario como el Che Guevara destacó en esas tareas represivas, siendo obligado atribuir a una profunda ignorancia histórica ver ahora a algunos individuos en los multicolores desfiles del Orgullo Gay luciendo camisetas con el rostro del Che. Cómo compaginan las izquierdas españolas apoyar a los homosexuales y simultáneamente a los países comunistas es uno de esos misterios que quizás algún buen psicoanalista podría aclararnos. ¿Y qué decir de su islamofilia, siendo así que los imanes siguen persiguiendo a muerte a toda esa variopinta tropa sexual? Frente a un Irán que asesina homosexuales, un Israel que los cuida. Esos son hechos, que no teorías.

Significativamente, los países que más reprimen la homosexualidad suelen ser los que menos confían en las ciencias naturales. Recientemente, las autoridades de la India, por una alianza de los hinduistas con los musulmanes, han prohibido enseñar la teoría de la evolución en las etapas preuniversitarias y, asómbrense, también la Tabla Periódica de los Elementos Químicos. Y, eso sí, continúan oprimiendo a los homosexuales.

El hecho de que todos los países capitalistas avanzados hayan liberalizado esas conductas hace sospechar que poco tienen de revolucionario. Y, en efecto, ningún movimiento LGTBI ha propiciado la transformación hacia una sociedad económicamente más igualitaria. De hecho, en opinión de Herbert Marcuse, la extrema liberalidad sexual contribuye a la estabilidad del sistema capitalista. La desublimación sexual, de la que él hablaba, servía como factor desmovilizador de los trabajadores y enmascaraba la explotación laboral de la parte no genital o sexualizada del cuerpo. Así que, si bien transgresor en apariencia, banalizar el sexo es un modo de integración sumamente eficaz. La bandera arcoíris, aun envuelta en llamativas polémicas, es bastante inofensiva y solo a los más torpes de los grandes capitalistas les suscita resquemor. ¿Desde cuándo participar en carnavales es un acto revolucionario? ¿Y no ha surgido toda una lucrativa industria, desde los artefactos masturbadores a las drogas estimulantes, en torno al sexo? Laissez passer, laissez faire, la sexualité va de elle même. Tal sería la consigna liberal moderna.

Si simplemente fuese un movimiento inofensivo no habría mucho más que decir al respecto. Tras releer a Marcuse y compañía, bastaría con proclamar y proteger los derechos de todos a optar por la sexualidad que prefieran, siempre que no dañe a terceros, en especial niños o personas con discapacidades cognitivas. Desgraciadamente, algunas facetas del movimiento LGTBI están pasando de la mera inocuidad festiva a exhibir ribetes reaccionarios, Y están haciéndolo por la misma vía que sus más encarnizados antagonistas: prescindiendo de las ciencias naturales. El empeño en que no hay ninguna clase de determinación genética del sexo, sino que todo depende de la voluntad de cada individuo, se opone a avances consolidados de la Genética y produce efectos represores cuando se lleva al extremo. ¿Es aceptable que una universidad estadounidense haya expulsado a un profesor por enseñar que la constitución diferencial de los hombres es la pareja cromosómica XY, frente a la pareja XX de las mujeres? ¿Es normal que la revista Nature tenga que pedir excusas por explicar que los hombres cuyas células pierden el cromosoma Y suelen sufrir cánceres vesicales más agresivos? ¿No implica la pretensión de muchos hombres transexuales de que los consideren mujeres que sepamos de antemano qué es una mujer? Y lo sabemos: una mujer es una persona con la pareja cromosómica XX y el consiguiente desarrollo anatómico vinculado a esos genes. Así, aun garantizando el más completo respeto a los miembros del colectivo LGTBI, cuidemos de no tirar por la borda el potente movimiento feminista, que, ese sí, es profundamente trasformador. No pasemos de la inocuidad por integración a la regresividad anticientífica.

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