Tribuna

Federico Soriguer

Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

La belleza como destino

Muchas de aquellas representaciones plásticas, nacidas de la imaginación de nuestros ancestros en las profundidades de las cuevas, eran ya objetivamente bellas

La belleza como destino La belleza como destino

La belleza como destino

En todos los lugares del mundo, mucho antes de que inventaran la escritura, los humanos han expresado sus ideas, sus emociones, de una manera plástica. El término "artes plásticas" es reciente, aparece a principios del siglo XIX referido a la pintura, la escultura, el dibujo, la arquitectura, el grabado, la cerámica, la orfebrería, la artesanía. En sentido amplio por plástico se entiende aquello que se puede modelar, modificar, permitiendo su conservación y su forma. Hoy la palabra plástica es ubicua y lo mismo se aplica al dinero (de plástico) que a los explosivos (plásticos). En biología y medicina ha hecho fortuna e identifica la capacidad de los cuerpos para adaptarse a los cambios en el medio ambiente sin tener que esperar a los lentos mecanismos de adaptación darwinianos. Por ejemplo, si un niño es pobremente alimentado crecerá poco porque así reduce sus necesidades calóricas y tendrá más probabilidades de sobrevivir si persiste la escasez de alimentos. La plasticidad corporal es una propiedad biológica al servicio de la supervivencia de los individuos (y en ocasiones de la especie). Este tipo de plasticidad es común a todos los seres vivos incluido el hombre. Pero hay también una plasticidad cultural, que es específicamente humana. Y es a esta plasticidad cultural a la que nos hemos referido al comienzo de este articulo y que puede ser rastreada filogenéticamente tal como se puede hoy rastrear la filogenia corporal. Porque lo que separa de manera radical a la evolución humana del resto de los seres vivos es la aparición, en un momento determinado de su historia, de algo que mucho más tarde estos mismos humanos llamarían creatividad. Es decir, por un lado, la capacidad de resolver problemas de manera diferente de acuerdo con el contexto en el que estos problemas se presentan, y de ser capaces de inventar mundos imaginarios, simbólicos, que en realidad no existen. La imaginación, se convierte en la propiedad distintiva de la evolución humana. Junto a la inteligencia, claro, a la que se ha prestado toda la atención, junto a los sentimientos, ignorados hasta hace no demasiado, pero ahora ya, justamente recuperados y colocados en el lugar que les corresponde como motor de la historia humana. Pero junto a ellos y en el mismo nivel, quizás antes, quizás simultáneamente, la imaginación fue el motor que permitió a los humanos dar el gran salto adelante. Una imaginación capaz de crear mundos que no podían ser sino imágenes (¿qué otra cosa podía salir de la imaginación?) del mundo real. De esta forma, en un momento determinado de la evolución, los humanos construyen, paralelo al mundo real, mundos imaginarios que ya nunca le abandonarían. A partir de ese momento, ahora definitivamente demediados, los humanos comienzan una conflictiva carrera hacia el futuro. Por un lado, el cuerpo que evolucionará de manera lenta, siguiendo las leyes de una evolución prefigurada por Darwin, por otro la tecnología y la cultura, que, aunque exosomáticas son tan corporales como el corazón o los riñones y cuya velocidad de cambio nos han traído a uña de caballo hasta aquí, y en tercer lugar todos esos mundos imaginarios cuya capacidad de influir en el mundo real, aunque bien conocidos desde siempre, nunca se les ha prestado la debida atención. Unos mundos imaginarios que fueron ya expresados en el paleolítico y en el neolítico por nuestros ancestros, hombres y mujeres, pues hoy comenzamos a saber que muchas de aquellas figuras prehistóricas, fueron hechas por mujeres. Y lo fueron, desde el primer momento, de forma plástica en las paredes de las cuevas, en las cerámicas, en los relieves de piedra, en los tatuajes del propio cuerpo, en las vestimentas. De muchas de estas manifestaciones su utilidad se desconoce, aunque es probable que estuvieran al servicio de la comunicación con esos mundos inexistentes nacidos de su imaginación, cuando no de intentar controlar al genio que una vez salido de la botella no se sabe cómo hacerlo volver. Pero lo sorprendente es que muchas de aquellas representaciones plásticas, nacidas de la imaginación de nuestros ancestros en las profundidades de las cuevas, en los abrigos rocosos, en tantos sitios, eran ya objetivamente bellas. Lo que nos lleva a una interesante conclusión. La belleza, la búsqueda de la belleza, consciente o no, esa belleza plástica que ya en el siglo XIX, como adjetivo, identificó a las artes plásticas, debió aparecer muy pronto en los albores de la humanización. Junto a la inteligencia, las emociones, la moral, y la imaginación... la búsqueda de la belleza. Una hipótesis que, de no ser cierta, merecería serlo.

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