La tribuna

Buscad la belleza

Buscad la belleza
Pedro Vázquez Rojas
- Director Técnico De Fundomar

Qué es la belleza?, ¿qué misterioso hechizo produce sobre nosotros?, ¿cuál es su origen?, ¿en qué diversos lugares podemos encontrarla: en la música de Bach, en una canción de Kiko Veneno, en una copa de manzanilla?, ¿sigue teniendo sentido hablar de belleza en 2025? Y, como se preguntaba Dostoievski: ¿puede la belleza salvar al mundo? Estas son algunas de las cuestiones que, desde Grecia hasta nuestros días, siguen resonando en nuestros corazones.

En la filosofía clásica, la belleza se consideraba una de las tres grandes virtudes, junto con el bien y la verdad. Para Platón, la belleza era una de las formas más elevadas, algo que merecía ser contemplado porque, al hacerlo, el alma se elevaba hacia lo divino. Así, la belleza no solo se valoraba como algo agradable a los sentidos, sino que representaba una armonía y una perfección que llevaban al ser humano a la reflexión. Tomás de Aquino continúa con esa herencia, asociando la belleza con un camino por el cual nos acercamos al bien absoluto (vía pulchritudinis). Así, desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, la belleza se vinculó con la ética, la proporción y la trascendencia.

Esta idea se mantuvo prácticamente hasta el final del Romanticismo, cuando el canon clásico comenzó a resquebrajarse. Iniciando una revolución que, a través de las vanguardias, llega hasta la actualidad, donde la belleza ha dejado de ser el valor fundamental del arte, que ya no se define por su perfección o armonía, sino por la originalidad, la emoción o el significado. Obras como la “mierda de artista”, un plátano pegado con cinta adhesiva, las esculturas de animales hechas con globos de Jeff Koons o el tiburón en formol de Damien Hirst, ejemplifican un cambio radical: la belleza tradicional parece haber sido desplazada por la provocación, la ironía y el cuestionamiento. Algunas voces incluso hablan del “fracaso de lo bello” o del “fin de la belleza”.

Frente a este planteamiento, pensadores como Roger Scruton argumentan que la belleza es un valor real y arraigado a nuestra naturaleza. Para Scruton “la belleza puede ser reconfortante, perturbadora, sagrada o profana; puede resultar estimulante, atrayente, inspiradora, incluso escalofriante. Puede afectarnos de maneras muy distintas, pero nunca nos deja indiferentes” cumpliendo un papel indispensable en la configuración de nuestro mundo. Scruton hace un llamamiento: la belleza importa, y perder la belleza es peligroso, ya que sin belleza todo se convierte en utilitario y funcional, sin lugar para lo sublime ni para lo trascendente. Sin la belleza, perdemos nuestra capacidad de encontrar sentido. Y nos lanza una advertencia: “La belleza ha sido robada al pueblo y vendida de nuevo bajo el concepto de lujo”.

Igualmente, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han alerta sobre el peligro de una estética superficial y consumista, alimentada por las redes sociales y la cultura del entretenimiento. En su análisis, nuestra “sociedad del cansancio” aleja a las personas de una conexión auténtica con lo bello y lo trascendente. La imagen, la apariencia y el consumo efímero sustituyen a la experiencia profunda y a la reflexión. Si seguimos esta senda, corremos el riesgo de perder la capacidad de experimentar la belleza en su forma más profunda, y con ella, la capacidad de transformar el mundo. Y nos recuerda que “en presencia de la belleza, el alma se ve impelida a generar algo bello”.

Por todo ello, quizás sea el momento de defender una belleza que trascienda la mera apariencia y la superficialidad, y que sea un acto de resistencia contra la vulgarización y la banalización. En un mundo donde todo parece reducirse a lo utilitario y efímero, la belleza debe ser una herramienta para cuestionar la infantilización y el consumismo desenfrenado que nos alejan de lo realmente importante. Es fundamental defender una dimensión ética de la belleza como un esfuerzo consciente por construir un mundo más digno de ser vivido.

Volviendo a la idea inicial: ¿podría la belleza salvar el mundo? No lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que la belleza puede hacer que el mundo sea más humano, darle sentido y recordarnos que la vida merece ser vivida con profundidad y autenticidad. De este modo, el llamamiento que Ramón Trecet nos repetía desde su ventana en la radio sigue vigente: “Buscad la belleza, es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo”.

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