Tribuna

Juan Ramón Medina Precioso

Catedrático de Genética

Las ciencias y las religiones

Las ciencias y las religiones Las ciencias y las religiones

Las ciencias y las religiones / rosell

Al evaluar la idoneidad de una ideología política y de una religión suelo preguntarme si es compatible con las ciencias naturales. Los factores emocionales pesan mucho en los asuntos políticos y en los religiosos, pero yo me fío más del mejor método de conocimiento puramente humano del que disponemos: las ciencias naturales.

Desde ese punto de vista, el régimen estalinista puntuó muy bajo en mi apreciación. El agrónomo Trofim Lysenko se empeñó en que la Genética era un ardid burgués para explotar al proletariado y, no bastándole con eso, logró que la mayor parte de los excelentes genetistas rusos acabasen en la cárcel o en el exilio. Desalentador.

Los nazis tampoco lo hicieron mucho mejor. Basándose en una iniciativa del inglés Galton, la eugenesia, exterminaron sistemáticamente a los gitanos y los judíos. Y, dada su ascendencia judía, elaboraron un libro titulado Cien autores contra Einstein, un intento acientífico de oponerse a la teoría de la relatividad. Por cierto, el aludido se limitó a contestar, "¿Por qué cien? Con uno que llevase razón habría bastado."

En resumen, el sistema político más compatible con las ciencias naturales es la democracia. Y es fácil entender por qué: el desarrollo científico se verá facilitado en las sociedades en las que haya libertad de pensamiento, de expresión y de desplazamiento. Los científicos necesitan pergeñar sin coacciones sus ideas, publicarlas e intercambiar datos y opiniones con colegas de otras naciones.

¿Y qué decir de las religiones? No hay nada en el budismo que entre en contradicción con las ciencias naturales, pero lo cierto es que ni las sociedades budistas ni las hinduistas impulsaron la revolución científica que surgió a partir del siglo XVI. Habían hecho importantes contribuciones, como la idea del número cero, pero no las articularon en un movimiento que cambiase el panorama. Luego las asimilaron rápidamente, pero como un producto de importación desde Occidente. Interesan, pues, las religiones monoteístas proféticas.

El judaísmo puede aducir a su favor un dato asombroso. Treinta de cada cien premios Nobel tienen ascendencia asquenazí, una población europea de judíos que apenas cuenta con ocho millones de miembros. Averiguar el origen de ese abrumador éxito sería del máximo interés, solo que los censores, con el fallecido judío Lewontin a la cabeza, suelen oponerse a las investigaciones sobre ese tipo de cuestiones. En cualquier caso, Israel, un Estado joven y pequeño, disfruta de un sistema científico de primera calidad. Ahora bien, sometidos a muy diversas y agresivas persecuciones, los judíos se han visto obligados a dispersarse por el mundo, concentrándose en los América y Europa. En varios países de esos continentes han realizado aportaciones científicas muy relevantes, pero no han estado en condiciones de hacerlo como una nación territorialmente asentada.

¿Y qué decir del cristianismo? Para empezar, que lo fundó un judío, Jesús de Nazaret, y que sus primeros difusores también lo eran, desde los doce apóstoles hasta el converso Saulo de Tarso. No obstante, la extraordinaria influencia del cristianismo se debió a la protección que le brindaron los emperadores romanos Constantino y Teodosio, prosperando luego en los pecios del Imperio Romano. De hecho, la inmensa mayoría de los papas han sido europeos, principalmente italianos. Y también el anglicanismo, el luteranismo y casi todas las ramas no católicas del cristianismo tienen un origen europeo.

En relación con las ciencias ha pasado por tres etapas: colaboración con los filósofos griegos deístas y persecución de los pensadores ateos; oposición a buena parte de las innovaciones científicas modernas; finalmente, aceptación de las ciencias naturales y reinterpretación de los textos sagrados como alegorías. La revolución científica nació en países de raíces cristianas, casi todos los cuales son hoy democracias científicamente potentes. Y cristianos eran muchos de los más renombrados científicos, desde Newton a Mendel.

Una evolución paralela siguió el islamismo, pero con un resultado final por completo opuesto. Asimilaron buena parte del legado griego y durante varios siglos sus sabios estuvieron en la vanguardia de los conocimientos científicos. Sin embargo, a partir de cierta etapa triunfaron en su seno los fanáticos contrarios a las libertades, lo que provocó que la ciencia islámica se agostase. Hoy apenas hay ninguna nación islámica plenamente democrática y tampoco juegan papeles relevantes en las ciencias. Para colmo, los estudiantes musulmanes radicados en países occidentales suelen coartar la libertad académica. De hecho, se oponen a que se enseñe la teoría de la evolución y acaban de expulsar a una profesora estadounidense por mostrar unas figuras de Mahoma. Algunos grupitos cristianos estadounidenses siguen oponiéndose a las ciencias, pero en el islam esa retrógrada visión es muy mayoritaria.

Considero, pues, que el budismo, el judaísmo y el cristianismo, son compatibles, social y conceptualmente, con las ciencias naturales. En cambio, en su versión actual, el islam me parece incompatible con la ciencia y con la democracia.

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