La tribuna
Los cuatro papas
La tribuna
Se han cumplido 75 años desde que comenzó a gestarse la actual Unión Europea. El primer paso fue la puesta en común de la gestión del carbón y el acero por parte de Francia y Alemania. El objetivo declarado era preservar la paz y que no volviera a repetirse la enorme tragedia que había sido la Segunda Guerra Mundial. Pronto se unieron Italia y los tres estados del Benelux para conformar un Mercado Común Europeo cuya propia denominación no deja lugar a dudas sobre su naturaleza, aunque la invocación a la paz continuara siendo parte importante del discurso (ignorando que los estados componentes estaban, y están, dentro de la OTAN, que no es precisamente una plataforma de ONG).
Para quienes sufríamos en los estados español y portugués largas dictaduras fascistas (o parafascistas) surgidas en el preámbulo de aquella guerra, esa Europa era un horizonte envidiado al que aspirábamos porque allí no ibas a la cárcel por pertenecer a un partido o a un sindicato, podías comprar en una librería cualquier título de no importa qué ideología, ir a un cine para visionar una película con contenido político (La batalla de Argel, por ejemplo) o erótico, o comprar libremente la píldora anticonceptiva aquí prohibida. En otras palabras, a Europa la percibíamos como la libertad que no teníamos.
En 1985, España y Portugal firman el tratado de adhesión, cumplidos los requisitos políticos indispensables incluido el de haberse incorporado a la alianza militar (una exigencia de hecho). Pronto aprendimos que esta homologación –en la que estaban especialmente interesadas las grandes empresas españolas y los “nuevos demócratas”– no era gratis, pues las condiciones de nuestra entrada suponían graves problemas para muchas de nuestras producciones, entre ellas las andaluzas. Y durante cuatro décadas hemos sido los parientes pobres (y a menudo despreciados) del sur: junto a Portugal, Italia y Grecia hemos sido los PIGS, un acrónimo que conforma una palabra en inglés bien significativa, por lo que hemos venido recibiendo cuantiosos fondos, a modo de donaciones, de ayuda “para la cohesión”.
El paso desde la CEE (Comunidad Económica Europea) a la UE (Unión Europea) fue un intento de suavizar el carácter descaradamente económico de la “unión”, incorporando algunos elementos políticos, el más importante de los cuales quizá fuera el Parlamento Europeo. Pero este “parlamento” solo lo es de nombre pues carece de competencias legislativas y solo puede aceptar o rechazar lo que proviene de la Comisión. Por el camino quedaron aspiraciones como la creación de una verdadera Europa de los Pueblos, que tuviera en cuenta no solo a los estados sino también a las naciones y regiones, o la puesta en marcha de políticas fiscales comunes o de una voz unificada a escala internacional. La extensión de la UE hacia el este, tras el derrumbe de los regímenes del “socialismo irreal”, tuvo también un marcado objetivo económico: ampliar mercados.
Hoy se multiplican los llamamientos, desde todas las instituciones y partidos del Sistema, para “defender Europa y los valores europeos”, que se afirma están en peligro por el avance de la ultraderecha y por el “caos” que ha supuesto la destrucción por Trump del “orden” internacional globalizado vigente. Tendríamos que preguntarnos, sin embargo, si la UE que realmente existe encarna realmente esos valores que pregona: la dignidad humana, los derechos y libertades públicas, la democracia, la paz y el bienestar social, o si los valores que realmente imperan son la búsqueda sin medida del beneficio privado sin tener en cuenta las consecuencias sociales y ecológicas, la competitividad desregulada, la construcción de una Europa fortaleza frente a quienes tratan de buscar aquí lo que no tienen en sus países de origen (entre otras causas por la persistencia de un colonialismo extractivista apenas disimulado), la renuncia a la aspiración de igualdad, el rearme… A lo que se añade el escandaloso distinto rasero con el que son tratados los casos de Ucrania y Palestina y la complicidad manifiesta con el estado genocida de Israel.
Es sorprendente que algunos se sorprendan de que las generaciones jóvenes vuelvan hoy la espalda, o se muestren indiferentes, ante una Europa donde campan a sus anchas los grandes lobbies económicos, las puertas giratorias, los “políticos de oficio” (que diría Blas Infante) y la hipocresía más obscena. Esa juventud está inerme ante la demagogia de la ultraderecha porque, aunque esta insulte de forma grosera a la inteligencia, se presenta como la única alternativa a la Europa que realmente existe: la que ha traicionado los valores que dice defender. Y a ello contribuyen los partidos e instituciones que dicen ser de izquierda, que, en lugar de cuestionarla, están empeñados en apuntalarla adornándola con unos valores que solo existen en la retórica pero no en la práctica.
También te puede interesar
La tribuna
Los cuatro papas
La tribuna
Bienvenidos al ‘Androiceno’
La tribuna
Disculpen por los datos
La tribuna
¿Otra maldición de Moctezuma?