Quizás porque no tengo la costumbre de leer diarios, me ha cautivado 'Aquellos días', o seguramente porque envidio en todos los escritos de Juan Antonio Gallardo su destreza para contarnos la vida diaria y el discurrir de lo cotidiano, para recapacitar sobre las marcas del paso del tiempo y el sentido de las experiencias corrientes.
El caso es que me ha gustado mucho este diario de la pandemia del coronavirus, publicado por Ediciones En Huida en el verano de 2025. Para afrontar la vida de esos días extraños, Juan Antonio Gallardo se da a la escritura de un cuaderno, que concibe como método de catarsis y terapia personales tanto como homenaje al signo de la época que le toca vivir. Escrito en el fragor de la pandemia, y no posteriormente con carácter memorialístico y retroactivo, cuenta su día a día de un par de meses del confinamiento, desde el 14 de marzo al 4 de mayo de 2020. Lo hace con la confesionalidad, la privacidad y la subjetividad propias de todo diario, y, aun así, lo leemos con el reconocimiento de quien siente su vida pareja a la de los otros. Sus páginas nos retrotraen a una realidad con la que nuestra memoria se identifica y que sabemos tan cercana en el tiempo como lejana en la conciencia. Todos nos reconocemos en el relato de los ratos escuchando música y leyendo libros, las salidas al balcón para aplaudir, los paseos por la azotea, la pena por la muerte de los mayores, el anhelo de vida social, la adaptación al teletrabajo, la expectación ante las ruedas de prensa de Fernando Simón y las explicaciones de los políticos, las videollamadas, las salidas permitidas y racionadas a la calle, el engorro de las mascarillas y los guantes, etc., etc.
'Aquellos días' queda, pues, como el testimonio de un tiempo que cambió nuestras rutinas y que nos dio la oportunidad de una mirada nueva para redescubrir el mundo, para poner en valor a personas, conductas, valores y detalles de la convivencia. Este diario de la pandemia incide en las vivencias, los pensamientos y las emociones del autor-narrador-protagonista, y desde esta perspectiva de escritura del yo encontramos en 'Aquellos días' reflexiones muy agudas y sugerentes sobre la enfermedad, la soledad, la desconfianza, el afán de supervivencia, la mansedumbre de la población, la vida laboral, el colapso del sistema, los efectos en la economía, el paralelismo entre un escenario de guerra y de pandemia, la educación sentimental y el futuro de la humanidad, entre otras cuestiones de carácter global.
Son reflexiones que nos sacuden y que nos hacen plantearnos los pilares de nuestra condición de ser humano. Y, junto a estas, Gallardo dispone un cúmulo de sentimientos, fruto de una hipersensibilidad propiciada por el confinamiento, con la que comulgamos, porque de nuevo nos lleva a pensar en cómo nosotros mismos soportamos aquellos días entre el desánimo, el miedo, la esperanza, la tristeza, la desolación, la concienciación, el dolor por las muertes ajenas, la alegría por la solidaridad comunitaria, la felicidad por los que siguen vivos y, en fin, la angustia, la ansiedad y la desazón por el devenir del coronavirus. Y en esto último —en la incertidumbre por el porvenir— reside uno de los hallazgos de 'Aquellos días'.
Estos apuntes del natural, como el autor los llama, escritos en riguroso directo, resultantes de la inmediatez, al modo en que los corresponsales de la guerra hacen su trabajo, ponen al lector en una posición de superioridad con respecto al autor-narrador-protagonista. Mientras el narrador construye su relato in fieri, o sea, de manera simultánea a como evoluciona la pandemia diariamente, y, por tanto, ignora el horizonte que nos espera y se pregunta qué será del mundo, el lector goza de una posición ulterior y conoce el desencadenamiento de los hechos. Esta confrontación de perspectivas temporales estimula la lectura y nos estremece a los lectores, porque consigue llevarnos a un territorio de perplejidad entre el recuerdo sentimental de Aquellos días y la ponderación racional de nuestro presente. Y, con todo este vaivén del presente al pasado y del cerebro al corazón, no terminamos por saber si aquella rareza de vida tan bien contada por Juan Antonio Gallardo nos ha hecho mejores o peores como especie que se rige por la ética.