Manuel Bustos Rodríguez

Tras las elecciones de julio

La tribuna

Tras las elecciones de julio
Tras las elecciones de julio / Rosell

21 de julio 2023 - 00:30

Resulta difícil predecir cuál será el futuro de nuestro país a medio y a largo plazo, y si quienes gobiernen después de las elecciones serán capaces y tendrán decisión para afrontar y solucionar los importantes retos que tenemos por delante. El historiador no es un adivino. Posee capacidad para captar y analizar los hechos y conocer sus posibles consecuencias. Sin embargo, no tiene esa imprescindible bola mágica, capaz de una predicción cabal de lo que pasará. ¿Quién sería capaz de hacerlo? No debemos olvidar los retos de índole global, de espectro amplio: problemas demográficos y medioambientales, migratorios, modificación ética y antropológica, etc.; pero casi todos ellos poseen una dimensión específica en nuestro país.

Entre nosotros, un elemento esencial previo es el de la supervivencia de España como nación, al menos tal y como la conocemos hoy. Sabemos los problemas que la acosan: un Estado de autonomías desiguales, dos de ellas con fuerte poder secesionista en su seno y vocación expansionista, gradualmente crecientes desde los inicios de la Transición política, con el apoyo más o menos directo de los partidos nacionales. Autonomías con fuerzas del mismo tenor en su seno, aunque mucho menos potentes (el caso de Galicia o Valencia). Un sentimiento español debilitado por el reforzamiento de los elementos identitarios regionales y la debilidad de los de cohesión entre autonomías (historia y lengua común, bandera, sentido de pertenencia, etc.). Finalmente, unos órganos para, entre otras cosas, salvaguarda de la unidad, maniatados o imposibilitados para cumplir su función.

Se trata de un asunto clave, que lejos de haber sido debidamente encauzado, a día de hoy, amenaza con una implosión, no exenta del todo de la posibilidad de violencia, aunque una mayoría de la población esté ausente o despreocupada del problema por pragmatismo o cansancio de sus vaivenes. La vía sugerida por la izquierda (y no sabemos si también por el centro derecha llegado el momento) de los referendos autonómicos y el correspondiente cambio a medio plazo de la estructura del Estado, a través de la modificación constitucional, no parece imposible en la fase del problema a que hemos llegado. De esta forma, la vieja España se transformaría en una especie de república federalista de libre adhesión de sus autonomías, con derecho a entrada y salida con respecto al conjunto, si es que los secesionistas admiten la fórmula y no piden la desconexión sin más. ¿Es esto lo que queremos?

La separación de poderes es otra de las claves. Ningún Estado de derecho que se precie debe obviarla. Hoy se halla seriamente en entredicho. Su viabilidad dependerá del respeto de todas las formaciones a los presupuestos democráticos, con especial vigilancia de aquellas que tengan como objetivo la implantación a medio o largo plazo de un Estado de corte totalitario populista, más o menos disimulado mediante el control de organismos.

No se puede obviar tampoco la necesidad imperiosa de una ética cívica entre los políticos que administran lo público, capaz de obstaculizar los abusos, excesos y aprovechamiento de lo común en beneficio personal. La ausencia de una corrección religiosa en muchos debiera quedar compensada al menos por la práctica de virtudes de carácter laico, tales como la honradez, el sentido de la equidad, la frugalidad, el respeto, etc., según los cánones de los viejos partidos no confesionales.

Finalmente, un recordatorio obligado para la reforma de la enseñanza, amenazada desde tantas instancias y con tantos cambios a peor en su haber. ¿Qué puntos han de tenerse en cuenta? Antes que nada, dejar de utilizarla para adoctrinamiento ideológico. En paralelo, mejorar la preparación del profesor y respetar su condición de tal, acrecentar su estima y autoridad en el aula, que él mismo ha de completar con el respeto a sí mismo en el ejercicio de su noble función. Imprescindible a la vez el promover en los alumnos las virtudes del esfuerzo, el trabajo y la reflexión, y que estas sean recompensadas debidamente. Por último, limitar hasta donde se pueda la acción invasiva de las nuevas tecnologías.

A pesar de tantas presiones disgregadoras, defender asimismo la vida en todas sus fases y la estabilidad de la familia como fermento demográfico, antídoto contra la violencia intrafamiliar y primera escuela de formación y de afecto del niño que es. Sin olvidar el reconocimiento social al papel de la mujer por su compromiso familiar.

Ignoro qué serán capaces de hacer los partidos mayoritarios que gobiernen ante tales asuntos tras las elecciones, a la vista de las evidentes carencias de toda índole que arrastran. ¿Acaso no son casi irreconciliables, al menos inicialmente, las posiciones y no parecen demasiado ocupados por diferenciarse unos de otros y por la caza de votos? En cualquier caso, la dura realidad no suprime la gravedad y urgencia de los temas abordados. Otra cosa es que se resuelvan adecuadamente.

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