Cómo encontré a putin Cómo encontré a putin

Cómo encontré a putin / rosell

Cuenta Henry M. Stanley que tardó 296 días en encontrar al explorador Livingstone en Africa. Ocurrió un 10 de noviembre de 1871, en Ujiji, población ribereña con el lago Tanganika, donde pudo decir aquello de Doctor Livingstone, supongo. Por mi parte, en la actualidad, he empleado más de 365 días en hallar a mi amigo Antoni Putin, y tuvo lugar en la ribera del rio Ebro, a la altura de Zaragoza.

Conviene analizar la causa (y otras circunstancias) de esta prolongada desaparición de nuestro personaje que, como recordarán algunos lectores, era un espía ruso destinado en Cádiz pero que, en realidad, cubría para Moscú todas las incidencias políticas y sociales que iban sucediendo en España. Su última aparición pública fue a finales de octubre de 2017, en la barcelonesa plaza de San Jaime, rodeado de todas las autoridades independentistas.

Desde entonces solo me ha enviado dos correos electrónicos con remites extravagantes. El primero lo recibí en febrero, y ponía: "De Waterloo a Siberia". La procedencia: lascolesdebruselaspor@sientanmuymal.com. Y el segundo, de septiembre, también enigmático, decía: "De Estremera a Galapagar". Su origen, otra extraña dirección: elchaletdeiglesias@quefeo.es.

Con estos escasos datos la búsqueda de Antoni se hacía imposible. No quedaba más remedio que esperar.

Hace tres semanas me llamó por teléfono y tomé unas notas con las que intentaré reconstituir su dilatada ausencia. Al parecer, siguió a Puigdemont hasta Bruselas para continuar informando a Moscú sobre el procés. Más adelante, ya en Waterloo, la inteligencia catalana en el exilio lo denunció a la Policía belga que, a su vez, exigió a los servicios secretos rusos que lo relevaran de su puesto y lo destinaran a Siberia. Antoni, siempre precavido, se adelantó, pidió la excedencia como funcionario y se marchó a Siberia, pero a la extremeña, para esconderse en Herrera del Duque, su capital, durante unos meses.

Sin trabajo y sin apenas dinero tuvo la suerte de acertar una bonoloto con lo que solucionó el problema económico. Riquito, se fue a Estremera para visitar en la cárcel al ex comisario Villarejo y pedirle consejo para reconducir su vida profesional. Asegura que el veterano espía español le dio dos instrucciones, a saber: una, que comprara un chalet en Galapagar, justo el de al lado de Pablo Iglesias, y procediera a grabar todas sus conversaciones; y dos, que embelleciera su currículum vitae con un máster e incluso con algún doctorado para hacerse político, y lo mismo llegar a presidente de gobierno.

Acto seguido, Putin compró una grabadora y también la casa indicada, y se introdujo en las páginas web de las universidades más de moda en España como la Rey Juan Carlos I y la Camilo José Cela.

Sobre la marcha, convalidó su grado ruso en Secreto y Protocolo de la universidad de Novosibirsk, y obtuvo un máster, sin rastro de trabajo alguno, siguiendo la estela de importantes políticos españoles como Casado, Cifuentes y Montón. El máster versaba sobre La estancia y el último testamento de Fernando el Católico en Madrigalejo (Cáceres).

También consiguió el doctorado con una tesis exprés muy parecida a la de Pedro Sánchez. Tanto que tiene casi el mismo título con un pequeño añadido de localización: Innovaciones de la diplomacia económica española desde Siberia. El Tribunal, debidamente aleccionado, no quiso remover un texto que tiene presuntos distintos autores y le otorgó la máxima calificación.

Encelado con estos rápidos títulos, Putin se agenció otro doctorado, pero Honoris Causa, por la Universidad Nacional Toribio Rodríguez de Mendoza, de Chachapoyas (Perú). Me dijo que el coste había sido mínimo y que lo hizo porque el ministro Ábalos, maestro de profesión y sin mérito adicional alguno, es también doctor Honoris Causa por la de San Pedro, de Chimbote, otra "prestigiosa" universidad del país del suspiro limeño.

Me confesó que, en ese instante, estaba redactando su nuevo currículum vitae para enviarlo por vía telemática a todos los partidos políticos excepto a Podemos, porque al ser vecino de Iglesias se lo entregará personalmente un día de estos, cuando lo vea relajado dando un paseo por el extenso jardín de su horripilante mansión.

Si Antoni no consiguiera ser político tiene un plan B: se hará detective privado, que para eso ya tiene la grabadora y otras enseñanzas de Villarejo. Por último, me prometió que en breves fechas nos veríamos cerca de un río caudaloso.

Y a los pocos días, en la ribera del Ebro a la altura de Zaragoza, durante la presentación de un magnífico libro sobre el último testamento de Fernando el Católico, encontré a Putin. Iba con gafas de sol y con la camiseta del Cádiz C. F. Nos fundimos en un abrazo y, emocionado, solo pude decirle: "Doctor Putin, supongo".

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