Tribuna

Manuel Bustos Rodrígiez

Catrdrático emérito de la Universidad CEU-San Pablo

Los enganchados

Los enganchados Los enganchados

Los enganchados / rosell

A la generación de la Guerra, de la posguerra y del baby boom sustituye y, sobre todo, sustituirá en las próximas décadas la de los enganchados. Sus miembros se inician en el uso del móvil y de la tableta muy temprano (al igual que en el sexo, cada vez más pronto), desarrollan sus habilidades en la adolescencia y se unen a los padres, especialmente los nacidos a finales del pasado siglo, en el uso insoslayable de esa nueva tecnología, híbrido entre la comunicación y el entretenimiento. No voy aquí a detenerme en sus ventajas, de sobra conocidas.

Como cualquier otro instrumento que crea dependencia, el móvil se ha convertido en la droga por excelencia de nuestro tiempo. Menos dañino que otras, pero infinitamente más extendida. Los niños y los jóvenes, pero también los adultos, la consumen con avidez, fiados de sus innegables bondades. ¿Son capaces asimismo de controlar su uso? Aquí es donde está el quid de la cuestión, sobre todo en nuestros jóvenes, que suman con ello otro problema más a los que ya se acumulan desde hace tiempo (paro, falta de estímulo y atención, consumo excesivo de alcohol en los fines de semana, desorientación, etc.).

La imagen perceptible en cualquier ciudad del mundo desarrollado es siempre la misma: las personas son inseparables del móvil; lo sostienen, le hablan, le miran y remiran, distraen su vista de cuanto les rodea, mientras generan un movimiento ágil y rápido de los dedos que, sobre todo, cuando los protagonistas son nuestros adolescentes, sigue causando la admiración de sus mayores. Tan veloz deslizamiento sobre la pantalla, eso sí, deja fuera de juego los textos largos y las reflexiones que a veces les acompaña. Lo que importa es el impacto inicial del mensaje, el titular, no siempre certero, del periodista de turno. De ahí la cantidad de palabros deslizados en los últimos años a través de los medios, a la búsqueda de nuevas denominaciones, hoy de uso corriente: whatsapp, gags, zasca, postcard, newsletter

Como es obvio, el papel se resiente de tan feroz competencia. Cae estrepitosamente la venta de periódicos en ese formato, así como la de libros. Se reduce el espacio a ellos dedicado en los grandes almacenes, se cierran librerías y los contenidos de ambos son reemplazados por el móvil, compañero inseparable con vocación para ello. Imagino que las bibliotecas públicas caerán de la misma manera, a pesar de sus estimables esfuerzos por reconvertirse a las nuevas tecnologías; una reconversión que tantos pretenden reduciendo el período de tránsito.

Desde que alborea el día hasta que nos acostamos, el móvil enseñorea nuestras vidas, acompaña nuestros sueños, nos despierta al nuevo día. Nuestros jóvenes salen ya de casa conectados a él, pinganillos en ristre. El profesor debe compensar en clase la fiebre desatada, reiterando la necesidad de que los alumnos abandonen el multiusos de marras y atiendan a sus palabras: tarea no siempre fácil. Las imágenes de la realidad, por hermosas que sean, apenas les interesan. El mundo entra a través de una pantalla, como una sucesión ininterrumpida de imágenes, a las que solo dirigimos nuestra mirada unos segundos, sin procurarles mucho interés. Conocemos el ancho mundo sin apenas formar parte de él, compartiendo solo virtualmente su belleza y sus tragedias.

Afortunadamente, contamos ya con el concurso de la ciencia. Nuestros oftalmólogos y psicólogos detectan las enfermedades derivadas del abuso tecnológico y proponen medidas preventivas, como en el caso de las cajetillas de tabaco, apenas atendidas. La atracción ejercida por el aparatejo es mucho más fuerte. Las miopías prematuras, la sedentarización de nuestros niños y adolescentes, la falta de juego, de socialización presencial, la obesidad igualmente temprana y otras enfermedades adscritas no logran desbancar al tirano.

Porque en eso se ha convertido nuestra relación con el juguetito: una relación de dominador a dominado, aunque se pretenda justificar esta dependencia con las ventajas de su uso. ¿Y quién podrá dudar de ellas? Tenerlas las tiene: la cuestión es saber cuántos son capaces de dosificar el uso, de impedir que sea el interlocutor único con el mundo y las personas de carne y hueso que lo poblamos. Aquí, qué duda cabe, estamos en desventaja. Es tan aparentemente sencillo echar mano del móvil, últimamente tan adaptable -que en eso trabajan insistentemente las grandes empresas-, ocupando un espacio mucho menor en nuestro bolsillo o en el bolso.

Habrá que buscar ahora otro sistema, esta vez para controlar mejor al atrevido impertinente, cuando, despistado el usuario, no importa el lugar, emite sus variados sonidos de reclamo, que no sólo escucha el interesado, sino cualquier otra persona que comparte espacio con él, sin que se le haya pedido siquiera permiso, ni se le pida perdón. Cada vez veo más claro el riesgo de que la máquina termine derrotando lo humano.

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