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Qué poco le ha durado al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, el impulso transformador. Muy mal tiene que ver la situación para que se haya rendido tan rápido. Las estructuras injustas de dominio que concentran la riqueza en pocas manos desde generaciones no tienen nada que temer. Ahora es cuestión de ganar la guerra de los mexicas o preservar los derechos de las gallinas y de las puercas, como señaló una senadora de su partido. "Todas las hembras de todas las especies son iguales a los humanos y deben ser iguales a los humanos". Jesusa Rodríguez nos dará tardes de gloria y regocijo. Y es que cuando la principal actividad de la falsa izquierda posmoderna reside en llenar su agenda con cualquier actividad que no suponga el más mínimo quebranto al statu quo, el resultado es la estéril y la lucrativa conflictividad prefabricada por los duopolios televisivos. Llama también la atención el patético seguidismo de López Obrador de sus vecinos del norte. No parece casual que justo cuando la presión contra lo hispano se recrudece en EEUU, el gobierno de México decida dar la razón a aquellos que denigran la herencia íbera en beneficio de la anglosajona. En los últimos meses, hemos asistido a una guerra abierta contra Colón y otros como fray Junípero Serra. Recordar y valorar a los exploradores españoles está muy mal. Sin embargo, hay que adoctrinar a los pequeños hispanos en la épica del general Custer o en la sagrada historia de hermanamiento entre exterminadores y exterminados del día del pavo o acción de gracias. La cuestión es adocenar a una comunidad entera. Que se avergüencen de parte de su herencia cultural, y sobre todo de su idioma, con el fin de que se asimilen lo más rápidamente posible a la cosmovisión blanca y protestante en la que siempre pugnarán por no ser considerados ciudadanos de segunda. Llama la atención la insultante dejadez de los gobiernos españoles. No es que sorprenda. Si los nacionalistas de casa les han ganado la partida en la difusión internacional del relato, ¿no iba a salir victorioso el nacionalismo anglo? Hace unos días, Borrell dio una lección a izquierda y derecha de cómo tratar al mal periodismo. Pero aun es una gota en el océano de las subvenciones separatas y de la negligencia cultural hispánica.
Dos grupos políticos se han significado en su apoyo a Obrador. El pujolismo vasco de hoy ha salido raudo a darle la razón. Al fin y al cabo, los vascos que fueron a América eran unos maketos. Los otros (efectivamente, su situación política actual se asemeja, cada vez más, a los personajes de la película de Amenábar) se apuntan a cualquier cosa que suponga tanto aborrecer a los españoles como los ideales clásicos y básicos de la izquierda: la clase y la justicia social. Éstos hace tiempo que renunciaron a cualquier cambio que no supusiera una mudanza a un barrio mejor, apoyar al nacionalismo obligatorio o llenar su legañoso discurso con cualquier cosa que no incordie a sus amigos de la pasta. Al fin y al cabo, su gran conquista con Sánchez en el poder ha sido lograr que se prohíba cortar la cola a los perros. Se suponía que querían asaltar los cielos, pero al final se han conformado con la perrera, que está más a mano.
En España hay dinero para televisiones, "embajaditas" o para engordar la cuenta de resultados de grandes empresas con transferencias impúdicas de recursos públicos al sector privado. Sin embargo, no hay fondos para que las instituciones que podrían servir para revertir situaciones, como la descrita en EEUU, puedan poner en marcha políticas que fortalezcan nuestra acción exterior. España necesita explicar en el mundo lo que es y ha sido, y que ese relato sea valorado y transmitido. España no ha perdido la batalla del relato exterior, simplemente, porque nunca la ha librado.
Hay cuestiones que no precisan de dinero para resolverse. Hace unos días nos enterábamos de que los autores iberoamericanos habían salido del currículo de bachillerato. La gente no leerá en los institutos Cien años de soledad. Los estudiantes españoles tampoco tienen acceso a una historia común coherente, que refleje los procesos históricos que nos han conducido hasta nuestro presente, con sus claridades y tinieblas. Sin literatura e historia, nuestros estudiantes son presa fácil de políticos y medios a los que les viene bien una población orgullosamente presa de la incultura o de lo políticamente correcto. Se avergonzarán de hablar "el lenguaje de las bestias salvajes", como de hecho ya sucede en partes de nuestra península, y preferirán esa historia de buenos y malos que les cuentan en la tele regional. Serán buenos siervos, mientras lamentan el día en que aprendieron a hablar el idioma de los pobres.
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