La tribuna

Fangos literarios

Fangos literarios
José Antonio González Alcantud - Catedrático De Antropología

Hace escasos días don Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, atacó de improviso al presidente de la Real Academia Española, don Santiago Muñoz Machado. Ambos son de raigambre andaluza, el uno de Granada, y en otro de Pozoblanco. El ataque se producía antes del congreso de la lengua española de Arequipa. Sobre esta ciudad hay un majestuoso volcán activo, el Misti, de casi seis mil metros de altura, cuya sombra parece provocar un terremoto súbito. El más inmediato dolo, puede que calculado, es que el debate de la lengua española se ha politizado inoportunamente, en el preciso momento en que las amenazas de Trump de suprimir el español en Estados Unidos siguen su curso. Por cierto, los informes del Cervantes de LGM no atinan con su chovinismo de agradecidos: en USA el español se va a perder porque es una lengua vergonzante para la integración de los latinos.

El problema apuntado por el dardo inesperado es si un catedrático de Derecho Administrativo tiene facultades para ejercer la presidencia de la RAE. Sobre el carácter democrático de la elección del señor Machado no cabe dudar. Y lo de sus actividades empresariales tienen tanto que ver con el tema como las polémicas de LGM, comenzando por la herencia literaria de Rafael Alberti, por los jurados de los premios de poesía, e incluso por alguna condena judicial, en el marco de los conflictos universitarios. Es decir, nada.

Yo me pregunto desde hace años por qué el Diccionario de la RAE avanza tan lentamente en conceptos y modos lingüísticos de amplia aceptación popular. Cierto, que no tiene inconveniente en autorizar todos los anglicismos nada más nacer. Pero, en otros muchos casos se hace de rogar. Por ejemplo, decir “el imaginario” fue incorrecto durante infinidad de tiempo, porque traducían los académicos la palabra francesa “l’imaginaire”, por el neutro “lo”, evitando la sustantivación de “el”, que es lo que todos los científicos sociales queríamos decir. La palabra “mito”, cuya definición la hacían equivaler a “falsedad”, indicaba la profunda ignorancia de sus señorías. O “tribu” equiparándola a “sociedad primitiva” y no a una forma de gobierno que permanece en el tiempo. En el campo del arabismo, y aquí echo en falta al arabista Federico Corriente, elegido académico in extremis antes de fallecer, incluso cuando han admitido “mazjén”, como forma de gobierno “en la sombra” marroquí, ni siquiera hace alusión a la relación a la conexión con la palabra “almacén”. O no distinguir entre “fasi”, élite de Fez, de “fesí”, ciudadanos del lugar, por las ambigüedades fonéticas. O morabito concebido como santo, como cofradía o como edificio. En lo tocante a formas dialectales: expresiones que se emplean a diario, como poner el posesivo “mío” detrás de un adverbio, de amplio uso en Andalucía Oriental, es sentenciado como incorrecto.

Estos ejemplos, y otros miles, convierten en insatisfactorio tanto el diccionario de la RAE como el panhispánico de dudas. ¿Por qué ocurre esto? Justo porque hay demasiados filólogos en la RAE, y pocos miembros de otras profesiones. No está mal, por consiguiente, que un catedrático de Derecho pueda presidir la RAE, si ello conlleva su modernización, al hilo de los tiempos que corren.

El campo literario y/o filológico lleva siglos alterado en nuestro país. Dicen que Pedro Soto de Rojas, en el XVII, huyó de Madrid a Granada, para escapar a las academias poéticas. De Góngora y Lope ni qué decir tiene. Incluso el pobre Cervantes –muy buena la película de Amenábar El cautivo, que han atacado sin piedad los puristas– se llevó alguna que otra puñalada, como la de sus faltas de ortografía. Este verano último pude comprobarlo: sin ser del gremio literario, aunque haya escrito un volumen titulado Literantropología, al leer por azar un poema sobre la muerte de García Lorca, lo encontré vulgar y así lo manifesté ingenuamente. Hete aquí que una señora, valedora de la poeta glosadora, me localizó en las redes sociales, y ante mi estupor me retó, espetándome que, en ausencia de la poeta, fallecida, había de vérmelas con ella. Mundo de mucha soberbia, el literario, cuya relevancia debiera ser menguada, por el bien común. Cálmese, Luisito, se lo ruego.

También te puede interesar

Lo último

stats