Que la democracia occidental se tambalea es una evidencia, pero de dónde viene el peligro es otra cuestión. Pasemos, pues, al caso español.
A fin de comprender la profunda transformación a la que se encamina la democracia española, es conveniente recordar dos conceptos, dos vocablos, cargados de contenido político y hechos públicos desde el mismo poder. Uno de ellos, formulado el lunes 16 de junio ante los medios de información, hizo referencia a un sorprendente título de liderazgo que nos retrotrajo a los años 30 y 40 del siglo XX. El otro concepto, puesto en pie al comienzo de la presente legislatura, fue la simbólica erección de una obra de albañilería. En efecto, los años 30 y 40 fueron los años del fascismo rampante y triunfante. Sus líderes gustaron de adornarse con títulos rimbombantes, supuesta encarnación del pueblo que los eligió con carácter vitalicio: “Führer”, “Duce”, “Conducator” en Rumanía, “Caudillo” en España... Y, he aquí la sorpresa: en el siglo XXI un primer ministro de la UE proclamándose “Capitán” que dirige con mano firme la nave de la patria, solo responsable ante la Historia. “Pasaré a la Historia”, dijo alguna vez el Capitán.
Dos conceptos (“Capitán” y “muro”) que nos avisan del bien intencionado error de muchos demócratas cuando sostienen que la democracia no acepta adjetivos (“Democracia Orgánica” de Franco) o la “Democracia Popular” de los países comunistas), la única democracia verdadera sería la democracia a secas. Pero no: democracia significa gobierno de la mayoría, y la mayoría puede democráticamente transformarse en una tiranía sin necesidad de añadirle ningún adjetivo, tal cual ocurrió durante la Revolución Francesa en el periodo del Terror, entonces se vio como la mayoría jacobina mandaba a la guillotina a toda la minoría girondina o, de nuevo en Francia y por referédum, el pueblo concediendo plenos poderes a Bonaparte o como Hitler recibiendo, asimismo, plenos poderes de un Parlamento elegido democráticamente o la Venezuela de Maduro... En suma, tampoco la democracia sin adjetivos está libre de derivas cesaristas. Lo que sí queda libre de ese peligro –salvo abierto golpe de Estado– es la Democracia Liberal, en la que una Constitución garantiza las libertades y la alternancia en el poder de todos los partidos; por eso es tan peligroso que tanto la opinión pública como la publicada confundan “liberal” (actitud moral y política) con “liberalismo” (doctrina económica). Sin duda el fascismo histórico desapareció para siempre en 1945; hoy, solo los demagogos y la supina ignorancia progre siguen amenazando con el oxímoron de un inverosímil fascio colega del liberalismo económico.
Paradójicamente, existe en nuestro siglo XXI el riesgo de pasar sin darnos cuenta de la democracia a sistemas de censura y recorte de libertades, todo ello en nombre de una defensa de la seguridad frente a nuevas pandemias, resurrección del fascismo, “emergencia climática” y supuestas amenazas bélicas. Así se nos exige disciplina militar y una vigilancia constante del desierto de los tártaros. “Pasaré a la historia”, dice el Capitán y uno recuerda al Caudillo repitiendo aquello de “Dado lo vitalicio de mi magistratura solo soy responsable ante Dios y ante la Historia”.
La segunda gran tarea expresada al principio de su gobernanza por el Capitán ya ha sido casi concluida; levantar un muro que separe a los ciudadanos, que separe a los buenos de los malos. Esa siniestra obra de albañilería que ha sido siempre inseparable de tiempos oscuros: los guetos judíos en la Europa hitleriana sellados en entradas y salidas, el Gulag de la Unión Soviética, el Telón de Acero, el Muro de Berlín. Una gran tarea ésta, la de constructor de muros, para preservar la democracia que el Capitán podrá añadir a su currículum. Ya solo quedaría para completar la tarea el adjetivar el nuevo modelo de democracia española, y un nuevo Wat Whitman que cante, como letra del himno nacional, “Oh, Capitán, mi Capitán”.