José A. Merat León

El olvido mata

La tribuna

Este seísmo no era previsible, pero sí que una catástrofe sería especialmente mortal en las zonas que Mohamed VI ha condenado a la marginación

El olvido mata
El olvido mata

13 de septiembre 2023 - 00:15

Al término de estas líneas, me gustaría no haber resultado aleccionador, moralista y mucho menos capcioso; sí reflexivo. Los tribuneros solemos pecar de lo primero. Aunque Excusatio non petita, accusatio manifiesta, ya saben. Ahí va mi intento.

La noche de la catástrofe en Marrakech, el pasado viernes a las 23:11, una amiga y yo cenábamos con estupendas vistas a la plaza Jemaa El-Fna. Huelga contar más. Desde la segunda plaza de la terraza, solo esperamos a que no se derrumbara el edificio. Lo que se siente es mucho menos heroico y espectacular de lo que se cuenta. No se puede hacer más que confiar en que saldrás con vida. Esa noche no nos tocaba a nosotros; sí a casi tres mil personas. Quizás todo se reduce a la suerte, aunque creo que casi todo es cuestión de privilegio. Cenar en un buen restaurante, edificado en ladrillo y no en barro y paja, pudo marcar la diferencia. Se acabó el morbo. Ahora empieza la reflexión.

En enero de 2020, unos compañeros de facultad y yo decidimos hacer nuestro viaje de fin de carrera por Marrakech, la cordillera del Atlas, Ait Ben Hadu, Uarzazat y el desierto de Merzouga. A medida que abandonábamos la occidentalizada Marrakech, veíamos con una mezcla de estupor y tristeza el extremo olvido que sufrían diminutas aldeas montañosas y poblados en que no había nada: un puñado de casas –muy malas–, nulas infraestructuras, escasos servicios y dificilísima accesibilidad. Sentíamos que nacer allí era tener verdadera mala suerte, a sabiendas de que esta conclusión es poco considerada y hasta etnocéntrica. Era como vivir Las Hurdes de Buñuel en primera persona, pero casi cien años después. El Estado marroquí no estaba cerca de llegar a esos ciudadanos, quienes no eran –o son– nadie para la corona.

Hace un año, agosto de 2022, mi madre, hermana y yo visitamos Marrakech. El guía que nos dio a conocer la ciudad estaba abierto a hablar de política en el trayecto que separaba los distintos puntos turísticos. “El problema de este país siguen siendo las aldeas y pueblos rurales, el Estado no llega allí y están completamente cuidados”, aseguraba. No se molestó en defender a su rey, para qué. La monarquía ha tenido tiempo y recursos para solucionar esta desconexión mortal con la población rural.

El pasado viernes por la noche, el seísmo azotó con dureza el suelo de Marrakech y muchos de sus edificios. Sobre todo, las construcciones que estaban dentro de la medina o ciudad antigua. Escombros, derribos y restos de materiales por el suelo, todo en el barrio antiguo.

En la mañana del sábado, decididos a salir del país en tren, mi amiga y yo caminamos hasta la estación de la ciudad, en el barrio moderno. Observábamos que los altos edificios de la parte nueva de la ciudad, donde reside la población más acomodada, estaban de pie y prácticamente intactos. La calidad de tu edificio te hace tener más o menos probabilidades de morir en el mismo terremoto. Evidente. Pero también tus carreteras.

Los medios de comunicación han confirmado que el grueso de víctimas mortales y heridos se encuentran en los pueblos olvidados, donde, además, la ayuda ha tardado más de un día en llegar por el deplorable estado de las carreteras. Entre tanto, vecinos retiraban escombros sin medios mientras sus familiares no aguantaban la espera. La precariedad que esclaviza a estos pueblos, la falta de infraestructuras y la desconexión que sufren estos ignorados los han condenado a sufrir aún más, si cabe, las consecuencias de una catástrofe natural. El olvido al que han sido sentenciados les baja el pulgar en contra de la vida. Este seísmo no era previsible, pero sí que una catástrofe sería especialmente mortal en las zonas que Mohamed VI ha condenado a la marginación.

En España tenemos hogares de bajísima calidad, con la salvedad de que el pueblo más remoto de nuestro país deber –debería– contar con una conexión decente con el hospital más cercano. La diferencia entre que una ambulancia llegue en dos horas o veinte es obvia. El tiempo es fundamental para recibir ayuda y esto es responsabilidad del Estado.

El rey Mohamed VI de Marruecos, este autócrata y represor ha tardado más de dos días en volver a su país para interesarse por la catástrofe. Su gestión negligente sigue causando estragos y nadie, con verdadero poder. Como español, me avergüenza profundamente que este autócrata sea hermano de nuestra Monarquía y, recientemente, amigo oficial de nuestro Gobierno. También cautivos de sus chantajes.

Espero haber sido reflexivo.

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