Tribuna

César romero

Escritor

Los peculiares españoles

En ningún otro país cuanto simboliza a la comunidad -la bandera, el himno, la Jefatura del Estado, etc.- es tan vilipendiado como aquí y objeto de continuas faltas de respeto

Los peculiares españoles Los peculiares españoles

Los peculiares españoles / rosell

Los españoles somos un pueblo peculiar. Peculiar, no una excepción ni una rareza, según cierta historiografía quiere hacernos creer, y una visión tópica, asentada en medias verdades respaldadas por algunos intelectuales muy populares, subraya bajo la especie del "no tenemos arreglo" que resolvería todos nuestros enigmas. Somos un pueblo peculiar porque, a diferencia de otros, nos empeñamos en que lo que nos une no nos una. En ningún otro país cuanto simboliza a la comunidad -la bandera, el himno, la Jefatura del Estado, etc.- es tan vilipendiado como aquí, objeto de continuas faltas de respeto (somos las antípodas del Reino Unido, como se ha evidenciado tras la muerte exagerada de Isabel II). Y no vale ya invocar a Franco y su apropiación indebida de nuestros símbolos. Va para medio siglo que murió y, además, antes de su larga dictadura también fueron atacados (la Segunda República cambió himno y bandera, como si los anteriores sólo representaran a una parte, no a toda la sociedad). Pero algunos españoles no se quedan en estos símbolos. Van más allá y desprecian otros nexos de unión. La historia común, por ejemplo. La singular gesta del descubrimiento de América se cuenta en minúscula, de manera avergonzada ya desde su cambiante denominación, y genera un debate huero que acaba en disputas y disculpas absurdas (como si Italia, ahora, debiera disculparse porque Roma nos conquistó y habernos convertido en su provincia sólo perjuicios nos hubiera irrogado; ojalá hubiesen conquistado toda la península, sin olvidarse del triangulito del norte: cuántos disgustos nos habrían ahorrado). El idioma común, el español, ya desde la acoquinada denominación de castellano, es minusvalorado, no defendido como una riqueza, cultural y no sólo económica (parece que la única vara objetiva de medir fuera la balanza pecuniaria), que posibilita entendernos desde California hasta Israel pasando por, bueno, igual pasando por Hernani o Mahón no, porque malos ojos miren a quien quiera hacerse entender en él. ¿Qué extraño mal aqueja a tantos españoles que, en cuanto algo nos une, lo atacan sin miramientos?

Algunos dirán que el nacionalismo. Puede. Pero los nacionalismos periféricos son algo reciente y quizá sólo los una el ataque a la nación de la que pretenden desgajarse. Si algún día formaran sus ansiados estados, ya nada los uniría y empezarían a destrozarse entre ellos (el cantonalismo es infinito: quedó demostrado en la España de 1873). Los nacionalistas son tan españoles que sólo los une lo más español que hay: el ataque a lo que nos une (y aquí hay que incluir a los nacionalistas españoles, que, bajo la exaltación excluyente de los símbolos de todos, flaco favor que hacen, por cierto, se justifican por el ataque a quienes atacan a lo que nos une, bajo la cantinela de su supuesta defensa). Otros dirán que es la envidia, pecado ya viejo en tiempos del mordaz Quevedo. Puede. La envidia haría a muchos alabar cuanto han hecho los demás países a lo largo de su historia para minimizar nuestras empresas. Ensalzar lo ajeno que nos queda lejos para ridiculizar lo "ajeno" cercano. Podría ser. La envidia justifica al español que se admira de que un francés respete su bandera o defienda símbolos como Aznavour, pero ¿explica a tanto español que rehúye de su enseña o desdeña a alguien tan poco despreciable como Nadal?

Quizá nadie haya atinado con nuestra clave como Cervantes. "Clave española" lo llamó Julián Marías en uno de sus más iluminadores libros. Cervantes retrata el radical individualismo de los españoles, una peculiaridad más subrayada que en otros lares y que tal vez nos explique. Nuestro acendrado individualismo, cuya cruz hace rechazar lo común, lo compartido con el resto de españoles, por temor a quedar ensombrecido, ser uno más; cuya cara sería la nutrida serie de personajes que a lo largo de nuestra historia han puesto sus descollantes individualidades al servicio de los demás, sacando lo mejor de quienes los rodeaban con sus empresas y tribulaciones. Cuando los quijotescos españoles han dedicado sus esfuerzos a cumplir sus empeños, desde circunnavegar la Tierra a expandirse por ella o a reconciliarse tras cuarenta años de dictadura, han mostrado la cara de un individualismo que, paradójicamente, enriquece a quienes los siguen de forma más generosa y despreocupada que otros caracteres más gregarios. Cuando se empeñan en levantar la cruz de sus individualidades frente a la comunidad, como si ésta los sepultara o anulara, ni siquiera reconocen los símbolos que los unen, y tienden a rechazarlos, y arremeten contra ellos lanza en ristre, faciendo entuertos donde otros pueblos, con menos historia conjunta que los españoles, jamás crearon artificiosos enredos.

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