Tribuna

José Antonio Merat León

Periodista

Ya sabemos que ese culo es de mentira

¿Cuánta ludopatía juvenil se ha solucionado desde que las casas de apuestas nos piden jugar con responsabilidad? Papel mojado

Ya sabemos que ese culo es de mentira Ya sabemos que ese culo es de mentira

Ya sabemos que ese culo es de mentira / rosell

No puedo enumerar las veces que espié a mis juguetes al salir del cuarto. Desde que vi por primera vez Toy Story, soñaba con que mis peluches tuvieran vida propia. Aún guardo uno de ellos y lo pongo cada día bocarriba, para que respire. Pero sé que es mentira, mis muñecos nunca salieron andando a mis espaldas. No hizo falta que nadie me dijese que la vida de Woody o Buzz eran ficción, falsas. Hasta ahí podía llegar mi ingenuidad.

La digitalización y los actuales mercados salvajes nos brindan un curioso escenario Pixar de trampantojo similar: la perfección de los cuerpos en redes sociales. Los filtros, vamos. Íñigo Errejón pidió que las empresas identificasen obligatoriamente cuándo habían manipulado una imagen en internet. Marcas einfluencers, claro. El motivo es que la edición del físicos distorsiona nuestra percepción de la realidad. La Ley de Imagen Corporal, he decidido llamarla.

Reconozco la buena voluntad de la iniciativa, pero ¿qué utilidad tiene? Al final, las marcas pondrán en letra minúscula, si no imperceptible, que han aplicado una corrección sobre una foto. Pero el Photoshop se ve de lejos. Sobre todo, para un nativo digital. Ese no es el problema.

Porque ¿cuánta ludopatía juvenil se ha solucionado desde que las casas de apuestas nos piden jugar con responsabilidad? Papel mojado. Claro que hay jóvenes que se sienten intimidados por el imperativo canónico de belleza, pero no se soluciona con una pegatina diciendo que la tableta de Miguel Ángel Silvestre o las piernas de Ester Expósito han sido retocadas. Tampoco nos infantilicéis, hombre. No somos tan tontos. Debemos saber que nuestro cuerpo no es perfecto, en la vida hay desafíos.

El fenómeno del culto al cuerpo -y el abandono parcial o total de la mente, en muchos casos- va explotarnos en la cara. Ya se ven algunas grietas. No todos podemos ser divinidades del Olimpo, y menos mal. Las modas con nuestra apariencia física, cada vez, van más deprisa. Ahora, los pechos más grandes; ahora no, pequeños; las piernas, más duras; ya no, se ven feas; el mentón abierto, la nariz hacia arriba; más para abajo: un día, el cuerpo nos dirá que ya basta.

Estoy a favor de las cirugías estéticas, muchos amigos y amigas mías han encontrado una vía para solucionar complejos físicos y, con ello, asuntos relacionados con su salud mental. A tope con ellos, como solemos decir nosotros. Eso sí, debemos reconocer que la popularización de las operaciones estéticas llaman a los fantasmas de las brechas. Brecha económica, concretamente. No todas las personas pueden costearse u retoque plástico y los complejos físicos no entienden de clase social. Las orejas de soplillo pueden hacer sentir mal a una persona que gane mil y a la que gane cien. Es indistinto. Eso sí, una puede ponerle solución inmediata y la otra no. No es un tema baladí. La persona que tiene que aguantarse sus orejas por falta de dinero no tiene un problema porque no sepa diferenciar una foto retocada de Instagram, es que no tiene cómo pagarse la operación. Y ve que su vecino sí, y que está más guapo. Discriminación social de libro.

Con esto quiero decir que, en mi opinión, el problema de las fotos engañosas y las redes sociales viene de antes. Los cánones de belleza han existido siempre, pero está en nuestra mano ampliarlos. En la industria de la edición hay poca trampa, créanme. Si me dieran un euro por cada foto que acierto que lleva retoques, teclearía estas líneas desde Miami. Mi generación y las venideras sabemos identificar los filtros perfectamente. Lo que tenemos que aprender es a querernos mejor, curar la gordofobia que hay en nuestra sociedad y hacer mucha pedagogía de lo bello. Las cosas artificiales pueden ser muy bonitas, pero también las naturales.

Nadie vino al colegio a decirnos que Toy Story era mentira, ya lo sabíamos nosotros. Los jóvenes aprendemos a vivir con frustraciones desde bien temprano, con ello nos curtimos y maduramos. Es muy positivo que conozcamos la cara amable y desagradable de la moneda. De nada demasiado, claro está.

Al igual que un anuncio de Juega con responsabilidad no va a evitar que un joven que padece ludopatía apueste 50 euros al Sevilla -a pesar de cómo estamos-, no creo que un letrero de Imagen retocada cambie mi deseo por tener la percha de Mario Casas. Lo que necesitamos es una salud mental pública, universal, de calidad y accesible para todas aquellas personas que, por algún motivo, todavía no se aceptan como son. Lo demás, flores en un jardín quemado.

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