Tribuna

isidoro moreno

Catedrático emérito de Antropología

No seguir cavando

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No seguir cavando

Se atribuye a Confucio una sentencia o consejo que convendría tener siempre presente, tanto en nuestra vida individual como colectiva: "Si queremos salir de un pozo, lo primero que tenemos que hacer es no seguir cavando".

Viene esta reflexión al hilo de una noticia recogida por algunos medios -entre ellos este Diario- a la que los "políticos de oficio" (como los llamaba Blas Infante) no han prestado atención porque echa por tierra sus relatos: según el último informe de la Contabilidad Regional de España, Andalucía se sitúa ya como la última de las Comunidades Autónomas en renta per cápita (PIB), siendo esta el 74,1% de la media española y poco más de la mitad de la de Madrid o el País Vasco. Un dato que es similar al de comienzos de este siglo y peor que el de 1975, como refleja otro informe, este del Consejo General de Economistas y la Cámara de Comercio de España. En ese año, Andalucía era la tercera por la cola en el ranking de riqueza/pobreza. Solo superaba a la que sería luego Castilla-La Mancha y a Extremadura. Pero, hoy, estas regiones también nos han adelantado y en 2021 somos ya el farolillo rojo.

¿No refleja esto el fracaso total de la política desarrollada durante 37 años en la Junta por los sucesivos gobiernos pesoístas (con la muleta, cuando hizo falta, del PA, de IU o de Ciudadanos), ahora continuada, e incluso acentuada, por el PP de Juan Manuel Moreno? Negando toda evidencia, sin embargo, desde que se pusieron en marcha las instituciones autonómicas han sido, y son, constantes las afirmaciones de que Andalucía era (y es) "la locomotora" o "el motor" de la economía española; de que ya hemos conseguido la segunda (o la enésima) modernización y de que estamos a punto de convertirnos en "la California de Europa" (como afirmara Borbolla) o en "la Baviera del Sur" (como dice ahora Bendodo). Podríamos poner muchos ejemplos más de afirmaciones y relatos delirantes en absoluto basados en la realidad. Afirmaciones que han tenido, y continúan teniendo, como objetivo mantener a la gente en un estado permanente de anestesia, haciendo ver que las políticas en marcha desarrolladas por el PSOE durante casi cuatro décadas, o las que rigen ahora impulsadas por el PP -que responden a una misma lógica- nos han sacado ya de la posición subalterna, subdesarrollada, desidentificada y dramática contra la que el 4 de diciembre de 1977 en las calles y el 28 de febrero de 1980 en las urnas millones de andaluces nos movilizamos para exigir instrumentos políticos propios capaces de revertir esa posición.

Contrariamente a las aspiraciones de entonces, ni la muy limitada e ineficaz autonomía que permite el Estatuto de 1981 (y lo mismo el de 2007), ni las políticas puestas en marcha desde la Junta han conseguido mejorar la posición de Andalucía respecto a las demás Comunidades Autónomas y a la media del Estado. Antes al contrario, la han empeorado hasta el punto de que hoy ya no tenemos a ninguna nacionalidad, región ni ciudad autónoma detrás de nosotros. Solo quienes viven en (y de) la burbuja partitocrática tienen el atrevimiento (o, mejor, desfachatez) de obviar esta realidad señalando con orgullo que crecen las exportaciones andaluzas y crecen también, cada año, el número de turistas que pasan aquí sus vacaciones y las inversiones extranjeras. Silencian que las primeras son resultado de la acentuación del extractivismo minero y de la agricultura hiperintensiva que esquilman nuestros Bienes Comunes. Que la mayor parte de los beneficios de las actividades turísticas pasan directamente a manos de empresas multinacionales o sus franquicias. Y que facilitar las inversiones externas prácticamente sin condiciones es la vía más directa para agudizar nuestros males estructurales y sus consecuencias. No es casual que desde 1985 hasta hoy el peso del sector industrial haya bajado a la mitad (del 21,6% al 10,4%) y los servicios hayan pasado del 52,3% al 67,6% con un grado muy alto de precariedad en el empleo. Ni es mera anécdota que sean andaluces la gran mayoría de los municipios y de los barrios de ciudades más empobrecidos de todo el Estado. Y es que mientras más avanzan estos tres factores de los que nuestros políticos están tan orgullosos: extractivismo exportador, monocultivo turístico e inversiones extranjeras casi desreguladas, más nos hundimos en el pozo de la dependencia económica y la subordinación cultural y política.

Contrariamente a lo que afirman los relatos triunfalistas, todos los indicadores señalan que con la dinámica de los últimos cuarenta años no solo continuamos en el pozo sino que nos hundimos cada vez más en este. ¿No es hora ya de atender el consejo de Confucio y abandonar el modelo económico actual y su lógica subyacente, sustituyéndolo por otro modelo descolonizado, centrado en nuestras necesidades como pueblo, basado en la cooperación y la gestión comunitaria y respetuoso con nuestro ecosistema y nuestra cultura? Este es el reto. Sin duda muy difícil, pero imprescindible de acometer.

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