Tribuna

federico soriguer

Médico Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

Una teoría (resignada) de la cintura

Una teoría (resignada) de la cintura Una teoría (resignada) de la cintura

Una teoría (resignada) de la cintura / rOSELL

La cintura es, en términos técnicos, la zona de transición dorso-lumbar. Pero además un lugar donde ocurren muchas cosas. Por ejemplo, la cintura duele con frecuencia. El dolor de cintura -la conocida lumbalgia- no mata, pero joroba. La cintura divide el cuerpo en dos partes y ya sabemos lo que significa hablar de cintura para arriba o para abajo.

La cintura nos define y nos identifica. Estamos aquí teorizando sobre la cintura, que es un concepto relativo, al menos relativo a las caderas, y para la gente común el lugar donde la espalda pierde su nombre y, sobre todo, un lugar al que mucha gente traslada la conciencia, pues es desde ahí desde donde a quienes les duele la cintura todos los días, piensan y observan el mundo.

No debe ser casualidad que nuestro lenguaje esté lleno de metáforas sobre la cintura. La cintura "se pierde" en las mujeres cuando se embarazan y en los hombres cuando su virilidad se cobra las primeras piezas. No es lo mismo perderla que "no tener cintura", que es una metáfora que debe venir del boxeo, en donde el juego (de cintura) es muy importante e indica cierta habilidad para el regateo, para saber recibir los golpes y para devolverlos, como la vida misma. "Meter en cintura" a alguien es un eufemismo, la forma suave de llamar a la represión, ya sea de adultos, ya sea de niños. Probablemente esta relación entre la represión y la cintura tenga más que ver con el cinturón, que es la medida cotidiana de nuestra cintura, el equivalente de los vergajos, esa verga de toro que después de cortada, secada y retorcida, se usaba como látigo. El cinturón, además de ser una indumentaria necesaria para el que carece de cintura, ha sido utilizado en exceso para "meter en vereda (o cintura)" a todo aquel que sacaba los pies del tiesto o que "carecía de cintura", es decir, de la inteligencia suficiente para escabullirse a tiempo.

"Apretarse el cinturón" en las épocas de carencia es algo más que una metáfora para cuando nos vienen mal dadas. También es un signo de la manera que comemos, pues cuando ganamos peso hay que "aflojarse el cinturón" y lo contrario en épocas de penurias.

En todo caso la cintura es la medida de muchas de las cosas que somos y que hacemos. Tenemos una cintura que nos viene dada por el nacimiento y también por la cultura, y a los cuarenta casi todos tenemos la que nos merecemos. Algunos dicen que la cara es el espejo del alma, pero a mí me parece que es más bien la cintura, pues mentimos con la cara, con los gestos, con la mirada, pero es imposible mentir con la cintura. No debería sorprender que sea así pues nuestra cintura actual es el resultado de las chapuzas evolutivas que nos han traído hasta aquí. El precio que el pre homínido tuvo que pagar para convertirse en homo erectus primero, y sapiens después. Para ponerse de pie, para dejar de vivir de rodillas (en realidad a cuatro patas), el hombre tuvo que inventar la actual cintura y urgido por la prisa le salió este apaño que no es, precisamente, el mejor argumento de ningún diseño inteligente. Por eso a las gentes de hoy nos duele la cintura, que es como si nos doliera el peso de la historia. Y de la prehistoria. Mirar desde nuestra cintura es un ejercicio de modestia, pues pone en entredicho muchas de las certezas evolutivas y, sobre todo, nos advierte de nuestras limitaciones. Yo creo que en el futuro prestaremos cada vez más atención a una cintura que nos duele como nos duele el alma. Un dolor, que debe ser tan existencial, tan entrañado en nuestra propia y limitada naturaleza, que nadie sabe cómo resolver. No, desde luego, la medicina racional de Occidente, la única medicina posible, por otro lado, en nuestro tiempo.

Por eso, cuando a alguien le duele la cintura y el traumatólogo tarda seis meses en dar la cita, la gente recurre a imposiciones de manos, quiromantes, astroterapeutas, acusensores y toda la caterva de embaucadores, chamanes y magos de la tribu occidental. Tampoco curan, pero engañan, que es algo muy demandado por mucha gente. Y con sus mentiras, con sus dulces mentiras, con sus pretendidos conocimientos ancestrales e indemostrables, pretenden devolvernos a un mundo antiguo mágico y milagroso, a un lugar en el que, por cierto, no había dolor de cintura. Por eso hoy la cintura es ese lugar a mitad de camino entre la cabeza y el suelo, en el que el hombre moderno ha colocado la dignidad pues vivir sin doblegar la cintura ante Dios ni ante la Historia, es un esfuerzo titánico que demasiada gente sólo puede conseguir con dolor. Por eso la lumbalgia es algo más que una enfermedad. Es un síntoma de las contradicciones del mundo moderno y, hoy por hoy, como el cambio climático con el que tiene sorprendentes relaciones de co-causalidad (¡nature vs, nurture!), un problema sin solución. Pero, sobre todo, la cintura es ese lugar que pone a prueba los sueños de la razón moderna, esa que promete la inmortalidad sin haber conseguido, ni siquiera, resolver un miserable dolor de cintura.

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