Tribuna

alfonso lazo

Historiador

El tercer Papa

¿Iglesia al modo de Ratzinger o Iglesia como la entiende Bergoglio? Un nuevo cónclave no puede tardar demasiado, y cada nuevo papa suele ser una sorpresa

El tercer Papa El tercer Papa

El tercer Papa

En los días aciagos de la pandemia, cuando el mundo entero estaba confinado, los ancianos morían en soledad y los cadáveres sobrepasaban la capacidad de hospitales y morgues la Iglesia guardó silencio, incapaz de comunicarse con la sociedad del siglo XXI. No tenía por qué haber sido así. Quizás el papa Ratzinger, de haber vivido un largo Pontificado, habría podido recuperar para el cristianismo la lengua perdida que hoy los intelectuales ya no encuentran en las palabras de quienes tienen como tarea hablar del Logos.

Ratzinger, un intelectual, sí tuvo palabras que dictar desde la sede de Pedro cuando fueron necesarias. En su discurso ante el claustro de la Universidad de Ratisbona (2006), fue capaz de referirse a temas tenidos por tabúes pero que daban cuenta de la inocultable decadencia de Europa: "Occidente -sostuvo Benedicto XVI- se odia a sí mismo", ha olvidado su pasada grandeza y se considera responsable del sufrimiento del resto de los pueblos del mundo. Un complejo de culpabilidad que deja el continente europeo a merced de un islamismo creciente. Palabras mayores. Como palabras mayores fueron también pronunciadas en el debate entre Ratzinger y Habermas acerca de moral y valores prepolíticos (2004); un debate de alto rango que atrajo la atención de las mentes más lúcidas del nuevo siglo. Mas asimismo le atrajo la feroz antipatía del ignaro periodismo televisivo siempre en busca de gestos y simplificaciones.

¿Podría el papa Emérito haber recurrido a una especulación religiosa y consoladora sobre la pandemia? No me refiero a salir de su retiro para inmiscuirse en el Pontificado de Francisco; me refiero a su capacidad para componer un nuevo discurso cosmológico capaz de interesar a los sabios y consolar a todos los que sufren a lo largo de la Historia. Una explicación cristiana con la lengua del siglo XXI.

Como no podía ser de otra manera, Benedicto XVI se ha marchado en silencio, pero creo legítimo imaginar ese discurso nuevo en su boca. Sostenía Teilhard de Chardin, jesuita y paleoantropólogo, que la creación progresa por evolución hacia su plenitud: el Reino de Dios; y en esa evolución es como si (aquí el como si debemos tenerlo muy presente para no caer en el disparate), es como si la Divinidad creadora necesitara del concurso de los hombres. Pero toda evolución hacia la perfección (no la azarosa evolución darwiniana) conlleva de necesidad imperfecciones superadas, es decir, males vencidos. Una evolución aún no terminada que por fuerza es un combate doloroso contra el mal, el dolor, la enfermedad, la muerte. Así, los médicos, los sanitarios, los compasivos y todos quienes lucharon contra la maldita peste se convierten en colaboradores de Dios. Al final, pues, "Muerte, ¿dónde está tu victoria?".

Ratzinger ya no está, pero está Francisco. Su estilo es distinto. Mientras Benedicto XVI buscaba recuperar a los sabios, Bergoglio se fija en los pobres. No anda descaminado. El Evangelio coloca en un primer plano a los desgraciados y "de ellos será el reino de los cielos". Pablo de Tarso en sus cartas, para referirse a las primeras comunidades cristianas las presenta como la hez de la tierra, la basura de la sociedad, los miserables, los analfabetos. El mismo Jesús lo deja bien claro: Dios no ha revelado su plan ni a los sabios ni a los ricos, sino a los menesterosos e ignorantes de este mundo. Sin compasión ni justicia no hay cristianismo posible; de ahí la preocupación del actual Pontífice por el África negra e Iberoamérica.

Va de suyo que Benedicto XVI nunca olvidó eso. Como intelectual y estudioso conocía bien la historia interna de la Iglesia, la figura, por ejemplo, entre otras muchas, de Joaquín de Fiore (1135-1202) y su teoría de los tres reinos: primero, la Edad del Padre, la del Antiguo Testamento caracterizada por la obediencia; luego, la Edad del Hijo, la predicación del amor, el cristianismo; por fin, en el futuro, la plenitud, el Reino del Espíritu Santo, el milenio de la igualdad y la libertad. Mas también sabía Ratzinger que a partir de finales del siglo II los filósofos y retores del más alto pensamiento pagano comenzaron a ser bautizados, y eso lo cambió todo. Hoy, sin la vuelta a la fe de Europa, empezando por sus clases ilustradas, difícil resulta poner la esperanza cristiana en los pobres de la tierra.

¿Iglesia, entonces, al modo de Ratzinger o Iglesia como la entiende Bergoglio? Un nuevo cónclave no puede tardar demasiado, y cada nuevo papa suele ser una sorpresa.

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