Diario de Pasión

Luis Álvarez Duarte

HOY ya es referencia absoluta de la imaginería procesional andaluza. Cuando el panorama artístico semanasantero de la Baja Andalucía estaba copado por las figuras todopoderosas de Sebastián Santos Rojas, Antonio Illanes, Luis Ortega Bru, Antonio Eslava o el sempiterno Castillo Lastrucci, elevado a los altares sin demasiado rigor y por equivocados amantes de lo superfluo, un joven escultor sevillano comienza a sonar con fuerza porque, con quince años, realiza magistralmente la Virgen de Guadalupe de la hermandad de las Aguas. Poco después, tras el desgraciado incendio en la iglesia del Cachorro, se le encarga la Virgen del Patrocinio para sustituir a la que había desaparecida por las llamas. Su fama fue, desde entonces, catapultada y Luis Álvarez Duarte es requerido en todos los lugares y, por tanto, su nombre se posiciona en el más alto segmento de la imaginería.

Para Jerez, realiza tres trabajos de gran importancia; aparte de las imágenes de la Virgen del Buen Fin de la Hermandad de la Lanzada y de María Santísima de la O, de la cofradía del Cristo de la Defensión, del Convento de Capuchinos, lleva a cabo uno de los conjuntos escultóricos que, creo, más interesantes de esta ciudad. En 1975, la Hermandad de la Coronación, encarga a Luis Álvarez Duarte las figuras secundarias que acompañarán al Cristo Coronado en su paso la tarde de los Domingos de Ramos. Una obra importante en la que no se aprecia, para nada, que se trata de un simple encargo de figuras menores. Es toda una obra coral realizada con criterio y máximo sentido creativo, como si se tratara de una obra titular para la más famosa Hermandad. El escultor no deja absolutamente nada a la improvisación; afronta el trabajo con decisión y rigurosidad. Apreciamos fortaleza en la ejecución del viejo sayón con una cara a base de potentes golpes de gubia; se observa sabia formulación del momento representado en el joven que, arrodillado, hace burlas; también suficiencia compositiva en el hierático soldado romano que contempla la escena y, sobre todo, hay una gran potencia expresiva, un conocimiento absoluto de la realidad escénica y un dominio espectacular del instante ilustrado con un gesto sobrio, inteligente y lleno de poder escultórico en la representación del soldado que coloca la corona de espinas, tomando impulso con la pierna izquierda apoyada en el asiento del Señor, mientras levanta la caña, en un juego magistral de dominio escénico. Todo un espléndido momento lleno de sabia estructuración escenográfica y de absoluto sentido escultórico. Un pasaje pasional para ser contemplado en toda su magnitud y que nos va a permitir acceder al poder creativo de este autor que pasó de "enfant terrible" a sabio ejecutor de la imaginería procesional.

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