Diario de Pasión

Pepe el Rubio

SIEMPRE junto al paso. Siempre bregando con sus cántaros o bidones para que a "sus niños" nunca les faltara el agua. Vestía diariamente una sonrisa de bondad enorme y unos ojos claros que miraban mucho más allá del espacio físico de los faldones. Era bajo de estatura y enjuto de cuerpo pero fuerte como un roble y noble como las maderas que hicieron realidad la imagen de Dios en nuestras calles.

Nunca tenía una mala respuesta y siempre entregaba en su jarrillo de lata la palabra cómplice que te ayudaba cuando el peso cegaba el entendimiento y la razón. Así fue su vejez junto a las trabajaderas cuando encontró una cantera virgen e inexperta en el paso de la Cena y se dispuso a ejercer de voluntario para meter sentimiento, coraje, corazón y fe debajo de unas andas que ya no podrían sentir su cuello pero sí su alma y su espíritu.

Fue un nexo de unión con los profesionales de su época, transmitiendo un oficio embadurnado de nostalgia a los niños que descubríamos aquel mundo pensando que sabíamos todo y que no nos haría falta nada. Aquella mirada llena de humildad del que fue todo en el oficio y que no se resistía a dejarlo nos sacó de nuestra soberbia juvenil y nos llevó a hacernos un poco más hombres de lo que éramos.

Se fue al cielo antes de Navidad con su cántaro y sus alpargatas y no me cabe duda que El Padre Eterno lo habrá puesto a su derecha y le diría aquello de "Ven a Mí, siervo fiel y justo porque tuve sed y me diste de beber".

Se llamaba Pepe, lo conocíamos como "el rubio" y además de aguador, indudablemente, era poeta…

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