Tribuna libre

Viernes Santo

 DÍA de contrastes extremos en nuestra ciudad. Serán las cinco de la tarde y la explosión de color y devoción se desbordará por un arrabal histórico que preside desde una altura de siglos la expansión del Jerez más humilde. La mirada del Cristo que volverá a su cita anual con su pueblo ha germinado en varias hermandades y asociaciones en la “joyanca” y el campillo y hasta es posible que en un futuro alguna de ellas se una a su discurrir en Viernes Santo buscando el centro de una ciudad que de esta manera dignifica a tantos barrios que no tenían siquiera conciencia de su condición de jerezanos.

Las Viñas, barriada emblemática en esto de crear hermandades incardinadas en las casas de sus vecinos tirará de orgullo patrio y plantará en Jerez un cortejo que crece año a año y dos pasos que poco a poco van completando en una encomiable labor de superación. La sucesión continua de actividades durante todo el año es la base sólida en la que se apoya toda esta revolución de la cofradía.

Y el Loreto con su misticismo y recogimiento nos llevará a la meditación de la adoración de la Cruz del Viernes Santo y los Dolores de su amantísima Madre. El barrio de San Pedro, convertido en tránsito obligado de muchas hermandades hacia la carrera oficial por fin disfruta de su esencia y nos ofrece una forma diferente y plena de vivir una cofradía.

La hermandad de la Soledad romperá una vez más los conceptos del tiempo y el espacio y una devoción de siglos marcada en su imagen por el neoclasicismo será precedida por el misterio más vanguardista y valiente de nuestra Semana Santa. Dos maneras antagónicas de contemplar la Pasión por dos artistas de épocas diferentes pero unidos en la unción sagrada que proyectaban en sus obras (Algo de lo que, dicho sea de paso, adolecen gran parte de las imágenes hiperrealistas y de enorme virtuosismo técnico que llenan hoy por hoy nuestras vísperas).

Y para cierre la Piedad con el rescate de nuestra historia en forma de belleza  extrema plasmada en el paso del Duelo tras un cortejo sobrecogedor donde el Señor en la urna de Juan Laureano de Pina alcanzó toda su condición humana compartiendo la muerte y redimiéndonos para siempre. 

La ciudad cumplirá de este modo un año más su compromiso con su tradición y creencias  y dormirá nostálgicamente tranquila a la espera de la Gloria de la Resurrección.

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