Diario de Pasión

Las cruces

Sobre el cielo del Martes Santo jerezano se aboceta una grandiosa cruz desde los primeros albores hasta que las estrellas se bordan sobre la cúpula de la media noche.

Es el símbolo de la Salvación el que se derrama por cada lamento, por cada espina clavada sobre unas sienes. La soledad de una fría peña es el testigo silente del Evangelio que nos anuncia que con la Humildad y la Paciencia todo se alcanza. Desde el compás del Convento de la Santísima Trinidad el Señor nos enseña con la resignación de su gesto que tras la sensación de abandono y soledad siempre encontraremos el aliento y el abrazo del Padre, el que nos hace ver que tras los límites más insospechados la vida sigue teniendo sentido.

Desde el Norte de Jerez, el Polígono de San Benito abre su corazón y su alma para dejar pasar a la misma Clemencia de Cristo. Nunca un beso supo más amargo. La traición bañaba los labios del amigo, quien realmente no era consciente de que entregaba al mismo Hijo de Dios, pero aun así es tal la grandeza del Señor que lo mantiene a su vera a pesar del suplicio que le aguardaba en tan sólo unos minutos. El madero sobre el que penderían nuestras traiciones también se vislumbraba bajo la sombra del huerto de Getsemaní.

La brisa de la noche del Martes Santo se detiene en la plaza Peones para ver cómo se levanta de nuevo un año más ese Gólgota que preside la majestad del Crucificado de Esteve Bonet. Fueron veinticuatro, pero ahora es un inmenso río de fervor teñido cual morado lirio el que fluye con aires franciscanos y castrenses. La Defensión de los hombres, la redención del pecado, jamás podría imaginar que se vería auspiciada junto a tanta majestad, tanto poderío y tanta grandeza. El Cristo de los cuatro clavos nos deja tras su estela un mensaje lleno de Vida y Esperanza.

El Amor se desgrana a su paso. La Cruz vuelve a llamarnos a la puerta de nuestras entrañas desde el barrio de San Juan, que pone en sus esquinas banderas para, como bien sabe hacer esta querida y entrañable cofradía, dejarnos Cautivos del mismo rostro donde Dios se recrea, el llanto de nácar de la Virgen de los Remedios. Stabat Mater Dolorosa.

El Señor de las Penas mira al Padre, mientras a sus divinas plantas el que será árbol de la Salvación se prepara con la pericia del Bizco y el Verruga. De nuevo la sombra de la Cruz planea sobre los martirios y las duquelas del que derrocha por cada hilo de sangre el Cáliz de Vida Eterna desde ese viejo Jerez que cada Martes Santo se troca en bálsamo para el vergel de las heridas del mismo Hijo de Dios.

Y es que no podemos olvidar que en el Martes Santo Jerezano la Cruz del martirio nos va pregonando la Salvación de los hombres.

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