La crucifixión en su expresión más lúgubre
La Viga
Desde la Santa Iglesia Catedral, la hermandad del Cristo de la Viga vuelve a ofrecer el lado más solemne del Lunes Santo
SON muchas las veces que las distintas puertas de la Santa Iglesia Catedral se abren a lo largo de la Semana Santa, pero la apertura a las seis de la tarde de cada Lunes Santo siempre tiene un matiz más que especial, ya que antecede a la estación de penitencia de la hermandad del Santísimo Cristo de la Viga.
Esta apertura dibuja, gracias al sol protagonista de esta jornada, el interior del majestuoso templo. La fila de nazarenos, con la imponente cruz de guía de bocapí rematada en plata abriendo la formación, toma su sitio en la nave principal, mientras retumba entre los sagrados ladrillos el llamador de Eduardo Salazar. Le sigue un lejano racheado de pies. Un centenar de nazarenos tienen que salir antes de que los rayos de sol empiecen a bañar de luz los enormes hachones y la madera oscura del paso de misterio. Un conjunto que desprende una sobriedad y una elegancia tan imponente como la imagen del titular de esta cofradía, con nada menos que diez siglos de existencia y devoción. A sus pies, la cruz se erige entre huesos, calaveras, piedras y cardos borriqueros que casi logran tocar los pies de Jesús. En definitiva, un misterio que desprende el lado más formal y crudo de la Pasión.
Cristo ya sigue a sus nazarenos en negro y púrpura por la calle Cruces cuando el racheado de los pies del palio empieza a sentirse en la puerta de la Catedral. Toda la crudeza que se desprende de la faz del Cristo de la Viga se desvanece en la ternura de la imagen de Nuestra Señora del Socorro, que también acumula entre nueve y diez siglos de fervor en el pueblo jerezano, siendo incluso copatrona de la ciudad. El silencio protagonizado por el misterio es roto entonces por la banda de música de Nuestra Señora de las Angustias, que anuncia la salida del palio sin desmerecer un ápice el cariz lóbrego de esta hermandad con reminiscencias en el siglo XVII.
Las órdenes de Otero Vázquez ponen al palio en la calle entre los aplausos de los congregados en torno a la Catedral. Una tarde de sol cegador pero que presenta serias dificultades para mantener encendidas las candelerías, con rachas de viento intermitentes pero muy fuertes, ni las manos de los nazarenos pueden mantener las llamadas de los cirios encendidas, color tiniebla para el Cristo y blancos para la Virgen.
La cofradía es protagonista de estampas contrapuestas. Durante su recorrido por las calles cercanas a la basílica del Carmen destacan su elegancia y austeridad, que se mantienen durante todo su desfile hasta la entrada en la Santa Iglesia Catedral, uno de los momentos claves de la Semana Santa de Jerez. Cientos de de bengalas tiñen la noche de morado mientras que Cristo sube los reductos de acceso al primer templo jerezano entre claros y oscuros, trazando el camino hacia su sede canónica. Tras su entrada, es el paso de Nuestra Señora del Socorro la que accede a los reductos entre la resaca de humos y aplausos para poner fin a la estación de penitencia de esta antiquísima hermandad.
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