La buena noticia de León XIV
Aunque se piense en un Papado continuista, el nuevo Pontífice tiene margen para corregir zonas que quedaron difusas en el magisterio de Francisco, sobre todo en su aspecto más doctrinal

Tiene la elección del Papa por el Colegio Cardenalicio un halo de elegante misterio que la hace sencillamente imbatible. El solo hecho de concitar la atención mundial en la hora corta que va desde el público conocimiento de su nombramiento a través de la fumata blanca hasta la revelación de su identidad mediante su proclamación solemne en el balcón, ya de por sí denota la actualidad imponente de una institución a la que muchos no paran de demonizar, pero que ahí se mantiene así pasen los años, actualizando el mensaje de Jesucristo que sigue vigente en el corazón de tanta gente.
Mucha culpa de toda esta relevancia social y mediática la tiene la particular configuración de la Iglesia como estructura jerárquica en la que conviven, juntos pero no revueltos, distintos carismas y sensibilidades, coronada por un poder hegemónico desde el que imparte su magisterio. Es precisamente esa especial habilidad para elegir a los que se consideran mejor preparados una de sus principales virtudes, a la que habría que añadir la facilidad de transmisión de unos valores asentados en el tiempo por casi todos los rincones del planeta. El hecho objetivo y constatado de que una simple designación sea celebrada con júbilo, y al mismo tiempo, en lugares tan distantes como Italia, Estados Unidos o el Perú, ya sugiere la potencia del mensaje.
Como tantos, apenas conocíamos nada del cardenal Robert Prevost, ya el papa León XIV, pero por los datos que han ido apareciendo en los diferentes medios y sus primeros gestos, esta primera impresión apresurada sólo puede ser buena. Un Papa relativamente joven, con salud, bien preparado, no muy alejado del magisterio de Francisco. ¿Quiere decir ello que estemos ante una mera continuación del mandato anterior? No necesariamente, pero sí que existen algunos signos que evidencian cierta afinidad.
Empezando por el origen, el Papa es nacido en Chicago, con familia materna de origen español. Es, por tanto, otro Papa americano, en el que además confluyen dos corrientes, la norteamericana de nacencia y la latinoamericana de adopción, pues buena parte de su ministerio lo ha ejercido en el Perú, donde incluso adquirió la segunda nacionalidad, llegando a ser obispo de Chiclayo. Este mestizaje constituirá, seguro, uno de los ejes de su Pontificado, pues hoy día no se pueden entender el cristianismo sólo con la visión del primer mundo.
El nuevo Papa es un religioso de una orden importante como la de los Agustinos. Su lema, “en el Único somos todos”, es de clara ascendencia agustina. Con los hijos de San Agustín se formó en su ciudad natal, pero fue en Perú donde ha desempeñado la mayor parte de su misión. La impronta de pertenecer a una congregación impone al religioso una disciplina en el ejercicio de su misión y una potenciación de la vida en comunidad que suele después reflejarse en el propio pontificado. El nombre elegido nos invoca la Rerum Novarum de León XIII, posiblemente la encíclica más rompedora y base de la doctrina social de la Iglesia. La visión de una iglesia misionera y cercana a los más desfavorecidos, pilar del Pontificado de Francisco, seguirá estando muy presente ahora.
Quizá una de las principales diferencias con respecto a su antecesor sea su pertenencia a la curia en los últimos años, desde su designación como prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina en 2023, el mismo año que fue creado cardenal por el papa Francisco, convirtiéndose en un hombre de su estricta confianza. Su participación tanto del ministerio pastoral como del gobierno de la curia y su estrecha relación con su antecesor recuerda un tanto a la elección del cardenal Montini como Pablo VI, llamado también a rematar las reformas emprendidas por Juan XXIII en tiempos de cambio en el mundo. Parece obvio que sobre sus espaldas recaerá la responsabilidad de continuar la senda reformista del papa Francisco, en la línea de sinodalidad y apertura que todavía no ha acabado de cuajar.
Aunque por todo lo anterior podríamos estar ante un Papado continuista, pienso que León XIV tiene algún margen para corregir algunas zonas que han quedado algo difusas en el magisterio de Francisco, sobre todo en su aspecto más doctrinal. Su aparición en el balcón la otra tarde, adornado con la muceta y la estola, indica un signo de recuperación de ciertos aspectos formales abandonados, y que siguen teniendo su peso en la Iglesia de Roma en la que nos reconocemos, pero que tampoco deben desviarlo de ese camino hacia una Iglesia más dinámica e integradora que ya no tiene marcha atrás.
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