Opinión

El campo, una declaración de principios

  • La Andalucía rural no solo marca el paso de tiempo de una manera rotunda; también, con esas agujas suyas invisibles, nos muestra quiénes somos, cómo somos

El presidente de la Junta, en una visita a Murgiverde.

El presidente de la Junta, en una visita a Murgiverde.

Tengo la fortuna inmensa de contar con buenos amigos a los que les encanta el campo, porque eso los hace aún más amigos míos: en las pasiones compartidas hay siempre un hermanamiento profundo y especial, que va más allá de las ideas, de las opiniones y de la mayor o menor coincidencia en la forma de pensar. Amigos con los que comparto la certeza de que un campo arado es uno de los paisajes más bellos que una persona de bien puede admirar. Y no solo por lo que estéticamente nos puede reportar esa contemplación: la paz, la infinitud, esa geometría apacible por la que parece que no pasa el tiempo pero que, paradójicamente, gracias a sus ciclos de siembras y cosechas, es como un enorme reloj que va marcando las horas, las semanas, los meses. Andalucía, en este sentido, es un reloj especialmente hermoso que se puede observar por doquier: desde los terrenos más escarpados de los almendros hasta las llanuras sin fin del girasol; desde el algodón a la fresa, desde el mango a la flor. La Andalucía rural no solo marca el paso de tiempo de una manera tan rotunda; también, con esas agujas suyas invisibles, nos muestra quiénes somos, cómo somos. Cómo sentimos. En qué nos va la vida. Saber que Andalucía es una gran potencia mundial en agricultura nos estimula, por lo tanto, mucho más allá de lo económico. Dar valor a lo nuestro no es solo asignarle valor monetario: es, además, enorgullecerse de ello y asumirlo como algo propio, en todos los órdenes. Y eso es lo que, como andaluz y como presidente de Andalucía, procuro hacer y transmitir a diario con nuestro campo.

Uno de esos amigos míos adictos al surco y al terrón suele decir, muy filosóficamente, que la agricultura es el arte de saber esperar. No estoy yo demasiado de acuerdo con él en este punto. Desde una perspectiva romántica, quizá, la imagen me vale porque me habla poéticamente del ritmo pausado de la naturaleza, y de cómo esta va marcando los tiempos con su lentitud irrefrenable. Pero si ponemos los dos pies en la realidad (que de vez en cuando es un ejercicio muy conveniente), yo añadiría que la agricultura es, sobre todo, el arte de saber actuar. El campo necesita audacia, instinto, sentido de la oportunidad, capacidad de adaptación y resistencia (como se demostró de forma providencial durante el confinamiento por la pandemia, y como se ha visto muchas otras veces); es trabajo, es toma de decisiones, es buscar la competitividad y la diversificación, es modernización, es relevo generacional, es estar siempre dispuestos a dar el siguiente paso. Y nada de esto tiene que ver con la actitud de espera. Andalucía no se está haciendo líder en este ámbito a base de aguardar a que el tiempo ponga cada cosa en su sitio, sino haciéndolo nosotros con empuje y adecuadas decisiones.

Si me permiten la expresión coloquial, se puede decir que nos quitan de las manos el aceite, las fresas, los pimientos, los tomates, los pepinos, las frambuesas…

Más allá de otras consideraciones, al repasar los datos económicos sobre lo que nuestros campos generan para nuestra tierra, lo primero que me asalta es la convicción de que deberíamos ser todos mucho más conscientes del mérito y del valor que tienen estas actividades: una cuarta parte del agro español. El 10 por ciento del empleo en nuestra comunidad. El 16 por ciento del PIB, si incluimos la industria y la logística vinculadas al sector. Estamos disparados en agricultura ecológica mucho más allá de los mínimos que marca la UE, lo cual nos está abriendo aún más las puertas de todos los mercados. Hemos superado los 8.000 millones de euros en exportaciones agroalimentarias durante el primer semestre del año (un 17 por ciento más), con algunas provincias literalmente disparadas y todas en general con muy buenos datos: solo Almería representa la mitad de todas las exportaciones hortofrutícolas andaluzas entre enero y junio pasados. Las ventas exteriores del aceite de oliva han crecido casi 27 puntos con fuertes subidas en Jaén, Málaga, Sevilla, Córdoba y también en Almería. Solo en Alemania, principal destino, hemos colocado en los primeros seis meses de este año más de 870.000 toneladas de productos del campo andaluz. Y, literalmente, si me permiten la expresión coloquial, se puede decir que nos quitan de las manos el aceite, las fresas, los pimientos, los tomates, los pepinos, las frambuesas… Esto no es, en absoluto, un lanzamiento de chisteras al aire, ni una celebración fatua que disimule la dificultad de los tiempos que corren y, aún más, de los que vienen: es, sencillamente, la verdad. Y la verdad no es que nos va muy bien, sino que tenemos razones sobradas para trabajar muy duro, con mucho tino, con sensibilidad y con total entendimiento con los sectores agrarios por una realidad a la que está vinculada indisolublemente la prosperidad de Andalucía.

No solamente somos el olivar de Europa: es que también somos su trópico, como saben bien los cultivadores de aguacates y mangos de la Costa Tropical. Naranja, arroz, remolacha, melocotón… trasladan a las mesas de toda España y Europa una calidad, una variedad y unas garantías que ya quisieran para sí muchas otras regiones del continente. Pero cuando llegamos a todas esas mesas y todas esas despensas del mundo, lo que estamos colocando allí no es solo una fruta, una hortaliza o un aderezo: estemos aportándoles un modo de vida; un referente de amor por la propia tierra; una apuesta decidida por la transformación y la modernización que no renuncia a ninguna de sus tradiciones ni esencias; una filosofía del tiempo y de lo que de verdad vale la pena en esta vida; un mensaje sobre el cuidado del medio ambiente y su aprovechamiento sostenible; nuestra cultura madre; la clave que nos une como región y como sociedad. En definitiva: cuando ponemos ante un británico, un alemán o un noruego un cajón de verduras de nuestra tierra, lo que estamos haciendo es una declaración de principios. Ojalá los propios andaluces, todos nosotros, estemos siempre atentos a su significado y seamos capaces de reconocer y valorar su importancia esencial.

Cuando ponemos ante un británico, un alemán o un noruego un cajón de verduras de nuestra tierra, lo que hacemos es una declaración de principios

Quiero y pretendo que este reconocimiento y esta valoración de nuestra agricultura provoque en nosotros una actitud exigente: ¿Cómo no va a ser importante defender una PAC justa para todos cuando las particularidades y singularidades de Andalucía no son debidamente atendidas? ¿Cómo no va a ser importante reclamar al Gobierno de la nación que acometa de una vez las infraestructuras hídricas de su competencia cuando el agua es absolutamente esencial para nuestros cultivos, esos que lideran las exportaciones en España? ¿Cómo no va a ser importante invertir en la modernización, en ayudas, en asesoramiento, en caminos rurales, en luchar contra la despoblación, en políticas serias de agua, en la promoción de las nuevas generaciones, como llevamos haciendo de forma muy destacada desde la legislatura anterior? ¿Cómo no va a ser importante contar, como ahora por fin, con un plan estratégico para mejorar la competitividad? Pues claro que lo es. Importante, no: fundamental. Todo esto es una auténtica prioridad para Andalucía. Y con esa idea me levanto cada mañana y me pongo en marcha para dirigir la gestión pública en nuestra tierra: con orgullo, con determinación, con profunda admiración y respeto hacia las mujeres y los hombres del campo andaluz y con un altísimo nivel de exigencia.

Mi amigo, el que dice que la agricultura es el arte de saber esperar, dice también de vez en cuando que no fue casualidad que la civilización y la agricultura nacieran juntas al mismo tiempo. Y aquí ya estoy mucho más de acuerdo con él. La gente habla del campo y de la ciudad como si fuesen entidades opuestas, como si la ciudad pudiese existir sin el campo. Desde luego, no en Andalucía. A mí me encantaría que en toda Andalucía, en la urbana también, se fomentara una adecuada filosofía de lo rural: de sus valores, de sus tiempos, de su forma de entender la vida. Porque, como todos hemos oído muchas veces, quien no sabe es como quien no ve. Y no podremos ver lo que tenemos en Andalucía si no nos esforzamos por conocerlo y, a ser posible, vivirlo. Decir que nuestros campos se lo merecen sería quedarse cortos.

En un viñedo, en una dehesa, ante un paraje de olivar o ante nuestros almendrales, me siento el hombre más afortunado del mundo. Ver todo cuanto ello genera a nuestro alrededor me da la noción precisa de la fortuna que tenemos al ser andaluces. No sé cuánto tardarán en darse cuenta de todo ello en los fogones y las despensas de Europa y del mundo, o en los despachos gubernamentales más cercanos donde también se cocinan cosas. Pero nosotros, créanme, estamos trabajando muy concienzudamente para que sea lo antes posible y con el mayor provecho para Andalucía.

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