El mercadillo de Risto Mejide
Demos: el gran sondeo, el programa de debate presentado por Risto Mejide, no engaña a nadie. Como era de esperar ofreció su verdadera cara a la primera de cambio. Apenas ha iniciado su andadura y los 300 componentes de la grada divididos por franjas de edad han tomado confianza, la temperatura del plató ha ido subiendo muchos grados. Que en definitiva era de lo que se trataba. ¿O alguien pensaba que esto iba a ser una revisitación de La clave protagonizada por la gente de la calle? Sin duda que a Risto Mejide y la productora le interesarían más las prehistóricas diatribas que ya en las postrimerías de los setenta montaba Jesús Hermida en Su turno, a colación de cualquier tema.
La otra noche (o medianoche, o madrugada, porque ahora la televisión alarga sus contenidos hasta horas muy tardías) surgió una refriega a propósito de una pregunta cebo: si las mujeres eran usadas como atracción en las discotecas para atraer a los hombres.
Compareció un empresario asegurando que en este país todo el mundo paga el precio de la entrada por igual, puesto que se ha impuesto el sistema del ticket, que no sabe distinguir entre sexos. Declaraciones ante las que la grada se rebeló.
El murmullo terminó siendo tan alto que hacía inaudible las palabras del testigo. Y surgieron las reacciones. Los participantes habituales, pegatina en ristre en la solapa, declararon que es práctica habitual, desde Madrid a Miami, que las mujeres tengan el acceso libre. Se montó el guirigay en esa grada tan demoscópico.
Una situación que provocó que el ínclito Risto Mejide pronunciase una expresión muy propicia en la televisión comercial de los tiempos que corren: caso de que no guardasen silencio tendría que verse obligado a parar el programa. Un tic propio del Su turno de Hermida que aporta más leña al espectáculo. La sutileza es un valor en desuso.
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