El despliegue de valor de Perera se salva de una tarde decepcionante
Un despliegue de sereno y seco valor de Miguel Ángel Perera ante el séptimo toro, que le valió al extremeño la única oreja concedida en el festejo, fue el momento más reseñable de la decepcionante corrida del Sábado de Gloria que se vivió en Málaga.
La tarde se iba ya por el despeñadero, sumida en una gran decepción, sólo proporcional a la expectación que había despertado una corrida que reunía en el cartel a cuatro de los más importantes toreros del momento, ausentes además de la inmediata Feria de Abril de Sevilla.
Pero, con la plaza de La Malagueta llena de un público ávido de ver torear, la falta de raza y bríos de los toros de los hierros de Daniel Ruiz y Jandilla había sumido el espectáculo, pasado ya su ecuador, en un hondo bache que parecía insuperable.
Hasta que por fin el séptimo toro de tan largo festejo salió al ruedo exigiendo firmeza y valor para afrontar su temperamento y sus astifinas defensas. Y lo encontró enseguida en la figura de Miguel Ángel Perera, que hizo con él un alarde de serena quietud, de valor de ley.
Abrió el extremeño la faena de muleta con tres pases cambiados en los medios, para los que el toro de Daniel Ruiz no regaló precisamente sus embestidas, sino que se lo pensó mucho antes de tomarlos.
Sobre esa pauta de comportamiento del enemigo, Perera tuvo que imponer su autoridad en todo momento, aferrándose sólidamente a la arena para aguantar todas las probaturas de un animal que, con temperamento y fiereza, amenazó varias veces con levantarle los pies del suelo hasta conseguirlo en dos ocasiones. Afortunadamente, sin mayores consecuencias.
Las dos secas volteretas fueron el precio que pagó su matador por cuajarle dos soberbias series de naturales, en los que llevó sometido y muy largo al toro con los mismos vuelos de su muleta, antes de poderle también con la derecha.
Y, sin que nunca se diera el toro por entregado, aún culminó Perera su derroche de entrega metiéndose en la corta distancia para pasarse varias veces los serios pitones por los bordados de la taleguilla. Sólo la tardanza del animal en echarse tras la estocada le restó la posibilidad de doblar el trofeo.
Esa oreja que Perera no quiso pasear en la vuelta al ruedo fue la única que se cortó en una tarde en la que sólo entonces se removió la gente en los asientos.
Ni el mismo Perera con el desrazado primero ni el esforzado Juli sacaron mucho en claro pese a sus largos empeños, como tampoco lo logró, ni lo intentó, Morante de la Puebla con un primero desclasado y reservón, y un cuarto que, por su debilidad de cuartos traseros, se acobardó en tablas a las primeras de cambio.
Hubo, eso sí, un toro realmente bravo y de emotivas embestidas, que le cupo en suerte en primer lugar a Alejandro Talavante, que tuvo con él detalles y fogonazos de calidad y buen gusto, pero sin llegar a compactarlos en una faena que se fue difuminando por momentos.
Intentó luego Talavante remontarse a sí mismo con el marmolillo que salió en octavo lugar, aunque el público no le echó demasiadas cuentas cuando ya iban tres horas de festejo con muchos más minutos de decepción que de emoción.
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