Feria de San Miguel

Un mediodía de 'bolitas' y corrales

  • La 'trastienda' de la Maestranza es un lugar de tradiciones y ajetreo cada vez que llega un festejo

Primer reconocimiento de los toros de Juan Pedro Domecq en los corrales de la Maestranza.

Primer reconocimiento de los toros de Juan Pedro Domecq en los corrales de la Maestranza. / ANTONIO DE LOS REYES / PAGÉS

Son las once de la mañana. Aún falta siete horas para el paseíllo, pero la Maestranza bulle. En el patio de cuadrillas preparan los caballos de picar, en el ruedo se abre la boca de riego ante la sorprendida mirada de los turistas y en los corrales todo se prepara para el sorteo de la lidia de ese día y el desembarco de los toros del día siguiente. Una corrida de toros provoca el movimiento de vehículos, personas y animales en perfecta coordinación para que todo salga como merece una plaza de primera categoría.

Fernando Fernández-Figueroa es uno de los presidentes de la plaza de toros y, por tanto, el que dirige la liturgia de la preparación del festejo que organiza la empresa Pagés. "Todo empieza 25 días antes de la corrida, cuando vamos al campo a ver los toros y hacemos una preselección de nueve", cuenta Fernández-Figueroa, que se desplaza con dos veterinarios, el delegado de la autoridad y el representante de la Empresa Pagés hasta la finca del ganadero. "Un tercer veterinario no los ve hasta que estén en la plaza para que no esté condicionado a la hora de hacer el reconocimiento", añade.

La víspera del festejo se realiza el desembarco de los toros en el corral de la Maestranza y el primer reconocimiento, tras el que se hace la aprobación y el enchiqueramiento para lidiarlos al día siguiente. El día de la corrida se hace un segundo reconocimiento: "Es un acto de fe, porque sólo los vemos desde arriba", cuenta el presidente, que llegó a ser novillero y cortó una oreja en la plaza que ahora preside. Tras la segunda y última revisión, se procede al sorteo, al que atiende atento Ramón Valencia padre, empresario de plaza y sin el que nada de esto sería posible. En la sala reina un silencio sepulcral y la tensión se palpa en cada movimiento. Los representantes de las cuadrillas de los toreros dividen los seis toros en tres lotes y escriben en papeles de fumar los números de los toros que corresponden a esos lotes. Se enrollan los papeles y dos sombreros hacen de bombo para echar a suerte. Los encargados de extraer las bolitas se santiguan antes de hacerlo y sonríen aliviados si son de su gusto los toros a lidiar unas horas más tarde. "Cuando llegan al hotel, al torero siempre le dicen que les ha tocado el lote más bonito", cuenta Fernández-Figueroa, sabedor de los nervios y la motivación que rodea las horas previas para los protagonistas.

Un miembro de las cuadrillas saca una 'bolita' durante el sorteo. Un miembro de las cuadrillas saca una 'bolita' durante el sorteo.

Un miembro de las cuadrillas saca una 'bolita' durante el sorteo. / M. G.

Poco después del sorteo de ese día, llega el turno de recibir a los toros del día siguiente. Esta sucesión de situaciones ocurre en ciclos como la Feria de Abril o la de San Miguel, en que el ajetreo diario es constante entre los toros de un día y el siguiente. Al grito de "¡venga toro!" un operario de Pagés en los corrales maestrantes va dando entrada a los nuevos morlacos. Dos cabestros dan la bienvenida a los astados, que descienden del camión de desigual forma. Algunos muy nerviosos y otros tranquilos. No es extraño que se peleen y utilicen sus cornamentas para atacar a sus compañeros. Con una manguera se intenta que estos enfrentamientos no se produzcan y el reconocimiento sea ordenado y sin daños para los animales.

"El toro de Sevilla ha evolucionado"

Presidente, veterinarios, empresarios, ganaderos o aficionados se dan cita en cada reconocimiento. Entre todos configuran y deciden el toro que el público verá torearse en la plaza. Fernando Fernández-Figueroa, que acumula más de una década como presidente, explica que "el toro de Sevilla ha evolucionado". Actualmente, detalla que este ejemplar debe ser "serio, cuajado, rematado y con cara, pero sin ser descomunal, regordío ni grande". Añade que "el toro de los años 60 no es el de ahora" y cree que debe "dar miedo por su morfología, no por su tamaño".

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