Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Corrida de toros de abono en El Puerto de Santa María
GANADERÍA: Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, un encierro correcto de presentación aunque con algún toro en el límite, pero de muy buen juego en líneas generales, destacando los ovacionados primero y segundo, el tercero y el gran sexto. Cuarto, y sobretodo quinto, más complicados .
MATADORES: Morante de la Puebla, de nazareno y azabache Estocada DOS OREJAS y estocada trasera y caída OVACIÓN Y SALUDOS; Roca Rey, de catafalco y oro estocada DOS OREJAS tras aviso, y pinchazo y estocada con desarme OVACIÓN Y SALUDOS tras aviso Daniel Crespo de burdeos y oro, pinchazo y estocada caída OVACIÓN Y SALUDOS y estocada DOS OREJAS.
INCIDENCIAS: Lleno con cartel de “No hay billetes” puesto nueve días antes y calor. Manuel Rodríguez Mambrú de desmonteró tras parear al tercero. Destacó Curro Javier bregando al cuarto.
Extraordinario festejo en el que los grandes pasajes de toreo de excelencia -entre el arte sublime de Morante, el gran concepto de Daniel Crespo y la audacia de Roca Rey- se encontraron con el contrapunto de una morbosa pelea entre barreras del cigarrero y el limeño, y los malos gestos de ambos, aquel con el palco y este con los aficionados que se manifestaban disconformes con lo que estaba haciendo. Y es que no es de buena crianza protestarle a un torero, en la cara del toro y jugándose los muslos. Es la otra faceta, bien morbosa en el caso del roce en el callejón de Morante y Roca Rey, de una tarde en la que cada figura llevó al extremo su toreo.
Morante elevó la temperatura al máximo con su primero un jabonero que meció en la verónica con tanta hondura como delicadeza para sobrecoger de nuevo en el quite.
Y de nuevo regaló Morante en El Puerto una faena de ensueño, con el sentimiento de los pases fundamentales, bajando la mano, muy ceñido y dejando al toro colocado para eslabonarlo de nuevo, amén de las inspiradas alegrías de los molinetes o los trazos por bajo. Le había andado al toro llevándolo a la losetilla porque tuvo toda la tarde la obsesión de torear en el centro de la plaza. Para colmo volvió a dejar una gran estocada cortando las primeras dos orejas del inolvidable festejo.
Pero con el cuarto se superó Morante. Se puso a pararlo de salida como si fuera Reverte, con recortes a la cadera y olvidándose de que ya no tiene 20 años. Porque no fue Roca Rey el único que le echó valor por arrobas a la tarde. Esa forma casi suicida de parar al toro le pasó factura y el torero fue arrollado, sin consecuencias.
De lo demás basta decir que dejó un natural en la boca de riego que duró más que unas oposiciones al Registro de la Propiedad. Le pido a Dios, astro, sol, luz, elemento o lo que sea que gobierne nuestros tristes destinos que me permita ver alguna vez otro natural como ese. Y por la derecha no digamos, muy cerca, muy ligado y muy profundo. El palco no le concedió la oreja y Morante -que hasta coleó al toro en un tumbo- remató su tarde dándole un pase del desdén al presidente tras saludar la ovación.
Luego vino la desavenencia con Roca Rey. El de Lima tuvo ostensibles detractores en la plaza. Lo cierto es que se la jugó en los dos toros, firme y decidido.
Su primero fue un toro bueno y con garra pero en una plaza de claro credo morantista no lograba emocionar con el toreo fundamental, y menos con la zurda. Recurrió al arrimón y ahí manda mucho, poniendo al público en pie antes de la estocada final. Dos orejas con fuerza.
Pero con el complicado quinto, arreado tras el roce del callejón y enfadado con los discrepantes y el toro, se arrimó en una larga pelea, sin querer irse de la cara del burel, hasta el extremo de que sonó el aviso sin armarse. Tanto se metió en el embroque que se tenía que quitar para que pasara el animal. De nuevo levantó al tendido, pero pinchó y no hubo trofeos.
Daniel Crespo fue el único que no se enfadó, a lo suyo, sin que le afectara el debate. No terminó de redondear con su primero, que prodigó un arranque de extraordinarias embestidas. Tuvo pasajes de muy buen toreo, con capa y muleta pero los toros duran lo que duran y aquello no cobró vuelo.
No dejó sin cuajar al extraordinario sexto, que paró a porta gayola, el quite del perdón que inventó Fernando el Gallo, ligando vibrantes y jaleados lances. Con la muleta y al son de la música dejó, a placer, buena muestra de esa extraordinaria clase que viene evidenciando desde que toreaba sin caballos. Cierto que fue un gran toro pero lo cuajó con muletazos de gran calidad, sentimiento y hondura por ambos pitones, y con una colosal estocada de remate. No todo el arte lo puso Morante. A ver si los tejemanejes del toreo le permiten asomar la cabeza.
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