ANÉCDOTAS DEL JEREZ. 'SEÑORES DEL JEREZ'

El lado más humano del papa del sherry

  • La intensa vida de Manuel María González Gordon Un racimo de curiosidades de un ingeniero metido a bodeguero

Ahora que andamos con nuevo Papa, me viene a la cabeza a nuestro 'Papa' particular. Me refiero, cómo no, a Manuel María González Gordon (Jerez, 1886-1980), ese hombre tan afable, tan inteligente, tan sencillo y trabajador que logró colocar a la compañía González Byass en el más alto nivel de la época. Los ingleses lo conocieron como el 'Papa del sherry' (Pope of sherry) y su celebrada obra 'Jerez, Xerez, Scherish' se conoció como la Biblia del Vino, un trabajo imprescindible, junto al  'Diccionario del vino de Jerez' de Julián Pemartín, para el iniciado en la bodega, el vino y la viña.

La vida de Manuel María fue una vida curiosa e intensa. Desde su propia niñez. Segundo de los siete hijos que María Nicolasa Gordon de Wardhouse dio a ese brillante hombre que fue Pedro Nolasco González,  cuando contaba sólo con cuatro meses, el pequeño Manuel María cayó enfermo. Los médicos de Jerez le desahuciaron y le dieron una semana de vida. Consultaron sus padres entonces con dos médicos de Sevilla y el diagnóstico fue a peor: La esperanza de vida era de sólo cuatro días. Como era entonces costumbre en Jerez, su madre invitó a los doctores; ordenó que trajeran unas copas y una botella de jerez. Se encontraba Manuel María en brazos de su madre cuando, al pasar delante de ellos una sirvienta, un rayo de sol que se reflejó en el cristal oscuro de la botella hizo que el bebé levantase una manita. Su madre lo observó y, con un sexto sentido, le dio una cucharadita de vino. Esas cucharadas se sucedieron los días siguientes y Manuel María se salvó milagrosamente de la enfermedad. El jerez le salvó la vida. Y con idea de reparar esa 'deuda',  Manuel María (MM a partir de ahora, como diría Begoña González), ahí está la obra más laudeada en los años de existencia del vino de Jerez.

POR MEDIO MUNDO

Bien. El niño MM comenzó a estudiar en la escuela pública que la bodega sufragaba para los hijos de los trabajadores. Termina el Bachillerato y, al igual que hiciera con sus hijos, su padre, el marqués de Torresoto, le envía a Manheinn, en Alemania, para formarse como ingeniero industrial. Con el título bajo el brazo, nuestro hombre aparece en Glasgow, donde trabajó como obrero ajustador en los astilleros de Beardmore, en Dalmuir. Puede que aquí se decidiera su futuro. Estaba desesperado. Escribió a su madre pero olvidó enviar la carta. Cuando esperaba un tranvía, se entretuvo contemplando un escaparate donde se exponían lentes. Leyó una máxima: "It´s easy enough to be pleasant when life goes by like a song, but the man worth the while is the man with a smile when everything goes damned wrong", que en cristiano significa: "Es muy fácil sonreír  cuando las cosas van bien en la vida, pero el hombre que vale  es aquel que sonríe cuando las cosas van muy mal". Y como él era un hombre que valía, se sobrepuso al momento, rompió la misiva y siguió adelante.

LO SUYO ERA LA BODEGA

Apareció entonces en Sudamérica con la compañía Norton Griffithe & Co. para trabajar en la construcción de un trozo de 640 kilómetros del Ferrocarril Longitudinal, que recorre los cerca de 5.000 kilómetros de Chile, de norte a sur.

MM regresó a Jerez después de la construcción del trazado ferroviario. Siguió ejerciendo como ingeniero industrial, pero acabó  dedicado por entero al negocio familiar. Casó con Emilia Díez Gutiérrez, otro apellido de abolengo en Jerez, que trajo al mundo a cuatro criaturas: María Dacia, Mauricio, Luisa y Jaime. Pero su pasión por el vino creció y creció; pasaron los años y MM llegó a convertirse en un gran exportador desde su puesto de presidente del consejo de la compañía.

Su simpatía, educación e inteligencia hacían de MM un hombre querido y respetado. Conversaba con todo el que se le ponía en el camino, y lo hacía de igual forma con un operario que con un gran patrón. Sus amigos le adoraban y requerían; y de Manolo, comenzaron a llamarle cariñosamente 'Tío Manolo'.  Jaime es el hijo menor de MM. Tuvo cargos directivos en Warter y González pero su pasión fue siempre el amor por la naturaleza, su devoción por Doñana, algo que no parece sino inculcado de generación en generación entre los González, los más 'británicos' de las ramas familiares, los que hablan mejor el inglés en Jerez y que son extremadamente educados y refinados.

VENDIENDO VINO

Pues bien. Me contaba Jaime que, con su padre, nunca había problema. "Era como la vaselina: se presentaba un problema y le daba solución. Nada se le resistía." No hablemos de su constancia en el trabajo: En una ocasión viajó a Extremadura y pidió al agente que le llevara a todos los bares que no compraban los productos de la Casa. Llegaron a uno de ellos, bajó del coche y se quedó  esperando toda la mañana al tabernero a la puerta del local. El tabernero se hastió de aquello. Salió y le dijo: "Es usted el hombre más hueso que he visto en la vida. Me ha caído bien: Le compraré tres cajas".

Y su otro hijo varón, Mauricio -del que no hace falta presentación- refería la humanidad de su padre, algo que combinaba muy bien con la negociación. MM fue un gran negociante. Sabía convencer. Y bien que lo hacía. "En las carreteras, paraba constantemente  las ventas. De aquí a Madrid se paraba cuarenta veces, porque lo que no quería era pasar una venta sin entrar y saludar. Y de aquí a Sevilla, se sabía las cuatro o cinco ventas de memoria, los nombres de los dueños... Me acuerdo que me decía: 'Espera... ¡Para, para...!' Él no conducía normalmente. 'Bájate, que vamos a ver al encargado'. Llegaba y decía: 'Antonio, buenos días'. Él ya sabía que ese era Antonio; ¿qué?, ¿aprobó el niño o no aprobó?'. Porque recordaba que, días antes, le dijo que estaba preocupado, que le iban a catear a su hijo... '¡Sí, ha aprobado!' '¡Hombre, bien! Pues vamos a tomar una copita...' Total, era muy sociable. Y eso es muy agradable en la vida, personas que tienen paciencia". Pero aquello acabó y el marqués de Bonanza se agarró un cabreo del quince cuando la autopista 'acabó' con las antiguas ventas. "Nosotros somos apolíticos -contaba Jaime que repetía su padre-, somos 'taberneros' y queremos que todo el mundo pruebe nuestros productos".

COSAS DEL 'JEREZ'

Cuando MM cumple los 87 años, el tío  sigue como un chaval si no fuera por los problemas en la vista. Le preguntaban qué consejo daría para llegar tan bien a su edad y vivir cien años más: "Creo que bebiendo vino de Jerez moderadamente no hay inconveniente en llegar a los cien años". MM moriría con 93 años. Y su padre el marqués de Torresoto lo hizo con 97 años. Su hijo Mauricio ya alcanza los 90, y contaba hace años que Perico, primo hermano suyo, cumplía entonces los 97. Y su mujer tenía 94. "Cada día, se toman entre  los dos una botella de 'Tío Pepe'; media él, media ella".

Y Adolfo Almenar, exdirector comercial de González, me explicaba en una ocasión que todos los años tenían que ir a la feria con don Manuel. "Íbamos a la feria Carlos Díaz Aguirre, Manuel María, su sobrino Gabriel y yo. Los cuatro... Y le llevábamos a cuatro o cinco casetas, y quería que pidiésemos sólo media botella en cada sitio, porque el sentido de la economía lo tenían muy exacerbado también, y lo tienen, y la media servía para poner justamente cuatro copas. Y en cada caseta, saludaba al dueño, al camarero, veía cómo estaba todo, nos tomábamos la copita, dejábamos una propina como es natural, porque lo de la propina es importantísimo, y nos íbamos a otro sitio. Pero había que pedir media botella, no quería ni le gustaba pedir una botella por su mayor capacidad. Y teníamos que ir cuatro, más gente no."

Hombre profundamente religioso, el trato con sus empleados fue siempre cercano y verdadero. Frecuentaba las visitas a aquellos trabajadores enfermos terminales que, a los pocos días, palmaban. "No venga nunca a mi casa, don Manué", le advertían los más supersticiosos.

MM se encontró con la muerte el 2 de abril de 1980. Se nos fue tranquilo, con la seguridad de que el negocio continuaría en manos familiares. La familia siempre unida. Más en tiempos de guerra. Cierto día, siendo muy jóvenes sus hijos María Dacia y Mauricio, que nacieron en Londres, Don Guido le aconsejó que enviase a sus dos hijos a Inglaterra por miedo a las represalias de la guerra civil. "Quiero a los cuatro niños juntos", le respondió. Y la buena de la tutora inglesa, Nany Carroll, dijo entonces: "¡Pues si se quedan los niños, yo también lo haré!"

Muchos méritos habría que reconocer a este hombre que logró el regreso de los monjes a La Cartuja de Jerez con la colaboración del padre Arteche; la fundación de la Hermandad del Rocío de Jerez por su condición de gran devoto rociero, el impulso al Consejo Regulador del Vino o la labor proteccionista de la naturaleza con la compra de unas 17.000 hectáreas en Doñana. Y sus reconocimientos se amontonan: Gran Cruz de la Beneficencia, Caballero del Imperio Británico, Hijo Predilecto de Jerez, medalla de plata al Trabajo, presidente de la Cruz Roja en Jerez, guardia mayor del Parque de Doñana...

Y, en el fondo, el vino, al que veneraba y respetaba. Un día abandonaba González y dijo: "Acabo de salir de la bodega con una copa menos. Me siento bien, muy bien. En el término medio de una euforia que ofrecen estos vinos..."

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