AQUEL (o aquella) que dijo que las comparaciones son odiosas se merece todo mi respeto. Algunas se clavan tan dentro que no te dejan disfrutar de lo que tienes por delante. Entonces la comparación se mezcla con la rabia, la envidia y hasta la tristeza. Así se podía definir mi último periplo por la ciudad de Granada. No malinterpreten mis palabras, la ciudad de la Alhambra, las teterías y las cuestas no tiene ningún problema. Más bien todo lo contrario: es la panacea para cualquier turista y amante de las cosas bien hechas. Es raro andar por las calles del centro granadino y no cruzarse con múltiples ofertas de espectáculos –en plural– flamencos a diario –sí, todos los días–. No vuelvan a malinterpretarme, toda promoción y proyección es poca y debe orgullecernos como ciudadanos andaluces, lo que es triste es que una ciudad como Jerez, reconocida cuna del arte flamenco, no sepa vender ni proyectar su cultura.